Si lo deseas, puedes escuchar música de Youtube

 

 

RECUERDOS DE MI INFANCIA
 

QUINTA PARTE

 

INTRODUCCION

Decía mi amigo, el geano Constancio Aznar el Secretario, ya de niño: -¿Porqué no cuentas tus aventuras?, tienes muchísimas. -. Y es cierto. Me lo ha recordado muchas veces y siempre ha exaltado el almacén de mi cerebro. Nuestro amigo Francisco Ortiz el Gato (q.e.p.d.) me lo propuso también siendo  aún niños (lástima que este no haya podido conocer mi trabajo en la web y las presentes líneas).

Ninguno de nosotros, ni de los otros niños, nos imaginábamos  en aquella época, que mi interés por las cosas del pueblo y mi afición a la Historia posterior derivaría con el tiempo en la creación de un sitio web sobre Gea. Por ello, tras el homenaje que se me tributó por parte de la Asociación Amigos de la Radio de Gea por fundar y mantener www.geadealbarracín.com, que muestra al mundo como es parte de nuestro pueblo y la Sierra de Albarracín y Cella, Enrique Cobos Laborda, presidente de la Asociación y geano de adopción, también me lo propuso, e incluso es bueno para la radio, me dijo.

Tras todo esto y que ahora contaba con un nieto de casi dos años de edad y de una nieta, recién nacida (cuando mis hijos me habían advertido que no iba a tener nietos), consideré que estos cuentos reales vividos en mi infancia, muy originales en otra época, se perderían con el tiempo, si no los dejaba escritos (en casos de duda se observará en la descripción de los hechos). Por ello, en los relatos, voy a intentar ceñirme a la cronología de las situaciones vividas, lo mejor posible, pero, soy consciente de que será más fácil redactarlo si en ocasiones me traslado a otras edades, lugares y personas. Además, que conste, escribo de corazón. Pienso llegar hasta los 14 años, de hay que muchas anécdotas correspondan al Puerto de Sagunto, lugar donde marché a vivir con mi familia, un mes antes de cumplir los 9 años y a la Universidad Laboral de Córdoba, centro donde ingresé a los 14 años, para aprender un oficio.

Por cierto, tras ser escuchados los diferentes capítulos en la emisora de Radio Cultural de Gea, pasados a voz, algunas personas me han comentado datos relacionados, lo cual, añadido a algún recuerdo lejano que viene a mi memoria, me dice que estaré actualizando todo el resto de mi vida. Digamos de paso que fue redactado entre septiembre del año 2012 y febrero del 2013.

Va dedicado a todos aquellos geanos, geano-porteños y simpatizantes que vivieron junto a mi su infancia (década de los 50), esperando que no se molesten y que les sirvan de entretenimiento algunos de los párrafos. Pero, eso sí, recordad que entonces éramos niños y vivíamos muy diferente a los niños de la actualidad.

Quiero que quede constancia de mi agradecimiento al Grupo de Gea de Facebook (al cual pertenezco), por las fotografías que aportaron a la actualización que he realizado este año de 2015. Gracias.

 

 

CAPITULO XIII
 

1960. PASO LA NIÑEZ. EMIGRO DEL PUERTO DE SAGUNTO

 

En el presente curso escolar, cuatro maestros, incluido el mío, habían acordado, como novedad, preparar al grupo de alumnos con vistas a su entrada en la Escuela de Aprendices. Para ello se repartieron las diferentes asignaturas. Y allí estaba yo. Sacaba muy buenas notas con todos los profesores y en lo concerniente a las redacciones, el que impartía la de Literatura y Gramática, Don Paco, quiso llevarme ante los micrófonos de la emisora de radio local, ubicada entonces enfrente de su colegio, en la calle Concepción Arenal, para que leyera alguna de mis redacciones. Continuaba con mucha fantasía, pero, también con mi timidez.

 

Para acceder a la Escuela de Aprendices era necesario ser hijo de productor y era el sueño de casi todos los chiquillos y de sus padres. Los aprendices destacaban por el pueblo con su uniforme de mono amarillo y todos éramos conscientes de que tenían plaza de trabajo asegurada en su futuro en Altos Hornos de Vizcaya, la siderúrgica. No obstante, el mío iba a cambiar tras algunos acontecimientos. El primero sería tras enseñarme mi amigo Fernando el Meregildo una solicitud para las Universidades Laborales, lo cual dio pie a que yo también recogiera una, la rellenara y se la presentara a mi padre para su firma, indicándome este, que debía presentarme al examen para la Escuela de Aprendices de AHV. La segunda, una conversación mantenida por mis padres sobre una petición a Josefa, la casera geana de los curas de la iglesia de Begoña, para que intercediera ante estos para mi posible entrada en dicho colegio. Esto último me produjo gran malestar. ¿De que me servía estudiar tanto, si necesitaba ayuda?, me preguntaba y además, digamos, que tenía tres años para presentarme a dichos exámenes. Y la tercera, es que antes de producirse los exámenes para la Fábrica (como los denominábamos) ya tenía en mi poder la beca para las universidades laborales y plaza en Córdoba, tras examen en Valencia.

 

Mi padre, quizás porque pensara que prohibirme marcharme podía perjudicarme en un futuro, o no se, el caso es que ya no me presente a dichos exámenes y si a los pocos días a las fiestas de Gea, lo que más me ilusionaba por el momento. En el pueblo, mi abuelo Tomás ya había corrido la voz entre los familiares diciendo que su nieto se iba a la Andalucía a estudiar ingeniero. No era cierto, pero, la admiración que ahora sentía por mí le hacía ilusionarse con mi futuro. Atrás quedaban los sufrimientos que le había ocasionado y además, cuando no estaba en Córdoba, le haría gran compañía en su viudez, incluso, acudiendo juntos a las fiestas de Gea o haciendo un recorrido por la Sierra y sus pueblos con mi primer coche, cuando yo tenía 24 años, a petición suya. Recuerdo su admiración por ver de nuevo El Algarbe, pero la mía no fue menos, era el mes de Agosto y pase frío en el manantial original, arriba de la montaña. Desde ese momento y tras descubrir aquel lugar, siempre lo visito con gran ilusión.

 



Junto a Pepe Martorell, el Valenciano, frente al molino. Congeniaríamos muy bien y más al ser
primo hermano de Fernando.
Me llamaba la atención su acento valenciano al hablar en castellano.

 

Hablando de las fiestas y del verano, quiero dejar constancia de un niño que por esta época se unía a nosotros como uno más del pueblo. Era el valenciano Pepe Martorell, que vivía en el Cabañal, en Valencia, de quien hablaré más cuando comente las fiestas. Su madre, María, era hermana del tío Jorge. De momento, baste decir que igual jugaba al fútbol en la primera era de la izquierda de la calle de San Antonio (menos mal, porque no éramos más de seis chiquillos), como se bañaba con nosotros en el río o asistía a los chismes que contábamos. Repito, era uno más entre nosotros. Sirva otra vez más de ejemplo de cómo tratábamos a los chiquillos veraneantes (yo no me consideraba tal cosa), o sea como si fueran geanos. Su primo Fernando nos llevaría a ambos, por aquel tiempo, a enseñarnos la Fuente de los Terreros, junto al río, atravesando huertos y choperas y desde entonces ya no he vuelto a beber su agua, ni se si existirá aún. Otro niño hijo de padres geanos que venía al pueblo por el verano era Antonio el Jareño, con el que se puede mencionar lo mismo que para Pepín.
 

Pero, este verano, más corto para mí, de lo que estaba acostumbrado, tras las fiestas de Gea iba a vivir el primer acontecimiento desgraciado de mi vida, con sentimiento diferente a mis años anteriores. La desaparición de este mundo de mi abuela Carmen y más oyéndola sufrir, desde fuera de su habitación, pues, mi madre no me dejaba entrar en ella, si bien, a veces, llegué a ver como movía sus brazos desesperadamente, hasta que me enviaron a decirle al médico, D. Samuel, que había fallecido.

 

Recuerdo que en el viaje de regreso al Puerto y estando en Teruel, en casa de mi tío Victorino, mi tía Josefina, su esposa, me solicitó que fuera a por el pan a una panadería que existía al comienzo de los porches de la plaza del Torico, subiendo por la calle de El Salvador. Cuando entré en ella sólo había muchas mujeres esperando y se quedaron mirándome. Me daba vergüenza pedir el turno ante sus miradas insistentes y cuando lo hice me respondieron unas cuantas: -¡Aquí, los hombres pasan delante! - . Quedaba claro porque me había enviado mi tía. El que me dijeran la palabra hombre me sentó muy bien, más, cuando este verano había sufrido una prueba de mi primo Juan el Alguacil, que según el, aún me faltaba mucho para ser hombre.

 

Paso a contarla. Tras recoger el trigo de mis tíos los Alguciles, procedente de la trilla, en talegas y transportarlo a la casa que fuera mi primera vivienda, propiedad de ellos, había que subirlo al granero, situado en el segundo piso. Mi primo Juan me dijo que si subía la talega a la espalda de un tirón, hasta allí, podía considerarme ya un hombre. Lo cierto es que, estando ya en el primer piso y al entrar en el salón, la parte superior de la talega dio en el marco de la puerta y me caí de espaldas en el centro de la cocina. Aquello sirvió de burla y máxime cuando mi primo Victorino, más pequeño que yo lo había conseguido. También me provocaba con el manejo del volante de la máquina de ablentar, diciéndome que en cuanto aguantara tanto tiempo como el, era todo un hombre. Ahora bien, unos cuantos años atrás, quienes reíamos éramos mi primo Victorino y yo. Recuerdo cuando mi tía Consuelo le reñía a mi primo Juan porque comiendo se le caía la sopa de la cuchara por inclinarla mucho hacia atrás.

 

 


 

Una de tantas ablentadoras de entonces. ¡Cómo picaba el tamo!, (polvo del cereal) y más sudando.

 

Hablando de estos primos míos, recordaréis que mi primo Juan se había quedado el año anterior con mi álbum de cromos y parte de mis tebeos alegando que en Gea no se vendían, pues bien, este año y por primera vez en nuestra infancia, Mariano el Rosita abría este verano un quiosco, con venta de tebeos, con la dificultad que me imagino supondría. Desde aquí le doy mi admiración a este pionero. Posteriormente, otras personas volverían a intentarlo: Josefina la Albardera (en un bajo de la Plaza del Ayuntamiento) y la familia de Joaquín el Tafiles en su vivienda, en la carretera, vendería en años posteriores varios tipos de periódicos y tampoco podría mantenerlo (Gea aún mantenía en el año 1960 unos 913 habitantes).

 

Curiosamente, delante de este quiosco de Mariano viviría una historia de fábula. Pasaba por allí junto a Pepe el Matachín y estaba en el centro de la calle una perra negra muy pequeña. Sin venir a cuento, me dio por querer darle un puntapié, pero, me salió el tiro por la culata. El animalico se agacho como si se pegara al suelo y luego me enganchó por detrás. Pepe, primo de Mariano, me dijo que la conocía y que era muy lista. Esta fábula me estaba diciendo que no debía menospreciar en mi vida a todo lo que considerara pequeño. Comentando esta historia durante este verano de 2013 con Mariano, este, muy emocionado por su recuerdo, me dejó sorprendido al contarme lo siguiente: -La perrica aquella era de raza pequeña. La trajo un primo mío a Gea desde Zaragoza. Resulta, que estando este en la estación de Zaragoza esperando la salida del tren para Teruel, cuidando las maletas, se acercó una perrica que andaba suelta y la amarró con una cuerda a las asas de la maleta para que las cuidara, luego le dio lástima abandonarla de nuevo y al final se quedó conmigo. Era listísima-.

 

 

Donde están las mujeres sucedió la anécdota de la perrica. Además, la vivienda de ese

gran solanar alberga en su planta baja los restos de un comercio, cerrado hace dos siglos.

 

A veces, venía a Gea mi tío Victorino desde Teruel, con la intención de pescar cangrejos, cosa a la que era muy aficionado y le acompañaba por la orilla del río. Recuerdo que no paraba de reñirme porque siempre estaba sacando los aros con las redes para ver mejor lo que había en ellas y para observar el cebo que quedaba. Normalmente tocino. Llevaba una pequeña madera para medir la longitud de los cangrejos y me daba rabia que devolviera al río los que consideraba pequeños (decía que podían multarle si lo descubrían con ellos). No le hacía mucho caso y cierto día, en el Hondo Górriz, me amenazó con no ir a pescar más con él. De aquello, sin querer, me vengaría este mismo año. Marché con el, por primera vez en mi vida, a buscar rebollones, a la zona de la Fuente de la Casilla, haciéndome una apuesta: el primero que encontrara uno, se tomaba una cerveza a la salud del otro. Curioso, sólo pude coger el primero y terminamos casi llenando la única cesta que llevábamos. Mi tío cumplió su promesa y me invitó a una cerveza. Y yo que me creía, al principio, que bajo de cada montón de hojas de pino, existía un mizclo, nombre con el que entonces denominábamos a los rebollones.

 

Recuerdo también lo importante que resultó para los chiquillos la relación con Pepe el Soguero. No por el bar o el salón, sino porque nos compraba los cangrejos y los caracoles, que llevaba hasta Madrid (bueno, es lo que decían mis amigos) y sobretodo porque colocó un futbolín en una ampliación del local. En el local de reunión del Frente de Juventudes también habían instalado un pequeño bar que regían mis familiares, los Alguaciles. Recuerdo que mis amigos alababan los pepinillos que nos servía mi tía Consuelo. Este último local ya había perdido la llamada que había tenido años atrás.

 

 

Junto al pilar Pepe el Matachín, a continuación y por orden, yo, Pepín el Valenciano, Rafael el Civil,
Fernando el Toribio y el Bezano (primo hermano de Fernando).

 

En Teruel, en la esquina de la calle del Salvador, antes de entrar en la plaza del Torico, existía una librería en la cual me compraba los famosos Anuarios Dinámicos de Fútbol de Tocino, con el calendario de la tercera división incluida. En ellos figuraban los equipos del Amistad y Arenas (ambos de Zaragoza), que generalmente jugaban la liguilla de promoción a segunda división y el Teruel, a veces. Al llegar al Puerto, la pastelería La Lyonesa me regalaba otro calendario con los equipos valencianos de tercera, con el C.D. Acero incluido. El comprarme los lunes el periódico deportivo Marca, en la librería Aliaga y anotar los resultados, me producía una gran satisfacción. Además, me ayudaba a conocer el nombre de los pueblos de España y por tanto la Geografía y posteriormente, estando ya en Córdoba, también.

 

Junto a la Plaza del Ayuntamiento del Puerto estaba el Bar Acero, lugar donde ya llevaba algún tiempo sellando mis quinielas de fútbol (actualmente dicho local corresponde al Banco Santander). Al finalizar la jornada colocaban una pizarra, donde anotaban con tiza los resultados de la quiniela y debajo, el resultado del equipo de fútbol local, el Acero. Cuando llegué al Puerto por primera vez, este bar estaba ubicado en la calle Luis Cendoya, enfrente de la farmacia Roig. Mi afición a las quinielas era tan grande que este mismo año, estando ya en la Universidad Laboral de Córdoba, preparaba boletos con diez partidos y repartía los premios (fray Bombilla me conseguía las copias). Y más cuando se descubrió que un alumno externo que nos sellaba los boletos de la quiniela española, en Córdoba, nos colocaba sellos falsos. Nos daba los premios, pero, en cierta ocasión, no pudo hacer frente a un premio de 12000 pts. y se descubrió el engaño. Hubo suerte, cobré lo poco que acerté.

 

También en el Puerto y por unos días tendría la pandilla un nuevo amigo. Se trataba de Joaquín el Gordo (hermano de Josefa), que estuvo pasando unos días en casa de su tía Isabel la Hueva. Fernando el Meregildo y yo le enseñamos la playa, junto a un sobrino de la tía Isabel, Tonín, y un amigo de este (más mayor que nosotros). No recuerdo porque motivo, este último y Fernando discutieron y terminaron a golpes en el centro de la arena. Tonín dijo que no se nos ocurriera intervenir, pues, era cosa de su amigo y del nuestro. Los tres geanos nos temíamos lo peor y pasamos un mal trago. Muchas veces me lo ha recordado Joaquín en Gea: -¿Te acuerdas cuando el Severiano le pegó una paliza a un chaval mayor que él en la playa?. Si no se lo quitamos lo mata-. Otro niños geanos que también vendrían alguna vez al Puerto, de niños, sería José María el Cojo y Andrés el Royo, sobrinos de la tía Carmen y el tío Ramón, mis vecinos geanos.

 

Con catorce años y durante el verano pase un mal trago con mis padres y nuestro médico, el Sr. Badenas, por culpa del pudor que nos inculcaban y del temor a los padres. El tema era muy simple, un roce entrepiernas, bajo los testículos. Me daba vergüenza decírselo a mis padres y aunque me lavaba a escondidas de ellos aquello fue a más, sangrando y con mal olor. Cierto día de aquellos, ante la advertencia de mi madre, mi padre entró en mi habitación y me grito diciéndome que me cambiara de calcetines y que fuera a por vino al economato de la Fábrica. Aun así, compraría el vino y volvería hasta casa con la garrafa llena, pero nada más llegar, el dolor, hizo que contara a mi padre lo que me estaba ocurriendo. Este me llevó en la bicicleta al Sanatorio de Fábrica, al edificio situado frente al final de la calle Luís Cendoya. -¡Como vas chiquillo!- dijo el médico, interviniendo mi padre a continuación: -Mi chaval me ha jurado de que no ha estado con ninguna mujer-. El médico cortó la palabra a mi padre para decir: -!Por Dios, por Dios, esto, con dos baños en la playa se cura-. 15 años después y teniendo yo ya dos hijos, mi padre me preguntaría el porqué de mi miedo hacia él si nunca me había pegado, excepto cuando falté al repaso de la escuela. -Si, pero su pronto .... siempre me ha asustado- le dije.

 



Las comunicaciones han constituido el avance más inesperado desde nuestra infancia.
Puesto de Telefónica en el exterior de la Casa del Médico, hace unos pocos años.

 

Pero, para susto, el que viví en mi calle, la del Mar por entonces. Iba un domingo por la acera, cuando al pasar por la vivienda de Angelita, cuatro viviendas más arriba de la mía, camino de la iglesia del Carmen (entonces iba a oir la Santa Misa), escuché unos gritos y un gran ruido tras de mí. Al girarme me encontré con un hombre que había caído de la terraza de dicha vivienda. Se trataba del novio de dicha Angelita, quien jugando con una chiquilla pequeña, sobrina de esta, en la barandilla de la terraza de una planta baja e intentando salvar a la niña de su caída, sería el quien cayese a la acera. Menos mal que no cayó sobre mí, por un metro y menos mal que no murió, si bien quedó en estado grave.

 

En estos días, un suceso vivido por mi padre en el Puerto nos mantuvo preocupados a la familia. Paso a relatarlo. Llegó mi padre a casa muy nervioso y tenso, contando a mi madre que en el Bar Teruel estuvo a punto de pelearse con unos individuos y que no llegó a las manos gracias al tío Ramón, que le acompañaba y a otras personas que estaban allí. No capte nada más, pero el pensar que a mi padre le querían pegar me mantuvo expectante a todo comentario. Sabía que mi madre intentaría hablar con nuestro vecino geano y así sucedió. Un tabique de un metro de altura separaba nuestras dos terrazas y allí le explicó el tío Ramón a mi madre lo sucedido.

 

Mi padre, e incluso yo a veces con mis amigos, nos gustaba ir al frontón del campo de fútbol del Fornás, donde se celebraban grandes partidos de pelota a mano. Jugaban juntos dos hermanos a los que mi padre admiraba por su entrega. Cierto día, a la salida del trabajo de la siderúrgica coincidieron en el Bar Teruel. Allí fueron presentados ambos pelotaris a mi padre e inmediatamente le dijeron que eran naturales de Cella. Mi padre, ya nervioso, les comentó que el se había criado en Las Granjas, en Cella. Pero, todo se torció cuando dijeron de que familia procedían y deducir mi padre que había enterrado al de ellos en Gea, provocando la ira de ambos. Deseaba que mi padre estuviera siempre trabajando para yo estar más libre, pues tenía un genio muy fuerte, pero aquel día fue diferente, lo sentí mucho al verle en casa muy apesadumbrado por lo vivido. Menos mal que al día siguiente, los dos hermanos, le pidieron perdón, pues, realmente, nada había tenido que ver en la muerte de su padre. Pasados muchos años y por una casualidad, conocería más datos sobre este caso, sucedido en el año 1936.

 

Sería un geano residente en el Puerto, quien casualmente, allá por el año 2000, me contó lo sucedido. Me dijo que pasando por la Plaza del Ayuntamiento de Gea, un teniente lo llamó y le dijo que fuera a por un pico y una pala y que volviera de nuevo allí. Así lo hizo. Estando ya en la plaza y temiéndose algo malo el chaval geano, otro militar hizo observar al oficial que convendría coger a otro joven y de nuevo, casualmente, pasaba por allí otro chaval de diecisiete años, al cual mando de nuevo el teniente a por otro pico y otra pala. ¿Sabes quién era el otro chaval? Me preguntó mi interlocutor y tras decirle que lo desconocía, me dijo: ¡Tu padre!. Continuando: - Cuando llegamos al Azud ya estaba allí el camión con los cuerpos de los asesinados. Nos hicieron excavar una zanja de 4 m. X 1 m. y otro m. de profundidad. A casi todos los conocíamos. Fue algo para no olvidar en nuestra vida, por eso tu padre y yo siempre nos llevamos muy bien (mi padre había fallecido el año 1996). Cuando, en ocasiones, visito la tumba de las doce víctimas, siento a la vez una gran pena y admiración por estas personas, para mí desconocidas.

 

 

 

 

Panorámica de la Universidad Laboral de Córdoba (U.L.C.), con sus seis colegios iguales.
No figuran las pistas deportivas,  las piscinas y los talleres.

 

En octubre marchaba hacia la calurosa Córdoba, donde comenzaría una nueva vida con muchos alumnos (algunos del Puerto de Sagunto) y los frailes dominicos, pero eso, ya es otra historia. Daba por terminada mi niñez, además, digamos que ya no crecería más y ya tenía barba. Atrás quedaban mis antiguas mentiras y trastadas y lo curioso es que a partir de entonces me ha resultado siempre muy difícil mentir. Rápidamente me acoplé con mis nuevos compañeros de primero de oficialía, provenientes de toda España, pues, conocía los nombres de numerosos pueblos (gracias al periódico deportivo Marca). Además, para ser más presuntuoso, les nombraba a mis compañeros los equipos de fútbol de tercera división que no llevaban el nombre de su ciudad, como el Vetusta de Oviedo, el Olímpico de Játiva, el Recreativo de Huelva, el Calvo Sotelo de Puertollano, el Constancia de Inca, etc. etc. En el colegio era el único turolense (dos años después aparecería un tal Bellido de Utrillas). Ya por entonces comencé a dar la tabarra contando cosas de Gea, pues, recuerdo que con las primeras manzanas que nos dieron de postre (algo tocadas), les decía a mis nuevos compañeros, que en mi pueblo las daban a los cerdos para que comieran (y era verdad). Pero, no se me escapaba la visión de las chicas jóvenes que atravesaban los terrenos de la Universidad, completamente tapadas, con el calor que hacía, para ir a segar el cereal a mano y de sol a sol. Los andaluces tenían, entonces, fama de vagos, pero, no sólo yo, sino todos, admirábamos a estas chicas, acompañadas por un capataz.

 

 

 

Tu solicitabas tu cantidad de comida y si te dejabas o comías sin la servilleta puesta, o con la boca abierta,
los frailes dominicos te castigaban. Existían un jefe de mesa y un servidor de mesa, rotativos semanalmente.

 

 Mi seriedad, por entonces era ya manifiesta a través de mi conducta y así lo debieron de ver los dominicos, pues, desde un principio y durante los cinco años que permanecí allí me encargarían continuamente trabajos solidarios. El primero, la revisión de las sillas de las habitaciones y para ello contaba con repuestos en una especie de cuarto trastero. Seguramente, fray Ezequiel (fray Bombilla, por estar completamente calvo), sabía que me iba a encantar, pues, en dicho cuarto se guardaba también  una verdadera pila de periódicos de Marca ya pasados y retirados de la biblioteca, desde 1957, año en que se inauguró dicha Universidad.

 

En esta ocupación voluntaria permanecería algunos meses y un recorte del periódico Marca, quien me lo iba a decir, 40 años después, traería alegría y malestar al compañero de trabajo Antonio Domínguez (q.e.p.d., falleció en el 2011). Paso a contarlo. Huelga decir que por aquellos días me pasaba mucho tiempo ojeando estos periódicos, máxime cuando en las asignaturas de letras iba sobrado, no así en las manuales, como ya comentaré más adelante. Bueno, volviendo al recorte, este correspondía a un encuentro de copa entre el Zaragoza, mi equipo, y el Valencia el año anterior en la Romareda. Un joven Domínguez, con sus dos goles, posiblemente haya resuelto la eliminatoria, rezaba en el mismo, como así fue, púes, una semana después se producía un empate en Valencia y el equipo maño dispuso de numerosas ocasiones de gol. El recorte lo mantuve siempre dentro de mi primer libro de Política y ambos objetos llevaban muchos años en el trastero de mi vivienda, hasta que allá por el año 2000 decidí darle una sorpresa, regalándole dicho recorte. Lógicamente se emocionó, pero, su compañero de trabajo y amigo, Vicentón, un forofo del C.D. Acero, donde comenzó a jugar al fútbol Domínguez, que lo conocía desde muy joven pasó a increparle por lo que podía haber sido en el fútbol y que por no cuidarse (deportivamente) estaba trabajando en la planta de Nitrato de Fertiberia. Tanto le atacó, que Antonio Domínguez  terminó llorando. Como me pasaba en mi infancia cuando me insultaban repetidamente. Por cierto a Domínguez lo tenía entre los cromos del álbum que perdió mi primo Juan el Alguacil y como yo le diría: -Te pegé con masilla sobre el otro cromo que compartía tu puesto, el brasileño Joel, pues se repetían solamente dos puestos, el de portero y otro de campo-.

 

Decía anteriormente que las asignaturas manuales no se me daban bien. Efectivamente, pero, la suerte estuvo conmigo. Las láminas de dibujo industrial, algunas me las haría mi amigo porteño Vicente Mas, mientras, yo le hacía las redacciones, sacando ambos buenas notas. En cuanto al taller, al ajuste y a la carpintería les tomé hasta rabia, siempre o eliminaba mucho de la pieza de partida o me faltaba. En carpintería tenía un 4,5 y hasta me salió un forúnculo en un dedo, pero, algo iba a ocurrir y de hay que nombre a la suerte. Ana Mariscal, directora de cine, había venido a la Universidad Laboral a rodar la película Hola muchacho, junto a la actriz Licia Calderón y pasaba la primera por el pasillo que separaba a los diferentes talleres de las oficinas de los maestros, observando a los alumnos, cuando se fijó en mí (creo que era el único pelirrojo y pecoso) y pasó a la oficina con el maestro para tomar mis datos. Pero, otra vez me la jugó la timidez, pues, por la tarde, cuando me nombraron por la megafonía en el colegio, para probarme la voz, no fui capaz de presentarme. Dos alumnos con los que había hecho mucha amistad: el palentino José Antonio Macho y el ferrolano Bernabé Alvarez se enfadarían conmigo, llegando a llamarme cobarde el primero de ellos, tras nombrarme tres veces y no contestar ya que según ellos hablaba bien el castellano y además tuve que soportar del resto de compañeros las quejas contra el maestro de carpintería, pues, corrigió mi nota pasándola a un 5.

 

 

Cuaderno típico de la U.L.C. En algunos de ellos hasta llegué a anotar
los resultados de mis campeonatos de fútbol imaginarios

 

Estos dos compañeros a que hago referencia serían mis mejores amigos durante estos años en la U.L.C., al margen de los de los compañeros y amigos porteños. Con Bernabé viviría un episodio muy humano. Durante unos días mantendría un comportamiento intratable con nosotros. Por casualidad, tras una confusión entre los dos por el intercambio de dos textos, descubriría en el suyo un recorte del periódico El Faro de Vigo (que recibía semanalmente), con una esquela sobre el fallecimiento de su abuelo. Por cierto, por aquel tiempo tuve también conocimiento del fallecimiento de la tía Lucía, la que fuera mi vecina de niño en Gea y envié el pésame a sus nietos. Con Fernando el del tío Jorge mantendría correspondencia en algunas ocasiones, mientras estuve en Córdoba y el en Gea.

 

 

Los diferentes ramas de Taller estaban separadas por vallas. A nuestra izquierda se observan las oficinas de los maestros.

 

Hoy día, terminada mi vida laboral, no puedo olvidar mi primer trabajo como electricista, si bien era como aprendiz, en Primero de Oficialía. Ya dije que la carpintería y el ajuste los odiaba, pero, el realizar un circuito eléctrico sobre un tablero (nos construíamos nosotros el interruptor y el portalámparas) y volver tres veces a mi banco de trabajo, porque no funcionaba ante el maestro de taller, me angustiaba, pues según el plano yo creía que lo tenía bien. Menos mal que mi vecino del banco de al lado, el manchego Parra, que se había dado cuenta de mi problema, me dijo con voz muy baja: -¡Mateo, te falta el fusible, es el hilo muy fino suelto y va cogido a los dos tornillos!-. Entonces me di cuenta que en la fotocopia del plano parecía haber una raya muy fina, que apenas se distinguía. No se lo que pensaría aquel maestro, con su sonrisa burlona, pero, yo puedo dar fe de que siempre intenté enseñar lo que sabía a los compañeros que he tenido en mi vida y si pensó que en mi no había un futuro electricista se equivocó, pues con el tiempo trabajaría en la ingeniería de Altos Hornos del Mediterráneo y en el mantenimiento eléctrico e instrumentación de ENFERSA primero y Fertiberia posteriormente, actuando en diferentes facetas de la electricidad a lo largo de mi vida laboral: bobinado de motores eléctricos, automatismos, alta tensión, regulación en corriente continua, electrónica, autómatas programables, control de procesos y además, en el año 1973 obtendría el carnet de instalador autorizado por la provincia de Valencia (el examen, era por primera vez sobre el reglamento de baja tensión). ¿Porqué, a la segunda vez que presenté mi circuito eléctrico al maestro, no me enseñó este dónde tenía el fallo?.

 

Por cierto, tanto intentaba ayudar, que un compañero de trabajo sufriría, en mis comienzos profesionales, una de mis trastadas de años anteriores, trabajando para la empresa Ramis Instalaciones Eléctricas. Se trata de José Márquez, el cual cursaba el último año en la Escuela de Aprendices de A.H.V. y aprovechaba las vacaciones para ayudar en casa. Ambos estábamos realizando la instalación eléctrica de un grupo de viviendas en la calle Asturias del Puerto, edificada por El Americano, constructor que se acababa de hacer muy famoso gracias a su obra del nuevo Centro Aragonés del Puerto (el actual), cuando se me ocurrió algo que llevaba en mente, modificar el esquema de la conmutada de cruzamiento (habitaciones de matrimonio), ahorrándonos pasar un hilo por aquellos tubos rígidos con varias curvas. Lo estudiamos y quedo convencido de mi razonamiento. Recuerdo que no obstante, me decía: -¿Cómo es posible, que esté sin descubrir, si los dos tipos de conmutada que existen deben ser de la antiguedad? ….¿y vamos a descubrir nosotros un tercer tipo?.... Cuando probamos su funcionamiento se producía cortocircuito y tuvimos que sacar los hilos conductores y rectificar. Aún lo recuerda. Por entonces comenzó el cambio de suministro de 125 v. a 220 v. en los hogares.  Los compañeros de trabajo y jóvenes, de edad aproximada, pasábamos a ser amigos, juntándonos también en la calle y en en la pista de baile del Centro Aragonés.

 

Hablando sobre mi formación en la rama eléctrica, otro profesor con el que me llevaría muy bien sería con el de Tecnología, Sr. Echevarría. Era bastante serio, pero, el hecho de que el fuera aficionado al Real Zaragoza, por ser de allí, y que los compañeros vieran por hay un camino para que disminuyera su exigencia, hizo que me diera un trato más cordial. Posiblemente aún viva, pues, entonces tendría unos 45 años. Se sorprendería de dos cosas que le contaría. La primera es que cuando tenía 22 años de edad, trabajé casi un año en un taller de bobinados de motores eléctricos en Sagunto y un hombre ya mayor que venía por allí alguna vez, Donato Rojo Rioja, padre del dueño de la empresa, era el autor del texto sobre bobinados que nos servía para su asignatura de Tecnología. La segunda cosa es que el libro de Tecnología Eléctrica conocido como el Roberjoot, (así como el Diccionario de Inglés Cuyás) de la editorial Gustavo Gili de Barcelona, habían pasado por las manos de mi tío Valentín, el hermano de mi padre, pues unos pocos años después me enteraría que había sido durante muchos años y hasta su jubilación el encargado del almacén de dicha editorial. Mi tío se quejaría en más de una ocasión de que no hubiera ido nunca a Barcelona y de que me podría haber ayudado en asunto de libros.
 

 

 

Junto a mis compañeros de oficialía y nuestro profesor de Tecnología, rama Eléctrica, Sr. Echevarría.

 

Finalizaré estas anécdotas con el fin de curso y con los quince años cumplidos. En el obtendría la calificación de notable, con derecho a elegir oficio, siendo este el de bobinador de motores eléctricos. No había visto un motor por dentro en mi vida, pero, estaba de moda. El profesor de taller que iba a tener en los años siguientes, Fidel Asenjo Tapia, sería una maravilla en todos los sentidos (hasta era socio del Córdoba C.F. y vivimos su primer ascenso a primera división) y aunque no lo haya visto más en mi vida no lo he olvidado jamás. Por cierto, también tuve suerte, pues, mi compañero de banco, Antonio Abenójar y el eran cordobeses y del mismo pueblo, Peñarroya y ya se conocían antes de que llegáramos a la Universidad Laboral de Córdoba. Los tres juntos viviríamos uno o dos años después, un episodio en el banco de taller que pudo ser trágico para la princesa Sofía. Los príncipes, que estaban por Andalucía, visitaron la Universidad. Entraron en el taller de bobinaje interesándose por nuestros trabajos y nuestro maestro les enseñó el motor que casi teníamos terminado Antonio Abenójar y yo, sólo nos faltaba soldar parte de las conexiones. La princesa, que seguramente estaría cansada de tanto protocolo y de que entonces aquello no era para mujeres, fue a apoyarse en la esquina del banco y mi compañero, de repente, se abalanzó sobre mí apartándome y cogiendo al vuelo la mano de Doña Sofía (no recuerdo que mano), pues, por un segundo no puso la mano sobre el soldador que estaba en servicio (la herramienta era tan grande que le llamábamos el cabezón).

 

Si algo me sorprendió al llegar a la Universidad, fue el poder que los deportistas tenían sobre los dominicos, llegando a modificar incluso las notas del curso. Imaginarse, tres años consecutivos de entonces la Universidad Laboral de Córdoba sería campeona de Atletismo de los Juegos Escolares Nacionales en Madrid, amén de varios en gimnasia y un año en fútbol. Antonio Miralles, compañero nuestro, natural de Castellón y amigo de los porteños, sería campeón juvenil de los 400 m. y llegaría a disputar carrera en la Universidad a Sánchez Paraíso, campeón absoluto de España en aquellos tiempos. Las pruebas de atletismo, el fútbol y el cine, junto a las salidas a Córdoba eran las mejores distracciones que teníamos allí.

 

Gracias al cine y a mis bromas, durante un tiempo haría famoso al pueblo de Saldón. Lo cuento. Junto a mis compañeros había asistido en la Universidad a la proyección de la película Recluta con niño interpretada por el actor José Luís Ozores. En una de las escenas, Ozores sale al balcón del Ayuntamiento por orden del alcalde y pide que cambien de música en la calle. Me dio por decir que la letra de la canción que interpretaban al principio era la imaginaria de ..... Los de Saldón gorrinos son, los de Saldón gorrinos son ...... y ante la pregunta de cual interpretaban tras el cambio dije: Lo son y lo serán., lo son y lo serán ..... Los compañeros, cuando se cruzaban conmigo me hacían repetir el ritmo. Anteriormente había hecho saber a todos que Saldón era un pueblo de Teruel más pequeño que el de la película. Durante unos días, mis compañeros se rieron gracias a mi tontería.

 

Quizás por la afición al deporte, la Universidad decidió a partir del año siguiente, aprovechando las visitas que los equipos de fútbol de primera división realizaban a Córdoba, que algunos representantes de estos equipos mantuvieran charlas con nosotros, los sábados. Recuerdo asistir a la de Kubala, entrenador y jugador del Español (en ese momento último en la clasificación), donde el extremo Martínez procedía del equipo juvenil de la Universidad Laboral de Córdoba, a Ochoa, entrenador del Oviedo, acompañado de los jugadores José Luis y José María, pero sobretodo lo que más recuerdo es la visita de Miguel Muñoz, entrenador del Real Madrid y de los jugadores Santamaría y Puskas.

 

Y ello es debido a un enfrentamiento mantenido con Miguel Muñoz. Nunca hice pregunta alguna en estas visitas, excepto en esta. Me dirigí a dicha persona, quizás intentando presumir de mis simpatías por el Zaragoza, cosa que casi todos sabían, preguntándole por su impresión sobre el equipo maño, pues, el último domingo se habían enfrentado ambos en Madrid. Miguel Muñoz me contestó enfadado y con las siguientes palabras: -¡No me hable de ese equipo, no juega al fútbol, sólo se dedica a dar patadas!-. Ante las risas de todos, sobretodo de los madrileños y enfadado yo también le contesté: -¡A Vd. lo que le pasa es que le da rabia que Carlos Lapetra le metiera un gol-. No sabía por donde salir Recuerdo que mis amigos me decían después, -¡Muy bien Mateo, muy bien, que se fastidie!- Mateo era el mote que algunos me pusieron, derivándolo de mi apellido, Alamán, y basándose en el escritor Mateo Alemán. Ahora bien, dejo constancia de que yo no paraba de colocar motes a todos, incluidos los profesores, además les imitaba cómicamente. Unos meses después me vengaría de Miguel Muñoz y de los madrileños con la eliminación en copa del Madrid a manos del Zaragoza pese a la intervención de Di´Stéfano, Puskas, Gento, Santamaría, el joven Amancio, etc. etc.. Aún no estaban los Cinco Magníficos en el Zaragozapero, ya estaba de entrenador el gran César Rodríguez.

 

 

 

César, jugador-entrenador del Elche con 40 años de edad, despertó en mí un gran interés, gracias a este calendario futbolístico
de Chicle Cheiw y a mi primo Juan el Alguacil. Mi ilusión era que fichara como entrenador por el Real Zaragoza. Y se cumplió.

 

 

 

César consiguió dejar 3º al Zaragoza en su primera temporada, 4º en la segunda y 5º en la tercera, amén de algún título. Al siguiente año marchó al
Barcelona como entrenador y me dolió en el alma que no triunfara allí. Observar, el jugador Seminario continua siendo el único Pichichi del equipo.

 

De los profesores que tenía en Córdoba recuerdo muchas vivencias. Contaré algunas curiosas. Por ejemplo, el profesor de matemáticas daba explicaciones trazando en el aire las figuras geométricas, en lugar de en el encerado y en cambio, hacía salir a algunos alumnos a la pizarra para que escribiesen su nombre, ya que decía no entenderles, sobretodo, a los malagueños, los que hablaban un andaluz cerrado. El profesor de política, Sr. Barrada, ferrolano y descarado antifranquista, para aquella época, nos hacía unos exámenes donde sólo había que contestar si o no, resolviendo uno de ellos a la suerte, donde obtuve un 8. Pero, lo más gracioso es que explicaba su asignatura de pie, con el derecho adelantado y moviéndolo de izquierda a derecha constantemente. Lo imitaba sobre la tarima y finalizaba bailando el Twist, por ello decía que este señor era el inventor del Twist-serio.

 

Sin embargo la situación más embarazosa ocurrida este año sería durante la clase de música. Esta clase se impartía en uno de los dos estudios que existían (de unos 200 alumnos) para varias aulas a la vez. Como dije en otro capítulo anterior, este año aún andaba confeccionándome algún calendario particular de fútbol para jugar. Y en esta situación estaba por el centro de la gran sala cuando el profesor se dio cuenta de que no atendía. Los compañeros me llamaron la atención de que me estaba hablando. -Haga el favor –me dijo- léame estas notas, pero, al revés y comenzó a dar golpes pausados en el brazo de su sillón, esperando que comenzara a cantar las notas. Me quedé un poco bloqueado y le contesté: -Sr Manfloro, es que al revés …..-. Toda la sala estalló en risas, algunos hasta se caían del pupitre. Resulta que el Manfloro que todos le decían era un mote, y yo creía que era su apellido. Enfadado, me contesto: -¡No me llamo Manfloro me llamo Alfonso Reyes Cabrera!. Menos mal, era una buena persona y no pasó nada.

 

 

Atrás había dejado mi niñez. Ahora era un joven serio y responsable.

Continuaría prorrogando la beca cuatro años más.

 

Una de las asignaturas que más me chocaría sería la de Educación Física, entre otras cosas, porque al igual que la Tecnología, el Dibujo Industrial o la Política era como nueva para mí. Recuerdo que durante el primer año figuraba como el primero de la lista por orden alfabético y me tocaba siempre servir de muestra para la explicación de los ejercicios o para otras cosas, como cuando el profesor, no encontraba mi pulso y delante de mis compañeros dijo que yo no tenía pulso y no me lo tomó. Cuando el Córdoba C.F. subió a primera división, este profesor, José Luís, pasaría a ser su preparador físico y le harían una entrevista en el periódico Marca, alabando su labor, pues, con la defensa de segunda división fue uno de los equipos menos goleados en primera. Ya dije que en la Universidad el deporte tenía una grandísima importancia. Los veteranos del Puerto nos pedían a los recién llegados que nos apuntáramos a algún deporte y como el equipo de balonmano del Puerto, el AHV. jugaba entonces en la división de honor, me apunté a este deporte. El primer día de entrenamiento estaba lloviendo, me pasaron el balón desde lejos, intenté cogerlo con las dos manos en paralelo, no lo cogí bien y me dio en la nariz dejándome aturdido. Hay se acabó mi vida en el mundo del balonmano. No me apuntaría voluntario a ningún otro deporte. Pienso que lo que no aproveché en aquellos tiempos es aprender a tocar bien un instrumento musical. Si bien, este año me compraría una armónica aprendiendo a interpretar solamente Marina y El mustafá.

 

De mi paso por la biblioteca también recuerdo alguna anécdota, como la vivida con el fraile que llevaba su control. Para poder entrar a la misma necesitabas ser socio y aportar una cuota. Con ello cumplido podías alquilar libros y leer periódicos y revistas. Por ello, los lectores se quejaban cuando faltaba alguna hoja en los periódicos y yo procuraba cuando abría el local que vieran que estaba todo completo. Pese a ello, la hoja del anuncio de un sujetador en la revista París March volaba siempre sin que supieras quien la había arrancado. Así que cierto día, nada más entrar observamos que en la revista Semana faltaba el póster (las dos hojas centrales) dentro de una entrevista a Marisol. Aquello era obra del fraile que llevaba el control y recibía las revistas y los periódicos. Los compañeros me presionaron, teniendo que ir finalmente a su despacho, a exigirle lo que faltaba a la revista. Cuando le comenté la queja este me contestó: ¡Si, he sido yo, pero, por el bien de vosotros!, mire lo que traía, y me enseñó a Marisol saliendo por la escalera de una piscina en bikini y no me devolvió las dos hojas. Como le dije, que no veía motivo para retirarlo, casi me cuesta un castigo. Imaginarse lo que me dirían los socios que esperaban respuesta. Años después y en el viaje de fin de curso, este mismo fraile y unos pocos compañeros se enrollaban con las extranjeras en la playa de Torremolinos gracias a que sabían inglés, y el resto les mirábamos con envidia, dándonos cuenta de que no habíamos aprovechado bien las clases de este idioma.
 

 



Equipo de fútbol del aula de los bobinaores eléctricos. De pie, Cangas, de Noreña (Asturias), entrenador (q.e.p.d.),
Ricardo, de Marmolejo (Jaén), portero, Gimeno, de Torredonjimeno (Córdoba), Insa, de Onda (Castellón),
Tomé, de Ciudad Real, Linares el Guaje, de Gijón, Arranz, del Puerto de Sagunto y  Romero, de Granada.
Agachados, Mancheños, de Toledo, Pérez Argudo, de Marmolejo, yo, Marina, de Ciempozuelos (Madrid)
y Muñoz Grande, de Madrid (q.e.p.d.). Todos nos llevábamos de maravilla.

 

Las habitaciones eran de seis camas con colchón Flex y un cubre que se acoplaba perfectamente, por lo que eran muy fáciles de hacer. También disponíamos de un armario de 2 X 1 m. aprox. En la parte interior de su puerta pronto colocaría un póster de medio cuerpo de Gina Lollobrígida, pues, la consideraba la mujer mas guapa del mundo y otro póster de un anuncio de cerveza alemana con doce pelirrojos trajeados, con su correspondiente jarra. Solía bromear diciendo que los pelirrojos éramos una raza especial. El resto del equipo lo componía una silla (las que yo reparaba en el colegio), una lámpara de pared sobre la cabecera de la cama y un altavoz común.

 

A los del Puerto del colegio Juan de Mena nos colocaron repartidos 6 en una habitación (dos de ellos, De la Fuente y Cortés, regresaban a la siguiente semana al Puerto, pues, tenían plaza en la Escuela de Aprendices) y Francisco Cantero y yo en la otra habitación. Todos nos acoplamos rápidamente y Francisco pronto sufrió una broma que nos enseño un madrileño de nuestra habitación. Este nos dijo al resto que si el quería nos dormía. No le creíamos y Francisco se ofreció para ver si era verdad. Se trataba de hacer de 12 a 15 flexiones y al finalizar el madrileño te abrazaba por detrás, presionándote fuertemente en el pecho. Y cierto, lo depositamos sobre la cama completamente dormido.

 

El altavoz era lo principal que teníamos. No solo servia para despertarnos con música, sino que también escuchábamos los principales intérpretes de entonces: el Duo Dinámico, Paúl Anka, Los Beatles, Los Brincos, Adriano Celentano, etc., así como diversas orquestas, pero, cuando  más me emocionaba es cuando escuchaba una jota aragonesa. No era un aficionado a ellas, pero el escucharlas me producía gran emoción. Por cierto, hablando de Los Brincos, recuerdo que mi amigo, el porteño Vicente Más descubrió que en la canción Flamenco, muy bajito y en algunos momentos se escucha la frase -¡Anda ya, vete a la mierda!- Nadie se lo creía hasta que lo escuchaba atentamente y disfrutábamos yendo detrás de cada alumno y no descubriendo algún enterado. Además, semanalmente se realizaba un programa de radio de contenidos diversos. Yo participaba en el guión del programa deportivo ¿Sabia Vd.?, en el que en cierta ocasión hice el comentario de que en la temporada 42-43 el Real Madrid se salvó de la promoción del descenso a segunda por 1 punto. Se picaron tanto los madridistas que menos mal que a la semana siguiente pude sacar una noticia similar pero referente al Barcelona con el texto: ¿Sabia Vd. que en la temporada 39-40 el Barcelona se salvó de la promoción del descenso por su mejor golaveraje particular con el Celta?, quedando ahora mal con los seguidores de este equipo, sobretodo con el compañero Pérez Argudo. Este, ya por entonces y pese a ser andaluz, un forofo del equipo del Barcelona y del cual guardo una anécdota reciente. Paso a contarla.

 

Quien me iba a decir que unos cincuenta años más tarde, dicha persona daría conmigo y a través de un correo electrónico me hizo saber, entre otras cosas, que su vida laboral había transcurrido en Barcelona y no de electricista siempre, sino de empleado de una Caja de Ahorros, mayoritariamente. Que continuaba siendo forofo del Barcelona y socio desde hacía muchos años de dicho club. Y aquí viene la anécdota: le había hablado a César (q.e.p.d.) de mí, como zaragocista, claro, pues, resulta, que mientras vivió, el exfutbolista y exentrenador, también socio del club, tenía su asiento junto a el y acabaron haciendo amistad. Que envidia me dio. Ahora bien, los correos que he ido recibiendo de algunos de mis compañeros también me han traído pesar, tras descubrir algún fallecimiento.

 

Por cierto, existen dos situaciones muy apreciadas por mí, dentro de la U.L.C. y que no he comentado. Se trata del videoclub, fundado en el año 1961. Aparte de Rin-Tin-Tin, los muñecos de Herta Frankel, los programas del sábado por la noche, la música o las películas, con lo que más disfrutaba era con los partidos de fútbol del domingo por la noche. Sobretodo, recuerdo que en cierta ocasión figuraban trece unos en la quiniela a falta de dicho encuentro y yo jugaba catorce unos (una combinación reducida). Bueno, el Español y el Pontevedra empataron y me fastidié, pero, toda la sala disfrutó conmigo. La otra situación se daba todos los días de fiesta con el salón de cine, donde proyectaban películas elegidas y nos enseñaban a conocer el arte del cine con fascículos incluidos. Sobretodo el mensaje de su guión. Así que, la tarde festiva que no marchaba a Córdoba, con nuestros autobuses, no me perdía la película (la Universidad Laboral, estaba situada a 7 km. de la ciudad). Y por supuesto, otra cosa que no he mencionado son las piscinas. En ellas viviría muchas veces la comparación de la blancura de mi piel con mis compañeros. -¡No te tires aún, Mateo!-, me gritaban y a continuación se colocaban a mi lado para que otros vieran que yo era más blanco de piel. Sobretodo, recuerdo, los de Valladolid. Siempre gane en esta tontería.
 

 

 


 

En los días de vacaciones de Pascua, en el mes de Marzo, ya nos bañábamos en el estanque.

 

Lógicamente, al acabar el curso, tenía nuevos amigos en el Puerto, mis compañeros de estudios en Córdoba: Vicente Más Francés y Arturo Górriz Murria. Con ellos iría al muelle a nadar, a los recreativos, al cine, a las verbenas, con las chicas, etc. Ambos vivían en Wichita y me vino bien el lugar, pues, cuando subía hasta su casa, de paso, a veces, visitaba también, de nuevo, a la tía Concha y a Pilar la Chatica. Ello hizo que me encontrara muy comprometido, al alejarme de mis antiguos amigos. Pepe Flor y Juanito comprendieron mi situación, pero, Fernando el Severiano se sintió molesto (quizás me apreciaba más de lo que yo suponía), no obstante, continuaría llevándome bien con todos, eran los amigos de mi infancia. Estos, no continuaron estudiando, marchando Fernando muy pronto a Alemania a trabajar. Juanito pasaría a ser un pescador muy conocido en el Puerto y Pepe ayudaría a su padre con las ovejas y muy pronto pasaría al nuevo negocio que tenían de venta de agua por las calles, pero, con un camión. Por cierto, durante el tiempo en que redactaba estos capítulos infantiles me he enterado, tarde ya, que había fallecido mi amigo Juanito Cano Gilabert el Cojico, víctima del maldito cáncer. Cuando suceden estos casos siempre te queda el recuerdo del momento más cercano vivido entre ambos. Hace unos pocos años le hice una visita personal al enterarme de un accidente grave que tuvo en su trabajo en el muelle, lugar donde trabaja entonces en la manipulación de bobinas de chapa de unas 15 Tm. Le había caído una de estas bobinas sobre una pierna (no le pregunté por los detalles, me los imaginaba). De su vivienda marchamos al Bar La Fuente a tomar unas tapas y unas cervezas (observando que en la pared del mismo ya no tenía colgado el cuadro de la Fuente de Cella y diciéndome que lo habían trasladado al Centro Aragonés) y recordamos nuestras historias infantiles del circo, de los cigarros de laboreta, del equipo de fútbol de la calle, de la reja de su casa donde nos asíamos para jugar a chorro-morro, de nuestras familias (tenía un hijo que había formado un conjunto musical, como mi hijo mayor), de nuestros amigos y vecinos ya fallecidos, pues a partir de niños, conforme pasaban los años fuimos perdiendo roce, etc. etc. Siempre tendré el recuerdo de lo animoso que de niño fue conmigo.

 

Por cierto, hablaba en el párrafo anterior de La Chatica y no puedo pasar por alto una anécdota sobre ella. Cuando me casé (año 1973), ella y su marido, Amador Barrachina, me regalaron un reloj de cocina. Dicho reloj, hace años que pasó a adornar la cocina de la vivienda de Gea y por ello, cada vez que voy al pueblo, para mí, hay está ella con su simpatía. A veces, un detalle sencillo se convierte en un detalle para toda la vida. ¡Cuanto enseña esta!.

 

Atrás quedaban mis trastadas. Bueno, aún me esperaba alguna a mis veinte años en el Servicio Militar. Como todos los españoles, si me pongo a contar no termino mi narración. Os diré que en la Compañía de Servicios de la Base Aérea de Manises estábamos ubicados a su derecha los veteranos y a la izquierda los reclutas y que mi estancia en la Universidad Laboral me había venido muy bien para los ejercicios de la instrucción, pero, en lo concerniente al resto de actividades, me encontraba como de párvulo en Gea. Sino, juzgar mi primer día. Me designan el petate (cama), hablo con los de al lado y cuando me vuelvo ya no tengo las sábanas sobre este. Voy al despacho del sargento a quejarme y junto a el estaba su dormitorio con un par de sábanas plegadas sobre su cama, selladas con el escudo de la Base Aérea, como las mías desaparecidas. Acto seguido me las llevé y las guarde en mi taquilla. A los pocos minutos el sargento mandó formar filas y menos mal que no registraron, pues era consciente que era el último eslabón de la posible cadena. Alguien que no fui yo puso dos sábanas sobre la cama del sargento.

 

Aún no me había rehecho del apuro cuando ya estaba metido en otro. Me robaron la gorra visto y no visto. Menos mal que mi nuevo compañero, un tal Correa, que ocupaba la cama superior y ya llevaba algún año de taxista y vivía en la calle Sueca de Valencia me echó una mano. Me dijo que me tumbara sobre el somier y el petate y a continuación le quitó al recluta de al lado y del bolsillo trasero su gorra y los cubiertos, tirándome esta sobre mis piernas y que yo escondí rápidamente. El otro joven se volvió rápido y Correa le entregó los cubiertos afirmando que el sólo le había cogido los cubiertos (por cierto no recuerdo si eran tres o menos). Casualmente el joven, ahora sin gorra me caía muy bien, pues, era una persona sencilla, natural de un pueblo pequeño de Cuenca y ambos estábamos en el Cuerpo de Aviación gracias a un enchufe del exterior. No así como el compañero Correa. A este lo había metido allí el Teniente General Rey Rodríguez, Jefe de la III Región Aérea. Cuando aquel buen chico me preguntó directamente a mí si era así, se me cayó el alma y además tuve que mentir, con lo difícil que ahora me resultaba hacerlo, todo lo contrario que en mi niñez. ¡Maldita mili!.

 

 

Una de las pocas fotos que guardo del cumplimiento de mi Servicio Militar.

 

Y ya por la noche, al pasar lista el Sargento de Semana, leyendo este sobre sus papeles, viviría una de las representaciones teatrales que tardaría años en comprender su guión. Primero pasamos nuestro primer día de lista todos los reclutas y a continuación comenzó a hacerlo a los veinte soldados formados ante él. Pronto me di cuenta de que uno de ellos ya había contestado presente y al poco tiempo ¿presente? y mas tarde ¡presente!. Al finalizar pensé que los veteranos habían pasado lista también por el resto de compañeros que incluso, no tenían pase pernocta. Los reclutas, formados enfrente de los veteranos y en el pasillo entre las camas, no dejábamos de reír asombrados. ¿Cómo era posible que el sargento no lo descubriera?. Bastantes años después pensé: primero, que el sargento lo sabía, segundo, que el intervenir le iba a suponer más trabajo y quizás papeleo y tercero que no iba a pasar nada, pues, muchos soldados estaban aún en Valencia e irían llegando más tarde.

 

Finalizaré las anécdotas de mi primera noche en el cuartel diciendo que, el cabo, arrestó sólo a unos cuantos reclutas por contestar a los veteranos una vez acostados y que un maldito veterano pasó, cuando ya estábamos dormidos, por el pasillo de detrás de nuestras cabeceras (de 50 cm. aprox.) y nos fue dejando unos poquísimos polvos de colorante de cocinar sobre nuestras almohadas. A la mañana siguiente nos levantamos todos chinos. Hasta los lavabos estaban amarillos y no digamos de las sábanas blancas. El sargento mandó formar a los veteranos, pero, nada pasó.

 

Con el final de este capítulo doy por terminada, por el momento, mi recopilación de anécdotas. Espero que os hayan entretenido y por favor, perdonad si algún párrafo os ha ofendido, no era esa mi intención.

 

Abrazos.