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RECUERDOS DE MI INFANCIA
 

CUARTA PARTE

 

INTRODUCCION

Decía mi amigo, el geano Constancio Aznar el Secretario, ya de niño: -¿Porqué no cuentas tus aventuras?, tienes muchísimas. -. Y es cierto. Me lo ha recordado muchas veces y siempre ha exaltado el almacén de mi cerebro. Nuestro amigo Francisco Ortiz el Gato (q.e.p.d.) me lo propuso también siendo  aún niños (lástima que este no haya podido conocer mi trabajo en la web y las presentes líneas).

Ninguno de nosotros, ni de los otros niños, nos imaginábamos  en aquella época, que mi interés por las cosas del pueblo y mi afición a la Historia posterior derivaría con el tiempo en la creación de un sitio web sobre Gea. Por ello, tras el homenaje que se me tributó por parte de la Asociación Amigos de la Radio de Gea por fundar y mantener www.geadealbarracín.com, que muestra al mundo como es parte de nuestro pueblo y la Sierra de Albarracín y Cella, Enrique Cobos Laborda, presidente de la Asociación y geano de adopción, también me lo propuso, e incluso es bueno para la radio, me dijo.

Tras todo esto y que ahora contaba con un nieto de casi dos años de edad y de una nieta, recién nacida (cuando mis hijos me habían advertido que no iba a tener nietos), consideré que estos cuentos reales vividos en mi infancia, muy originales en otra época, se perderían con el tiempo, si no los dejaba escritos (en casos de duda se observará en la descripción de los hechos). Por ello, en los relatos, voy a intentar ceñirme a la cronología de las situaciones vividas, lo mejor posible, pero, soy consciente de que será más fácil redactarlo si en ocasiones me traslado a otras edades, lugares y personas. Además, que conste, escribo de corazón. Pienso llegar hasta los 14 años, de hay que muchas anécdotas correspondan al Puerto de Sagunto, lugar donde marché a vivir con mi familia, un mes antes de cumplir los 9 años y a la Universidad Laboral de Córdoba, centro donde ingresé a los 14 años, para aprender un oficio.

Por cierto, tras ser escuchados los diferentes capítulos en la emisora de Radio Cultural de Gea, pasados a voz, algunas personas me han comentado datos relacionados, lo cual, añadido a algún recuerdo lejano que viene a mi memoria, me dice que estaré actualizando todo el resto de mi vida. Digamos de paso que fue redactado entre septiembre del año 2012 y febrero del 2013.

Va dedicado a todos aquellos geanos, geano-porteños y simpatizantes que vivieron junto a mi su infancia (década de los 50), esperando que no se molesten y que les sirvan de entretenimiento algunos de los párrafos. Pero, eso sí, recordad que entonces éramos niños y vivíamos muy diferente a los niños de la actualidad.

Quiero que quede constancia de mi agradecimiento al Grupo de Gea de Facebook (al cual pertenezco), por las fotografías que aportaron a la actualización que he realizado este año de 2015. Gracias.

 

 

CAPITULO X
 

1957. EXTRAORDINARIO, DOS TEMPORADAS EN GEA

 

Así es. Mi madre se trasladó a mitad de febrero al pueblo, para dar alumbramiento a mi hermana María de las Nieves. Este año, yo estaría por dos veces en el pueblo. Ello supuso un total de cuatro meses y medio. Ni soñado. Recuerdo, que mi madre, cuando teníamos que subir al pueblo se aturullaba. El viaje ocupaba casi un día, por ello, ella casi no dormía la noche anterior. Teníamos kilómetro y medio hasta el Trenillo que nos llevaba a Sagunto, donde cogíamos el tren Correo hasta Teruel. Allí, tras subir la Escalinata, comíamos en casa de su hermano Victorino y a la tarde cogíamos el autobús con destino a la Sierra, en el Ovalo (por cierto en este año, 1213, este gran mirador cumple los 250 años). La maleta nos la subían desde la estación de tren hasta la estación de autobuses unos portadores que se dedicaban a ello. ¡Menos mal!. Una vez en Gea, mi madre tenía que saludar a las personas, cosa que le costaba mucho a causa de su timidez.

 

El autobús, otra emoción. Era como si el mismo formara parte de la Sierra de Albarracín. Cuando
tenía ocho años, gracias a la boda de mi tío Victorino en Teruel, viviría una gran aventura.

 

Continuaba superándome en el colegio. La Enciclopedia de Grado Medio formaba parte de mi cerebro. Y el libro de los dictados, por ejemplo, lo repetíamos y nos corregíamos unos a otros, lo cual produce gran asentamiento. El profesor, que enseñaba a 60 alumnos a la vez (de distintos niveles), escribía en el encerado: ¡Carreras!, del 101 al 150. Nosotros ya sabíamos que había que hacer 50 problemas del libro de Matemáticas u operaciones con quebrados. El tenía el libro de soluciones. Dictaba los resultados y nos corregíamos también los unos a los otros. Acabábamos repitiendo el libro. Además, por decisión propia también practicaba la escritura a máquina en una Olivetti (mi padre pagaba 50 pts mensuales por las clases, más otro poco, que no recuerdo, por ello y por el repaso). El maestro, para llevar el control de tanto alumno utilizaba una regla gruesa. Te ponía de rodillas, te cogía la cabeza entre sus piernas y ambas manos en tu espalda y te atizaba en el trasero y en la suela de los zapatos. Imaginarse, muchos llevábamos zapatillas con suela de plástico. Con dicha regla, como Don Lázaro anteriormente, sólo me pegó una vez, por darnos con el libro en la cabeza mi compañero de pupitre, Federico Aznar, y yo. Este era su enchufado (tenía por padre al famoso Aznar, practicante, hoy día ATS) y le propinó una fuerte paliza. A mí solo me dio un reglazo y aseguro que pica. De nuevo me salvaba de la catástrofe, como con Don Lázaro, tres años atrás.

 

Mi madre se encontraba embarazada. Mi padre contaba que el no quería más hijos, pero, su amigo, el también geano Jerónimo el Andorrano, le insistió que no se quedara sólo con uno, pues, le podía suceder lo que a él. Se le había muerto su hijo único a los 9 años de edad. Posiblemente por la morriña o por que mi abuela insistió en febrero partimos para el pueblo mi madre y yo. Mi padre habló con el maestro de los mayores de Gea (le llevó un jamón) y comencé las clases con mis amigos geanos. Por cierto, el segundo hijo de Jerónimo, nacido tras el fallecimiento del primero, moriría aún joven, pero dejó una gran obra de pintura, La Fuente de Cella, un cuadro de gran tamaño, que actualmente puede ser visitado en el Centro Aragonés del Puerto de Sagunto. Sus familiares de Gea, los Andorranos, todos los veranos me preguntaban por ellos y a mí me gustaba darles explicaciones.

 

Mi madre ocupó la cama de la alcoba y yo que siempre dormía allí pasaría a lo que había sido durante años la habitación de mis tíos. Dicha habitación daba paso a otra donde mi abuela tenía la artesa y por cuyo ventanico de la fachada (recordemos el comentado en el primer capítulo, otro ventanico), se veía la torre de la iglesia y su reloj. Pero, lo que más me llamaba la atención de la habitación de mis tíos, aparte de la ventana que daba al Barranco del Curadero, era las dos bandurrias colgadas en la pared (cosa que nunca vi tocar a ninguno de mis tíos), la palancana con su soporte y espejo, donde yo me aseaba y la instalación eléctrica de un punto de luz en el techo, realizado por mi tío Juan, con hilo de cobre trenzado sobre aisladores. Mi tío había aprendido muchas cosas haciendo el servicio militar en Calamocha, solía decir.

 

Hablando de la alcoba, esta también me produce muchos recuerdos, a veces molestos como cuando aparecía dolor de vientre que curaba mi abuela o no conseguía dormirme (uno de mis padecimientos en mi vida) y escuchaba durante la noche y sin parar las campanadas del reloj de la iglesia. Otras veces humorísticos. Mis abuelos me hacían reír mucho con sus cosas, propias de un matrimonio de abuelos. Recuerdo como se quejaba mi abuela cuando se le enfriaba el ladrillo de los pies, previamente calentado y envuelto en un trapo, o cuando mi abuelo se tiraba un pedo, o cuando comentaban cosas de su mundo y yo me hacía el dormido.

 


 

Los nogales, esos árboles gigantes curativos de gran presencia en la huerta geana.

 

Me encantaba remover las cosas que tenían guardadas en el solanar y jugar con ellas. De un arcón sacaba la gabardina y el gorro militar de mis tíos y me ponía a interpretar el papel de general. Leía algún periódico antiguo que dejaba en la casa su primo Antonio, cuando este venía a ver a su madre, mi tía Manuela, desde Valladolid. Recuerdo tener en mis manos una carta que años antes y durante el servicio militar le había enviado a mi tío Juan su amigo Ventura el Bolo. En ella le decía: -Tranquilo Juan, tu novia Isabelica está bien vigilada. Va al baile, pero no baila con nadie. Sólo escucha la música - . Para entonces, ambos novios ya hacía dos o tres años que habían roto su relación. Leer todo aquello y los Mensajeros de San Antonio, allí almacenados, donde Gea, superaba a todos los pueblos de Aragón, en la relación limosnas por habitante, constituían una delicia. Además, ya sabemos que en el solanar estaba la carnera y colgando de un palo horizontal, los chorizos, entre otras cosas, así como herramientas para las diferentes productos caseros.

 

 

Hace sesenta años yo me sentaba en clase en el lugar de esta mesa (actual bar del Centro de Día). Quizás Mariano
(q.e.p.d.), el del fondo, y su compañero de juego de cartas, también tuvieran por maestro a Don Lázaro y su vara.
 

De aquellos días, tan diferentes a los del verano, recuerdo que prácticamente no ayudaba nada en casa de mis abuelos. Me juntaba con mis amigos por la carretera. Continuábamos con la limonada de Nieves la Tafilas y con nuestros cuentos. Bueno, digamos que en el viejo salón de El Soguero y bajo los músicos, bailé por primera vez con una chica, mi prima Virgilia y que la pieza musical era Por el camino verde. En el colegio del Puerto apenas dábamos lectura y aquí, los alumnos, se colocaban delante de la mesa del maestro, en pie y rodeando a este, leyendo con una entonación que parecían actores. El profesor, cuyo nombre no recuerdo, hacía saltar aleatoriamente el turno de lectura y me pillaba soñando despierto. Los propios compañeros me reñían, antes que el profesor, lo que da una idea de la seriedad con que trataban a la lectura, o quizás, hoy día ya, con más mundo corrido, pienso que quizás lo hicieran para tomar un ligero respiro, mientras se mantenía la protesta. Otra diferencia es que realizaban trabajos manuales sobre la mesa (posiblemente elegíamos la pieza). Hice una espada de madera. El tintero era otro problema, por mucho cuidado que tuviera acababa manchándome. Por lo demás, me acoplé bien, pese a ser de los más jóvenes en la clase de los mayores.

 

 

Donde están los niños construiríamos un patahuevos mi amigo Constancio Aznar y yo, en marzo de 1957.
La imagen es válida para entonces, excepto la puerta pequeña de nuestra derecha. No existía entonces.

 

Por aquellos tiempos los alumnos mayores también tenían sus problemas con el profesor, no en mi presencia, pero, si por lo que les escuchaba contar. De ello recuerdo que contaban que el maestro, en un momento determinado, quería que todos tuvieran su mote, según decía, cosa típica de los pueblos. En otra ocasión, el profesor pegó a Pablo el Parretas y su padre se presentó en la escuela y casi se pelea con el maestro. Que pocos padres adoptaban una defensa contra estas actitudes.

 

En el Puerto había aprendido a construir patahuevos (hoyo, al que se le añadía alguna sustancia y que después se tapaba con poca base y tierra). Con la ayuda de Constancio preparé uno en el centro de la puerta de entrada al claustro (los toriles durante las fiestas patronales), en el suelo de la plaza y en el metió el pie Don Lázaro. Como no hubo ningún accidente y estábamos en la otra clase, digo yo, el caso es que no paso nada. Lógicamente los chiquillos mantuvieron el silencio. Por otra parte, no recuerdo que jugáramos al fútbol en la plaza de El Carmen durante el recreo. En el Puerto, detrás de las Casas de Menera, inauguradas por esa época, en un campo con mineral de hierro de piso, nos pasábamos todo el recreo jugando al fútbol. Nicolás Clavel, uno de mis compañeros de pupitre, sería posteriormente el capitán de la selección juvenil valenciana y jugaría al fútbol en la segunda división con el Levante, unos cuantos años. Otro año mi compañero sería Fede, el otro pelirrojo de la clase, del cual ya he hablado y que terminó trabajando en Bancaja, otro año lo fue Jordán, el cual sería con el tiempo el mejor jugador de balonmano del Puerto e internacional y por último Julio Tarancón, el cual vivía en el barrio de Wichita y tenía un bar. Curioso nunca tuve a uno de mis amigos. Posiblemente fue una sugerencia de mi padre al profesor, ya que lo visitó en alguna ocasión y siempre estuvo pendiente de mi aprendizaje.

 

Mi grupo de amigos del Puerto se reducía a cuatro chicos, a los cuales hago referencia en muchos capítulos y que también estaban en mi colegio. Solíamos ir juntos al cine Victoria u Olimpia los domingos y recuerdo el estruendo que se montaba cuando aparecían los buenos de la película para atacar a los malos. En la calle jugábamos también con alguna niña. Por ello, viví un día de asombro el 19 de Marzo, pero no por ser las Fallas, sino porque en Gea se celebraba el cumpleaños de Josefina la Albardera. Se juntaron un grupo de niñas en la era de Narro, jugando al salto de la cuerda. Nos dejaron participar a los chavales, juntándonos muchos niños. Ellas habían sido invitadas a tomar chocolate. Todos lo pasamos magnífico. Cuando falleció Joaquina la Gata, lo sufrí como un mazazo, pero, siempre tengo el recuerdo de cómo disfrutó aquel día, cuando era niña, la que más batía la cuerda, para intentar enredar a los niños.

 

 

Por orden y de nuestra izquierda a derecha, Amparín, Isabel y Josefina de niñas.

 

Y aquel recuerdo del mes de marzo era muy importante para nosotros, máxime, cuando en el verano del año anterior, recuerdo como una tarde estuve jugando al escondite en el corral de mi prima Virgilia con ella, Angeles y Pilarín la Patatillas. Mi prima negó la entrada en el corral a Rafael y Constancio y estos tenían que contentarse con asomar sus cabezas por encima del muro superior, en el camino a las eras y escuchar nuestros gritos. Al finalizar, Rafael me echaría en cara el que no las hubiera abandonado por el desprecio a ellos y recuerdo que Constancio contestó: ¡Ojala hubiera sido yo el invitado!.

 

Quizá, de estas dos últimas anécdotas, recuerdo, que durante el verano y quizás debido a que mis amigos ya tenían más trato con las niñas de nuestra edad, sucedería otra de nuestras aventuras. Rafael sugirió ir a casa de Josefina la Albardera y así poder verla, pero, ¿qué escusa pondríamos?, Constancio sugirió la idea. Cogeríamos unos cuantos caracoles e iríamos a vendérselos a su casa. Así lo hicimos, pero ella no salió o no estaba y a la buena de su madre le tocó comprarnos los caracoles. Nos dio una peseta y nos fuimos a la vivienda de enfrente, a ver otra vez a Nieves la Tafilas y a por nuestra botella de vidrio con gaseosa. Me pregunto ahora, si Nieves no estaría harta de nosotros, pues el comercio lo tenía en la planta baja y nosotros llamábamos en un primer piso y además, ella, no sabía que también queríamos verla, aunque fuera mucho más mayor que nosotros.

 

Ya con esta edad, durante el verano, los niños ayudaban mucho en sus casas. Yo, prácticamente en la era y poca cosa más. Pero, José María Marzo, Rafael y Constancio vivían en otra situación, además, los padres de los dos últimos ocupaban puestos no estacionarios y desconozco cuando vinieron a vivir a Gea. El padre de Rafael (no recuerdo su nombre), de apellido Vázquez, leonés y guardia civil y la madre (no recuerdo el nombre) de Albarracín (con el tiempo, quien me lo iba a decir, familia de familia mía). El padre de Constancio, Don Ismael Aznar, natural de Montoro (Teruel) y la madre (no recuerdo el nombre). Con el paso de los años y hacia el final de su vida, mi padre, cuando subía al pueblo, agradecía que estuviera el Secretario, también jubilado, para disfrutar ambos con el juego de las cartas, en el bar de La Coletina.

 

 

 

Puerta posterior o de la carretera del comercio del tío Tafiles. Nieves, su hija, nos entregaba aquí las gaseosas a los niños.
Mientras nos las bebíamos en el foso del portal, charlábamos. Se me ocurre ahora ¿nos escucharía Nieves tras la puerta?.
 

El 29 de marzo, a primeras horas, nacía mi hermana, en casa de mis abuelos. Ya llevaba rato escuchando ruidos y gritos desde mi habitación (arriba), cuando mi tía Consuelo la Alguacila (q.e.p.d.) subió unos escalones, con mi hermana en brazos, para decirme: -¡Mira, has tenido una hermanica ! -. Le contesté. - ¡Ni falta que hace!-. Mi tía se fue enfadada (siempre tuvo mucho genio), pero, en mi vida ha sido como mi segunda madre (ha fallecido este año, 2013). Además, aquello significaba que la partida para el Puerto estaba más cercana. Pero, en cuanto la vi. tan poca cosa, cambié radicalmente de opinión.

 

Vino mi padre y estuvo un par de días. Unos cuantos días más tarde regresábamos los dos hermanos y nuestra madre al Puerto. Esta vez no como la tragedia de los demás años, ya que las vacaciones del verano estaban más cercanas. En el regreso a nuestra casa nos acompañó hasta Sagunto el geano Julián el Rocleros, entonces joven militar del cuerpo de aviación que regresaba a Manises tras un permiso. A veces me lo ha recordado y además me dice: -Y llevábamos a tu hermana recién nacida -. Lejos estaba yo entonces de imaginar que ambos haríamos el servicio militar en la Compañía de Servicios, lógicamente, con unos nueve o diez años de diferencia. Por cierto, durante el servicio militar no coincidí con ningún geano, bueno, perdón, con un sargento, Martín, familia de Bernardo el Chicuto.

 

 Ahora tenía un nuevo trabajo añadido: tener a mi hermana en brazos. De nuevo, mi padre cumpliría la palabra de dejarme subir al pueblo, tras presentarle las notas. Otro momento de los buenos se producía durante el viaje, cuando el tren paraba en Segorbe, pues, subía el heladero con su recipiente y en todos los viajes me compraba un helado de vainilla.

 

 

 

Julián el Rocleros, uno de los últimos pastores de Gea, junto a un familiar y sus ovejas.

 

Recuerdo que estando en el pueblo, una noche, incluso lloviendo y con paraguas, marché con unas personas mayores entre las que se encontraban mi tío Juan y mi tío Pedro a coger caracoles a los aluviones del río, en las choperas, por la partida de las Sernillas, y llevábamos un canasto. Lo llenamos hasta la mitad, con la ayuda de la luz de unos candiles.

 

En cierta ocasión Pepe el Matachin nos llevo a los amigos al huerto de su padre, muy cerca del río y probamos una fruta que yo creía que en Gea no se producía. Se trataba de una plantación de sandias. Pepe nos las enseño, presumiendo de ello y nos ofreció una, nos la comimos y cuando ya no estábamos con él, regresamos el resto de nuevo a su huerto y las probamos de verdad. A veces he pensado, en que menos mal, que no caímos nunca en que un interruptor en la pared del molino suministraba electricidad al alumbrado nocturno del pueblo. Mejor, posiblemente hubiera ocurrido alguna desgracia. Durante mi vida laboral he visto accidentes que estaban casi en el imposible, pero, ocurrían.

 


 

Interruptor general del alumbrado nocturno de las calles del pueblo situado en la pared del molino frente
a la calle Curadero.
Durante su uso, importantísimo. Por lo menos, para Julián, el sereno.

 

Pero, para desastre el que le causamos al tío Luquillas. Este hombre tenía en la huerta y cercano una pequeña plantación de zanahorias, así que le hicimos parte de la recolección y nos fuimos con ellas a las eras más cercanas. A los pocos días, pasaba yo solo por la puerta de su casa, junto al Callejón Estrecho, en la esquina de la calle de la Iglesia (la edificación de la vivienda de Aniceto hizo desaparecer la puerta) y salio dicho hombre en ese momento, abordándome a continuación y diciéndome que yo tenía que saber quienes habían sido los desgraciados de los ladrones, que se lo dijera, pero no solté prenda. No se si le diría algo a mi abuelo, pero, lo que si se es que si llega a estar mi padre en el pueblo y le dice algo  .......

 

 

Mi amigo Antonio el Jareño acompañado de parte del grupo de amigas, cuando ya no éramos niños, el día
de la boda de Nieves la Tafilas. Tras ellos la puerta de la vivienda del tío Luquillas, hoy día desaparecida.
 

Otro día importante, por entonces, fue el vivido en un solar por el centro de los edificios de la calle de Las Nogueras, con varios niños. Alguno de ellos propuso quitarnos el padecimiento de la fimosis y en aquel lugar encontramos nuestro hospital. Recuerdo que cada uno se ocupó de su operación y que yo, que tenía algo del fimosis me la quité, en aquel momento. Aún me parece que escucho el coro de gritos. Otros niños como Pepe el Molinero, Antonio el Capilla, Miguel el Perdigón y su primo Andrés, Pepe el Patatillas, la cuadrilla de Victorino y Cesar, Angel, Antonio el Garroso, etc. no eran amigos de nuestra cuadrilla, pero, a veces iban revueltos con nosotros, sobretodo en las fiestas y lógicamente en el río, durante el baño. Después de mi infancia, al ir igualándonos, mantendría mucha relación con mi primo Victorino.

 

Algunas veces, cuando mis hijos, tenían los once años, les he echado en cara lo que su padre era capaz de hacer a su edad. Mi padre me lo reprochaba, diciéndome: - No te quejes. A esa edad yo estaba de recadero en la casa de los Picazo y ayudaba en lo que me mandaban. Cuando tenía tu edad, el maestro y otras personas, viendo que era muy espabilado consiguieron que me fuera a estudiar a un pueblo de Alicante (creo que a Campello), con los maristas, y ponía tanto empeño por aprender que me costó una enfermedad de los nervios, viéndome obligado a regresar al pueblo a los once meses-. Yo vería, mientras el vivió, que siendo peón, apenas tenía faltas de ortografía y siempre estaba leyendo todo tipo de información y viendo televisión formativa. Como solía decirme: - Hijo, si con cinco años estaba cuidando vacas en Las Granjas, en Cella y mis primeros Reyes Magos los tuve a los  doce años. ¡Me trajeron un higo! -.

 

 

Esta foto corresponde a la estancia de mi padre en un colegio de Los Salesianos.
Por deducción creo que es el tercero de la segunda fila de niños y a nuestra derecha.

 

En el Puerto, en la calle del Mar, aún con piso de tierra, jugábamos los niños a muchas cosas. En ellos participaban normalmente Ramón (q.e.p.d.) y Narciso, los hijos del tío Ramón el Sastre (Ventura era muy pequeño). Si era al fútbol, pegábamos con el balón en las cortinas de las puertas y nos echaban de allí. Así íbamos recorriendo de tramo en tramo nuestra calle. En cierta ocasión se estaban apedreando sin fuerza y a una distancia de unos 20 m. dos de los niños y yo estaba en el centro y sentado en una puerta, leyendo un tebeo de los que me dejaba la vecina Pepi y me dieron en la cabeza con un pedazo de teja, haciéndome una herida y sangrando. Por cierto, hasta los catorce años no sabría lo que era una inyección y fue por unos ganglios que tenía. Recuerdo que el practicante (un señor de Monterde) diría que ello no hacía falta. El centro de socorro lo teníamos a unos 100 m. de nuestra casa (junto al colegio de Begoña).

 

Otra situación curiosa que viviría por aquellos días, sería con otro vecino, Benjamín Reyes (q.e.p.d.), un año menor que yo y que vivía en mi calle en el nº 47. Detrás de su vivienda, en la avenida Camp de Morvedre, estaban edificando la primera vivienda de este tramo (villa Marisol) y ambos estábamos jugando junto a los escombros de la cimentación cuando me encontré una moneda de 2 pts y 50 céntimos. El rápidamente gritó. -¡Parte para los dos! – y tras consultar con los otros niños vecinos y decirme estos que yo debía de haberme anticipado diciendo: -¡Parte para mí sólo! -, tuve que darle la mitad. Murió en un accidente de tráfico regresando de Cuenca y mientras vivió me lo recordó a veces. Recuerdo cuando en su casa le ayudaba a sacar agua de un pozo con una bomba mecánica fija, cosa que no vi nunca en otra vivienda del Puerto.

 

En la calle, de tierra, los chiquillos desarrollábamos una gran actividad y nos llevábamos muy bien. Recuerdo jugar además del fútbol, a las canicas (hacíamos pequeños pozos), a la trompa, a las tellas (jugándonos los cromos), al pike-palo (lanzamiento de un pequeño palo tras lanzarlo con un golpe con otro palo), al chorro morro (los que perdían se colocaban debajo y ahora debían acertar que dedo le ofrecía el que había saltado sobre el), al cual recuerdo jugaban hasta las chiquillas, a las tabas (eran unos huesos y el perdedor sufría castigo), etc. etc. Además, por la calle y mientras jugábamos pasaban el aguatero, el vinatero, el yerbero (un carro con alfalfe), el polero, el rosquilletero, el mielero, el pellejero, el afilador con su silbo, vendedores ambulantes, hombres que marchaban o volvían de trabajar, mujeres y niños que íbamos a comprar, etc. etc.

 

Cuando, en alguna ocasión, paso por la calle del Mar, hoy día la casa pertenece a mi hermana María de las Nieves (yo heredé la de Gea), no veo ni una persona. Las viviendas en la zona de la playa eran casi todas plantas bajas. Por cierto, la primera finca (cuatro pisos) que se construyó sería en el año 1965, realizando yo la instalación eléctrica (actualmente, en su bajo está el famoso restaurante de Don Pique). También, por entonces, realizaría la instalación de la primera finca en la playa de Canet (cuatro pisos) y el nuevo Cuartel de la Guardia Civil del Puerto. En este último trabajo estuvo a punto de matarme mi compañero Gregorio, sin querer. Bueno, era otra época y debo contar cosas que recuerde de cuando era niño.

 

Decía que la calle del Mar tiene hoy día escasa actividad, pues bien, la de la calle Alta, en Gea, es prácticamente nula, cuando en mi niñez, todas las casas estaban ocupadas y además, como ya dije en otro capitulo, en su centro estaba la carnicería. Abajo de la cuesta y tras de la iglesia continua el horno municipal, subsistiendo con sus productos hechos a leña. Enfrente, en casa de Concha, la primera casa recuerdo cuando su madre tenia vacas de leche y mi madre solía comprarle en verano. Por cierto, arriba en la parte llana, recuerdo que vivía aparte de mis tías Victoriana y Ascensión, el tío Escolástico este en la última vivienda (siempre me choco este nombre), con su mujer (creo que se llamaba Rafaela) y su única hija, Manuela. Tenían un pastor para su ganado ovino, Aurelio, el hijo de la tía Consuelo la Morena, mi vecina y abuela de barrio. Ambos, tras su correspondiente noviazgo terminarían casándose y viviendo en la Casa Grande. Lástima, seguro que se han perdido los datos de una gran historia de amor. La naturaleza no quiso darles hijos.

 

 

Sentada, mi tía Victoriana. A su izquierda su hija Ascensión la Sorda y la otra persona es
 la tía Anunciación, una de mis abuelas de barrio (de la Placeta del Estanco)

 

En casa del tío Ramón, en el Puerto, recibían en ocasiones la visita del tío Capador (familiar suyo no geano) y en una ocasión el Pellejero de Gea. Se les conocía por este apodo y no recuerdo sus nombres. Resultaba curioso el que estuviera acostumbrado a verlos por el pueblo capando cerdos o recogiendo las pieles de los animales sacrificados y ello me hacía recordar más mi infancia anterior.

 

 

CAPITULO XI
 

1958. COMIENZA EL CAMBIO, PERO, QUEDAN TRASTADAS.

 

En la escuela continuaba superándome, pero durante este año aún haría alguna trastada, dejándome llevar por mis amigos del Puerto. Así, recuerdo que en cierta ocasión, mi amigo José Flor y el geano Fernando el Chorifaqui  (mote impuesto aquí por Flor en lugar de el Meregildo, como se le conocía en Gea) le lanzamos piedras a una farola de pared. Tras lanzar los tres varias piedras a dicha farola, acerté a darle por casualidad, a la mismísima  bombilla. Fernando se estuvo riendo de Pepe, pues, este se consideraba una figura en el lanzamiento de piedras, no en vano, ya dije en otra ocasión que poseía el único ganado ovino del Puerto y siempre estaba lanzando piedras. Se picó y ello traería consecuencias. De nada sirvió que yo dijera que había sido cuestión de suerte. Días después, tras salir del repaso, me desafiaba a romper los cristales de unas ventanitas de la denominada Casa de los Buzos, frente a la calle del Mar y por la parte de la playa. Solo conseguí romper uno y el, los de las 13 ventanas restantes. Al día siguiente me dijo que la Guardia Civil estaba preguntando por nuestras calles y pase mucho miedo durante esos días. Incluso comiendo estaba pendiente de la puerta de la calle (durante el día abierta), por si aparecía la Guardia Civil. Menos mal que mi padre no descubrió mi excitación, sino canto. Siempre le tuve tanto miedo que era incapaz de mentirle. De haber ocurrido, seguramente no habría ido a Gea en verano, amen de otras cosas.

 

Otra trastada, que cometí repetidamente, era cuando mi madre me encargaba dormir en brazos a mi hermana. Escuchaba los gritos de los chiquillos vecinos jugando en la calle y yo tenía que estar cuidando de ella, mientras mi madre subía a la terraza a tender la ropa lavada. Le pegaba en el culo, cogía sofoco y cuando mi madre bajaba ya la tenía dormida y podía salir a la calle. Además, mi madre presumía ante las vecinas del arte que yo tenía para dormir a mi hermana.

 

En otras ocasiones engañaba a mi madre haciéndole sisa. Hasta los 14 años, a veces, tenía que ir a comprar a las tiendas vecinas y todos días, antes de ir al colegio, por la mañana, compraba el pan y la leche. Mi madre me daba el dinero y al volver a casa, el dinero sobrante lo solía dejar tirado adrede junto a los platos del armario de la cocina y junto a su monedero, pero, detrás de los platos dejaba una peseta, como si se hubiera desplazado casualmente hasta allí. Pero, llegó cierta ocasión en que mi madre se quejó y me acusó de que faltaba dinero, diciéndole: -¡Mire, está detrás de los platos!. ¿Cómo ha podido sospechar de mi, madre?. Salí airoso, o no, quizás mi madre no le quisiera comentar a mi padre sus sospechas, por miedo a la que se me venía encima. El caso es que se acabó la sisa y por tanto entré en crisis, como se dice hoy día, tras muchos meses de bonanza económica.

 

Al menos durante dos años consecutivos estuve comiendo el bocadillo de la mañana y de la tarde de atún. Mi madre me daba 1,5 pts., marchaba  a la tienda de ultramarinos de la tía Vinatera, con el pan abierto, y me ponían atún y aceitunas verdes, pero, los 50 céntimos me los guardaba, sin que lo supiera mi madre, para después comprarme otras cosas. El bocadillo, como tantos niños, lo colocaba en la estantería del pupitre y le iba dando bocados. Recuerdo que un día de aquellos, a un chico de la clase, le cambiaron el bocadillo por un sapo y os podéis imaginar la que se armó. Al no salir culpable, nos castigaron a toda la clase sin recreo y por tanto sin fútbol tras las Casas de Menera.

 

 

Una preocupación: salir airoso en el curso escolar. Un deseo: ir a Gea el mayor número posible de días
de mis vacaciones. Mi padre tenía la sartén cogida por el mango.

 

Otra persona con la que me relacionaba mucho era con mi amigo y vecino de enfrente de casa, Juanito. Un día vino a mi casa y me dijo que subiéramos a mi terraza a jugar. Una vez allí me enseño unos cigarrillos de laboreta (hierbas de anís), que el había confeccionado. Mi madre estaba abajo con mi hermana haciendo la comida y no esperábamos que lo hiciera, pero, subió y nos vio fumando. Amenazó con decírselo a mi padre, pero no lo hizo. Lo único que saque en claro es que aquello picaba mucho.

 

En otra ocasión actuó un circo ambulante en el Puerto con mucho contenido. Juanito vino a mi casa para ver si me dejaban ir y así tener más base para pedirle a su padre las 15 pts, de aquella época, que costaba la entrada. Para comparación, digamos, que entonces, una  entrada al cine Olimpia, que siempre proyectaban películas en color, costaba 1,5 pts., es decir, diez veces menos. Le dije que yo no me atrevía, ni siquiera, a decirle a mi padre que había un circo junto al colegio de Begoña. Fuimos a su casa y su padre no le dio el dinero. Por primera vez en mi vida (hoy día casi es normal) veía como se enfrentaba un niño a su padre. Lo trato de mal padre, de tacaño, etc. .Yo alucinaba. Pero, aun alucine mas, cuando su padre, que todos lo teníamos por muy buena persona, le dio el dinero, habló con mi padre y nos fuimos los dos al circo. Recuerdo que había fieras, payasos, trapecistas y músicos, pero, esta aventura la revivo cada vez que escucho La Macarena. Aquella música de la orquestina con su cencerrillo creo que me gusto más que todo lo demás.

 

También recuerdo que por entonces, teníamos un fantasma por aquellas calles de la playa. Los chiquillos vecinos decían haberlo visto y que se asomaba a las ventanas. Yo no les creía. Pero, cierta noche, que mi padre estaba trabajando, el perturbado, empujó la ventana de la habitación dormitorio de mis padres consiguiendo abrirla y dando un susto tremendo a mi madre, que en ese momento se estaba acostando. Con los gritos de mi madre se armó jaleo en la calle y yo aún vi correr por el final de la misma a un hombre alto y delgado con una gabardina. Me imagino el susto que me daría a mi también y más si ya estaba dormido.

 

Aquel verano tuvimos la visita de mi tío Victorino, hermano de mi madre, con su mujer Josefina y su hija Pilar y fuimos a la playa algún día. Pero, uno de ellos, mi padre y el se acercaron a un chiringuito de aquella época, o sea instalados en el centro de la arena, a tomar una cerveza y yo que les acompañaba presencié lo siguiente: un mariquita que pasó junto a nosotros cogió la barbilla de mi tío y le dijo que era muy guapo. Mi tío se enfadó, pero, nosotros nos reímos mucho. – Y pensar que ibas pa fraile – le diría mi padre a mi tío.

 

Bueno, así pasaron los días hasta que llegó el viaje a Gea y como todos aquellos años, podría ir a pasarlo junto a mis abuelos. De las fiestas patronales ya comentaré en su capítulo apropiado, de momento, baste decir que comenzaron mis bailes en serio. Volvía a juntarme con mis amigos y mis primos los Alguaciles (con estos, sobretodo en la era). Por aquellos días vendría al pueblo un nuevo practicante (hoy día ats) y uno de sus cuatro hijos, Antonio Muñoz, se uniría desde un principio como uno más de nosotros. Estaría varios años en el pueblo, hasta que su padre marchó destinado a Sagunto (no al Puerto). Allí nos encontraríamos, en años posteriores, en la calle o en los bailes de Sagunto y el Puerto, ya mayores, aunque no muchas veces. Ningún niño nos dimos cuenta entonces de que la puerta de su vivienda (sita en la calle Mayor, frente a la de Delia) era una maravilla típica medieval. Hoy restaurada lo podemos apreciar, al pasear por dicha calle.

 

 

 

Otra foto de parte del grupo de amigos. El de nuestra izquierda agachado es Antonio Muñoz y otra curiosidad, en un momento
de mis memorias digo que no tengo ninguna foto de Constancio, pues bien, aquí le tenemos aguantando el peso de Antonio el Jareño.
 

 

 

Curiosa puerta noble con humilladero en la calle Mayor. Corresponde a la vivienda que habitó en Gea
nuestro amigo Antonio el Practicante.

 

 

Otro chico que conviviría muchos años de su infancia con nosotros sería el hijo del peón caminero (persona encargada de cuidar de la carretera). La casilla estaba ubicada en la actual terraza de verano de Buendía, por tanto ya desaparecida y al niño lo conocíamos como el Mona. El nombre no lo recuerdo. Los hijos de los guardias civiles que se criaron en Gea también se consideran geanos, así me lo han hecho constar en sus correos electrónicos, nombrándome a algunos niños de su infancia, ahora ya mayores.

 

 

 Segundo el Patatillas con su amigo Crisanto. De joven, sin pretenderlo, nos distraía con sus cohetes.
Lejos estábamos de imaginar que el hombre llegaría a la Luna, unos pocos años después.

Un momento muy interesante se producía cuando los quintos eran llamados a filas, pues, el grupo, pasaba por las casas pidiendo, supongo cosas y si caía dinero ,,,,,,, mejor. Ahora bien, recuerdo que los más callejeros eran dos Julianes: el sereno que por la noche pasaba por todas las calles gritando la hora y el cartero. A este último le pregunté entonces, que si no poníamos el nombre de la calle en el sobre (cosa que sucedía) y si por ejemplo tenia una carta para mi abuelo y otra para el tío Patatillas (ambos se llamaban Tomás Artigot), ¿cómo se entendía?, respondiéndome que sacando conclusiones según la procedencia. En ese momento, pensé en lo listo que tenía que ser aquel hombre.
 

 

 

Las dos herrerías. Algunas personas pensamos que el hombre completamente erguido es el tío
Tomás el Patatillas  y además, esta parte de la calle de San Roque es aún conocida como de Las Fraguas.
Hoy día, en su lugar se alza lo que fuera el Teleclub, frente a la casa rural El Portal.

 

Otro momento emocionante que vivíamos los chiquillos en Gea, cuando existía peligro de fuerte tormenta, era gracias a Segundo el Patatillas. En la puerta de su bajo en la carretera (frente al actual complejo de El Soguero) lanzaba los cohetes a las nubes, por lo que los niños, sabedores de ello, en cuanto apreciábamos amago de tormenta acudíamos allí para disfrutar un rato.  Después marchábamos juntos buscando nuevas distracciones. Como el tomar nota de lo que hacían los jóvenes mayores a nosotros.

 

 

Los jóvenes mayores no necesitaban el Casino de Estoril para pasar un rato inigualable (más, si ganaban la partida).

 

Dos momentos que los chiquillos disfrutábamos observando, se daban durante el esquilado de las ovejas en casa del tío Tomás el Patatillas y cuando los dos herreros atendían a los equinos del pueblo en las Fraguas, donde intentábamos hacernos con alguna herradura. También, cuando las chicas preparaban las cajas de fruta en el local frente a casa de Josefina la Albardera, en la carretera y venía el camión a cargar (que bien olía la fruta)  o cuando también venia el afilador con su silbido especial o el hojalatero, o cuando Isabel la Perenisas o la tía Cecilia (esta tenia un horno), iban a nuestras casas a fabricarnos los fideos. Y de paso, digamos la atención que prestábamos a la corneta de mis tíos Consuelo y Victorino, los Alguaciles cuando echaban un bando por las calles del pueblo (asomándonos a una ventana de la fachada y posteriormente a otra trasera, a veces, para poder enterarnos mejor del comunicado).
 

 

 

Aspecto que presentaba la calle-carretera en esta época. Joaquín el Tafiles poseía el único camión y Pepe el Soguero el único automóvil. 

En la primera vivienda que tenemos delante del camión se confeccionaba la fruta. Por cierto, en este tramo, donde vive actualmente mi tío

Alfredo Sanz existía una gran carpintería, la del Virutas. Su esposa era hermana de Isabel la Culadera y tenían una hija de casi mi edad. 

 

En ocasiones, acompañe a mis amigos, cuando eran monaguillos y sacábamos las monedas de los cepillos, con artilugios. Otras veces, alguno de ellos presumía del vino que tenía el cura para celebrar misa y nos empinábamos la garrafa en la sacristía. El caso es que estuve a punto de ser monaguillo, pero, mi vergüenza me lo impidió. Estando en un rosario, charlando en el coro con Pepe el Matachín, vino Constancio a por mí, pues, sólo estaba el ayudando al sacerdote y como yo me mostrara reacio debido a mi timidez y a que no tenía ni idea de las oraciones se ofreció Pepe, llegando posteriormente este incluso a ir al seminario de Teruel, si bien casi el resto de su vida ha transcurrido en Ibiza y no de religioso precisamente.

 

Sin embargo, considero interesante mi vivencia de monaguillo por un día, cuando llegué a la Universidad Laboral de Córdoba. Los frailes dominicos obligaron a los alumnos a ayudar como monaguillos, por parejas, durante un día. Yo tuve suerte, mi compañero sabía hasta las oraciones, pero, mi actuación es para no olvidar, pues los asistentes se lo pasaron a lo grande, como ocurría casi todos los días con todos los compañeros que no eran o no habían sido monaguillos. Saliendo de la sacristía ya comenzaron las risas, pues, si me correspondía ir delante del cura, en un pasillo estrechísimo, yo salí detrás. Al intentar pasarle, por orden del mismo, casi lo tiro al suelo. En otro momento y celebrando la misa, me tocaba pasar el misal al otro lado y al hacerlo vi que el sacerdote tenía todo aquel lado del altar ocupado, por ello decidí esperar de rodillas, detrás del dominico y al abrir este los brazos y hacerse hacia atrás casi lo tiro de nuevo. Alguno de mis compañeros dijo que a la tercera iba la vencida. Mi situación de títere fue vengada durante la comunión. Me tocaba llevar la patena, la bandeja que se colocaba debajo la boca de los que comulgaban, y en esos momentos aproveché para darles, con disimulo, un golpe seco en la nuez.

 

Aquel verano del año 1958 viajaría con mi abuelo a Caudé a casa de mi tío Manrique y estaríamos unos tres días. Por fin conocía este pequeño pueblo tan nombrado en casa de mis abuelos y en la mía. Mi tío Manrique era hermano de leche de mi madre, es decir lo estuvo amamanto mi abuela y siempre nos quiso a todos muchísimo. Tenía unos mulos muy grandes y cosechadora motorizada con la cual trabajaba por la llanura de aquellos pueblos. Quizá, en aquel momento, la primera y única de toda la zona. El matrimonio tenía un hijo, Vicente, con el cual íbamos a su huerta a por alfalfe verde y nos contábamos cosas. Todos terminarían por vivir en Valencia y hace unos cuantos años que no los he visto, ni se nada de ellos. Por cierto, hablando del alfalfe, en Gea, cuando se dejaba secar en el huerto y había que darle la vuelta, normalmente ayudado por mi primo Victorino el Alguacil, poníamos mucha atención, pues, a veces, debajo, descubríamos un ratón o una culebra. En cierta ocasión, mis primos de Valladolid, que vivían en la misma ciudad y que estaban de vacaciones en el pueblo, me ayudaron y se lo pasaron como para no olvidarlo. Además, posteriormente también me ayudarían en su almacenamiento en el granero, pasándolo del carro al mismo, a través de una ventana y apilándolo.

 

 

Mi hermana María de las Nieves (la pequeña), junto a nuestra prima Marisol
(una más de los Madrileños enamorados de Gea), en el corral de mis abuelos.
 

Otra experiencia vivida sería en la estación de tren de Teruel a mediodía. Tras visitar al hermano de mi madre en Casa Ferrán (toda su vida laboral transcurrió en dicha oficina) y a mi tía Josefina marché junto a mi madre (que había estado unos días en el pueblo) a tomar el tren. Una vez en el vagón, ya sentados, mi madre se acordó de que nos habíamos dejado la botella de agua en casa de mi tía. Por cierto, recuerdo que el agua de Teruel siempre salía fresquísima, capaz de calarte la dentadura. Mi tía se quedó sorprendida cuando me vio llamar en su casa para recoger la botella, sabedora de que el tren ya estaría en la estación. Me dio tiempo de subir y bajar la escalinata con la dichosa botella, lo que da idea del tiempo que paraba entonces el tren Correo, como se le conocía, en la estación de Teruel. Este viaje era desastroso para mí, pues, regresábamos de nuevo al Puerto. Que distinto era el de la ida y como lo vivía. Menos mal que llevábamos a mi hermanica y ello me distraía de los malos pensamientos. Ahora bien, en el compartimento (de ocho personas aprox.), como en el autobús de Teruel a Gea, tampoco había desperdicio. Aparte del helado que comento en otro párrafo, la merienda y los comentarios de los ocupantes mayores atraían toda mi atención. Pronto desaparecía la verguenza entre ellos y comenzaba la competición por contar el mejor chiste, o cuento, o noticia, u observar la merienda de cada uno. Mi abuela se encargaba de que no desentonáramos en esto último.

 

Recuerdo comenzar por entonces con mi gran afición a coleccionar tebeos, si bien, los que no eran de colección, terminaba recortando las imágines, como también cuento en otro capítulo. Comencé con Boro-Kai (creo que se llamaba) y sólo junté unos pocos. Se trataba de un joven, hijo de un jefe policía, al cual, bajo un antifaz, resolvía los diferentes casos a su padre. A continuación sería la de Yuki el Temerario. Un jefe indio chirikawa, que tenía un hermano blanco (jefe del fuerte) y ambos no lo sabían, estando siempre en lucha. Otra colección que comencé y no terminé trataba de un joven español que luchaba contra los franceses, durante la Guerra de la Independencia. Todas estas colecciones tenían unos dibujos muy perfectos, muy diferentes a los que nombro a continuación. Por otra parte me compraba sobres sorpresa que llevaban tebeos en su interior: del Guerrero del Antifaz, de Roberto Alcázar y Pedrín, del Espadachín Enmascarado, del Pequeño Luchador, de TBO, etc. El dinero para comprar los tebeos lo conseguía, mayormente, de lo que me guardaba cuando compraba mi merienda y de la sisa, casos ya comentados anteriormente.

 

El tiempo no sólo lo ocupaba en estudiar, jugar, de niñero o con los tebeos o las quinielas de fútbol, pues, mi padre me encargaba periódicamente limpiar las conejeras de la terraza y el gallinero. Me daba mucha rabia, pero, sabía que no podía rechistar y menos cuando yo estaba viendo las cargas de hoja de naranjo y hierba que traía este en su bicicleta y que yo le ayudaba a descargar. Acabé aborreciendo el conejo con tomate y en adobo, de comerlo tantas veces. Además, tenía que ayudar a mi madre cuando sacrificábamos a algún animal de los que teníamos. Recuerdo que un año tuvimos patos en lugar de gallinas y aquellos animales si que eran sucios, menos mal que no tuvimos más. En cierta ocasión, mi padre le arrancó la cabeza a una gallina y esta estuvo corriendo por la terraza sin cabeza y en otra ocasión cazó un gato en el patio en verano, el cual se llevaba las chuletas hasta de la sartén que estaba sobre el fuego y se montó un escándalo tremendo. Hablando del aborrecimiento del conejo, también me ocurriría lo mismo con el bacalao, por el mismo motivo, algún año después.

 

Otra vivencia muy interesante por entonces se la debía a Don Enrique Senent, mi maestro. No se porqué motivo, durante las clases, me solía enviar a preguntar a casa de los niños que faltaban a la misma, para conocer el porque de la falta. Recuerdo no haber ido nunca a los barrios de Wichita o Churruca, pero si hasta el Faro, pero, la que más me atrajo siempre fue la del compañero Torres. Los padres de este chico tenían un comercio de tejidos en la plaza del Mercado y tras recibir noticias de el me entretenía un poco por allí. En la plaza me quedaba asombrado ante la actuación de los charlatanes o de algún médium, quien, con los ojos tapados, aseguraba a las mujeres que pronto tendrían noticias de sus novios o hijos (normalmente soldados que estaban en Africa), además de adivinar la vestimenta de los presentes. Por cierto, yo tenía una verruga en el dedo pulgar de la mano izquierda y me dieron un remedio: aplicar sobre ella excremento de lagarto (finalmente me la quitaría quemándola con nitrato de plata).

 

 

Pasaporte para ir a Gea a pasar los días del verano con las fiestas incluidas.

 

Otro recuerdo que me viene a la memoria en el mercado es el de los cantautores de Cuenca. Eran personas que llevaban escritas tragedias en un pergamino y las leían canturreando. Recuerdo la del guión de los dos hermanos que tuvieron entre ambos un hijo en secreto y lo arrojaron a los cerdos, viviendo siempre en pecado. Todas las canciones tenían la misma entonación.

 

Y hablando del maestro, como era un forofo del Levante U. D. todos los lunes traía el periódico Deportes, que previamente había comprado en la parada del autobús en Valencia (entonces en las Torres de Serrano), cuando venía desde Chirivella y algunos aprovechábamos para leer la crónica del C.D. Acero. Además, el sabía que estaba interesado en otra crónica de un equipo de la tercera división valenciana, el Alginet, equipo que nunca he visto, pero, que el cronista era un maestro de aquel pueblo, natural de Gea y llamado Ramiro Artigot, de lo cual me gustaba presumir, sin que el supiera nada de todo esto. Años después lo comentaría con Ramiro y siempre se acordó de ello. Por cierto, me pregunto ahora porque nunca se me ocurrió intentar encontrarme con el cuando vino al Puerto el equipo de fútbol del Alginet, en algunas ocasiones.

 

Continuando con el tema relacionado con el fútbol, una de las mayores distracciones de mi infancia, os diré que por entonces y al menos hasta tres años después (ya en la Universidad Laboral de Córdoba) era confeccionarme calendarios de fútbol ficticios, con los equipos que me apetecía, anotando resultados imaginarios y plasmando la clasificación tras cada jornada (había aprendido a hacerlo basándome en el periódico deportivo Marca). Lógicamente, todas las ligas las ganaba el Real Zaragoza. Pero, lo curioso es que cuando esta distracción la hacía en el solanar de Gea, el equipo local ganaba a todos los pueblos de la zona y finalmente hasta al Zaragoza. Formaba un equipo imaginario con mis amigos geanos. No recuerdo bien sus puestos, salvo el de portero: siempre era José Luís el Fabriquero, no se porqué  y el de Fernando el Torivio y yo de centrocampistas.

 

En la escuela del Puerto, aparte de Remigio, existía otro niño con mis mismas aficiones (cromos, periódicos deportivos), Pepe Ibáñez, uno de los hijos del dueño del bar Teruel. Su gran afición le llevaría, ya de mayor, a ser el representante de los clubes de tercera división ante la Federación Española de Fútbol. Tenía mucho desparpajo y es que de niño ya ayudaba a sus padres en el bar, inaugurado por entonces, en la calle del Progreso, en la plaza del Mercado y esquina de la calle Gómez Ferrer.

 

En la calle del Progreso, me pasaría otra anécdota, la cual paso a narrar. El agua corriente era muy mala y la potable había que comprarla a cuatro calles de la mía, a donde íbamos con el cántaro. Diariamente también pasaba el aguatero por nuestra puerta. Pero, en ocasiones, las tolvas de la empresa Sierra Menera traían agua potable gratuita de Ojos Negros e íbamos a llenar nuestro cántaro a la Fábrica. Así pues, cierto día marché con la bicicleta y el cántaro en el portaequipajes y al volver, en el cruce de las calles Luis Cendoya y El Progreso había un gran charco, e intente pasarlo a toda velocidad, pero, acabe yendo al suelo, con la bicicleta y el cántaro, rompiéndose este, en pleno charco.  En una esquina existía una pista de baile al aire libre y en la otra ya estaba la farmacia actual de Barrigón. Como diría mi madre: -¡Ahora no tenemos agua para cocinar!-, respondiéndole mi padre: -¡Lo que no tenemos es el cántaro!-. Y es que a veces, cuando llovía con intensidad, el agua corría hasta por encima de las aceras en dirección al mar y al salir del cine los domingos, íbamos hasta casa con los zapatos siempre dentro del agua. Además, las calles del Puerto, ya dije anteriormente, aún eran de tierra.
 

 

CAPITULO XII
 

1959. MAS MAYOR. COMIENZAN LOS PROBLEMAS

 

Recuerdo mi primera excursión de Pascua, al castillo del Sagunto. Fui andando desde el Puerto con mis amigos Fernando, Pepe y Juanito. Subimos hasta el castillo nos sentamos en las murallas y estuvimos viendo el partido de fútbol Saguntino contra Burjasot de tercera división en el campo de Romeu, en la zona plana de la población. Me quedé asombrado al escuchar la música que sonaba en el campo y las alineaciones, así como el estruendo del público cuando el equipo local marcaba los dos goles que le dieron la victoria (en el equipo saguntino jugaba un hermano de Sampedro, entonces futbolista del Barcelona C.F. y natural de Canet de Berenguer).

 

Otro día de Pascua, los amigos, marcharíamos al cauce del río Palancia. Allí probaríamos el tabaco y comprobé que el Camel era mucho peor que las laboretas. Cuatro años más tarde, mi padre, me diría que si quería fumar el no me lo prohibiría, pero, que no me lo aconsejaba y que el comenzó a fumar cuando tenía 17 años, es decir, la edad que yo tenía en ese momento. Quizá por ello no fume en mi vida, pese a estar siempre rodeado de niños interesados en ello. De cualquier manera, eran situaciones diferentes, pues, mi padre estaba inmerso en plena Guerra Civil en ese momento y como el solía decirme: -¡Que no venga otra!, es lo peor de este mundo.

 

Con siete años, en Gea, me estuve insultando con Luís el Pespés en la cuesta de su casa. Recuerdo que me decía: -¡Tomas tomate!-, pero tan seguido y con tanto enfado que termine por llorar. Yo insultaba, pero, en este tipo de peleas siempre perdía. Seguramente, a el, creo que simplemente le decía Pespés y ello no le preocupaba. Actualizo, según Luís acabé tirándole una piedra y le hice sangre en la cabeza. Pero, volviendo al periodo de este capítulo, recuerdo que con trece años y en la escuela del Puerto viviría, aún, otra pelea de este tipo.  Este curso de 1959 me sentaba en primera fila y delante del maestro. Mi compañero de pupitre era Julio Tarancón y casualmente ese día nos daba clase una hija de Don Enrique, por algún problema de este. Detrás teníamos a los hermanos Hervás, los cuales pidieron sentarse en nuestro lugar para ver mejor a la chica y como yo dije que no, comenzaron a insultarme. Solamente me decían que yo parecía un elefante (cosa que no venía a cuento), pero de tanto repetirlo acabe llorando. Tarancón me decía que no hiciera caso.  Nunca forme grupos de revancha y eso que tenia compañeros en la clase, más mayores que yo, que eran como mis protectores. Caso de Remigio, a causa de nuestro hobby, los cromos de fútbol y los periódicos de deportes, o de Juan González de Benito por ser este también maño. Este último, pese a ser de mi estatura llegó un día a desafiar a toda la clase en el recreo, colocó su espalda junto a una reja del llamado Hospital Viejo, enfrente de la escuela, no pudiéndose acercar a él ningún niño, pues, pegaba unos sopapos tremendos.

 

Por cierto, tanto los hermanos Hervás, los cuales ya no he visto jamás por el Puerto, como Tarancón, este llegaría a trabajar de compañero de mi padre en la siderúrgica, siempre recalcó lo trabajador que era mi padre, vivían en el bloque de viviendas Salas Pombo, mas conocido como el barrio de Wichita (nombre impuesto en aquellos años por la fama del film del Oeste, Wichita, ciudad sin ley), a unos dos km. aprox. del colegio, o sea andaban mas de 7 km. diarios y jamás les escuche quejarse por ello, ni a otros que aún vivían mas lejos (hasta el Faro o la población de Canet de Berenguer).

 

También recuerdo que la frase más utilizada por los chiquillos, en la calle, para insultar, era: -¡Me cago en tu padre!. Cosa que yo disfrutaba, pues, inmediatamente contestaba: -¡En casa está!. Si tienes huevos vas y si puedes te cagas en el, a lo mejor vienes tu lleno de mierda!. Otra cosa es cuando te decían la palabra hijoputa, significaba, como cuando dos gatos se cruzan en el terreno de uno de ellos, pelea. Por ello, cuando llegué un año después a Córdoba y los andaluces soltaban su guasa: ¡Qué soiyoputa ere!, nos tuvimos que acostumbrar y acoplarnos a una vida muy diferente y más tolerante. Recuerdo, como los riojanos comentaban que, por entonces, el insulto a una persona en la Rioja era: -¡Valenciano, eres un valenciano!. Se puede decir que nunca presencié peleas por regionalismos y había alumnos de toda España, pero, si protestas, pues, algunos grupos de catalanes y valencianos, a veces, hablaban en su idioma en presencia de otros compañeros y aquello nos parecía inadecuado. Los del Puerto, conforme a la educación de entonces en nuestro pueblo, nos expresábamos en castellano.

 

A veces, desde que tenia once años, yo también andaba hasta Wichita (inaugurada por el año anterior). El objetivo era visitar a las geanas Pilar la Chatica (a la cual llamaba tía) y a la tía Concha (ambas fallecieron jóvenes). La primera se había casado con Amador, persona que a veces también nos visitaba en solitario, pues, su esposa tenía en su casa una peluquería y siempre estaba ocupada. Pilar tenía un don de gentes exagerado. Tanto, que su marido me contó la siguiente anécdota ocurrida en Gea y que yo desconocía: - Tu debías ser muy pequeño, cuando el médico, Don Samuel, ante una epidemia en el pueblo y necesitando ayuda para inyectar la vacuna, se fijó en ella y le enseño a Pilar a manejar la aguja para que colaborara con él -. Además de amiga de mi madre, también era familia.

 

Hablando de la simpatía de Pilar, en cierta ocasión vino al Puerto, a su casa, Julieta, la hija del tío Antonio el Botija, el vecino de mis abuelos y la vistieron de fallera. Coincidió que por aquellos días de Fallas le hice una visita a la Chatica en su casa y como siempre, la acompañaban unas cuantas mujeres clientes de su peluquería. Recuerdo como les comentaba que no había aquel año ninguna fallera tan guapa como Julieta y yo pensaba que era verdad, aunque consideraba que su hermana Anita, la más joven, era aún más guapa. A la puerta del corral de la casa de estas en Gea le tenia pánico, ya que en cierta ocasión me saldría un sapo grande y como la paniquesa de mi casa o el perro de casa del Juez, les tenia miedo. Dicho corral ya no existe y corresponde actualmente al jardin de la casa rural Alhucema, propiedad de María Jesús la Secretaria y Toni el Canetero.

 

En cuanto a la tía Concha, si la ventana posterior de la vivienda de la Chatica daba a los huertos (hoy día plaza Reina Fabiola), el balcón de esta lo era a la carretera de Sagunto, hoy día Avenida de la Hispanidad (casi enfrente de Mercadona). En el nos sentábamos y charlábamos. Esta familia la componían también el tío Francisco Chinarro, y los hijos Trinidad y Felipe. Antes de ocupar esta vivienda estuvieron hospedados un tiempo en casa del tío Ramón, por lo que también fuimos vecinos. Algún año después, mi padre me diría que la tía Concha era tía mía de verdad y que su primer apellido era como el nuestro, Alamán. El barrio de Wichita, junto al barrio de Churruca (inaugurado también por entonces), desahogaría en parte la acumulación de ocupación del núcleo del Puerto. Estos barrios estaban ubicados entonces en plena huerta, aunque, junto a la carretera de Sagunto al Puerto. Tengamos en cuenta que habían viviendas, al menos por el barrio de la playa, dónde vivían a la vez varias familias.

 

Este verano, cuando regresé de nuevo a Gea, llevaba conmigo lo que consideraba una joya. Un álbum de cromos de fútbol que esperaba iba a ser la envidia de todos los chiquillos del pueblo. Me había costado conseguir los cromos todo el invierno, a base de compras, cambios y juegos. Estos eran de cuerpo entero y los tenía tan vistos que conocía al futbolista sólo con verle las botas y las medias. Ello también me sirvió para que a través de apuestas consiguiera más cromos (recuerdo que Sastre, del RCD Español, tenía las piernas más gruesas, mientras Camps, casualidad, del mismo equipo, eran las más delgadas. Al llegar a Gea, al primero que se lo enseñé fue a mi primo Juan el Alguacil y se quedó con el. Me la volvió a pegar como con la perrica. En cuanto vio la hoja del Barcelona, no se si era haciendo teatro, comenzó a suplicarme que le diera el álbum. Según el, yo, en el Puerto, podía conseguir otro que tuviera también al Zaragoza, que era mi equipo, pero él, en Gea, era imposible. Así tendría a su Barcelona. De su casa ya no salió. A los pocos años ya no tenía ni cromos ni el álbum y posiblemente ya no era ni del Barcelona, pero, de tanto nombrármelo, había conseguido mi admiración por el futbolista César Rodríguez, quien casualmente pasaría al año siguiente al Zaragoza como entrenador y cambiaría radicalmente al equipo. Hoy día, aún no he conocido un deportista que viva para el fútbol, nacido en España, que supere sus logros y sino que pregunten en Elche, donde trabajo de jugador-entrenador con 40 años de edad ascendiendo al equipo de tercera a segunda y al año siguiente a primera y dejando al equipo en primera al año siguiente. Y como decía anteriormente, al año siguiente pasaba a entrenar al Real Zaragoza. El equipo quedaba tercero en la liga y jugaba la final de copa del Generalísimo ante el Barcelona tras eliminar al Real Madrid y al año siguiente ganaba la copa del Generalísimo, quedando cuarto en liga. El Zaragoza se consolidaba sobre la temporada de 1962 como un gran equipo admirado por todos y además, al poco tiempo contaría con los famosos Cinco Magníficos: los delanteros Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. ¡Cómo presumía yo esa época!
 

 

De niños accedíamos al Acueducto Romano subiendo por esta montaña, entre aliagas. Hace unos años
se produjo este alud de piedra a consecuencia de su erosión.

Este año, la zona del río Guadalaviar seleccionada para bañarnos, elegida por los jóvenes era El Azud y hasta allí marchábamos por las tardes. Debajo del puente de madera para paso del ganado existía bastante profundidad. A veces no nos limitábamos solamente al baño, sino que inspeccionábamos los alrededores. Esta sería la primera vez que entraba en los restos del Acueducto Romano del tramo del Azud excavados en el interior de la montaña rocosa. Hay que ser valiente para entrar, decían mis amigos, pues, quizás dentro haya algún zorro o lobo. Yo entraba detrás de ellos y en suspense. Que diferencia al aspecto que presentan ahora, abiertos al público. Tengamos en cuenta que entonces eran casi inaccesibles y estaban muy obstruidos.

 

 

Un grupo de jóvenes toma el sol sobre el puente de madera del Azud. Lejos estábamos

 de imaginar que algún día Gea tendría Piscina Municipal.

 

A veces, los chiquillos, nos introducíamos en el cementerio viejo que estaba detrás de la ermita de San Roque (hoy día el parque del mismo nombre), pues, la puerta estaba rota y nos gustaba leer los nombres de las lápidas, las cuales contaban con numerosos nombres de apellidos vascos. Recuerdo que lo achacábamos a las guerras de los dos siglos anteriores, pero, ¿que sabíamos nosotros?. A lo primero que nos comprometíamos antes de entrar en dicho cementerio era a no decir ninguno que habíamos visto moverse alguna tumba y lo cumplíamos. Por ello, alcahueteábamos todos sus rincones con menos tensión.

 

 


 

El viejo cementerio. Hoy día, en este lugar, encontramos el Parque de San Roque y viviendas.
Observar los árboles en la carretera. Imaginarse la gran sombra que en esta disfrutábamos en verano.

 

También, este verano, viviría junto a mis amigos geanos, una gran experiencia. Mi padre, que había venido a las fiestas, se trajo su bicicleta, para venir desde la estación de Cella hasta Gea. Así que, de alguno de ellos surgió la idea de ir hasta Albarracín en bicicleta, por la carretera. Además, la madre de Rafael era de allí y el tenía familia en dicha ciudad. Rafael se ocupaba de contarnos cosas acerca de lo que íbamos descubriendo en el trayecto: el acueducto, la cueva, el túnel, el castillo y  puente de Santa Croche. Creo que no continuamos por cansancio. Posiblemente Constancio y Rafael recuerden mejor esta aventura.

 

 

 

La carretera (calle González Palencia), en ocasiones ha sido ruta de ciclismo y por tanto, atención de los geanos.

A veces, como ya comenté, los domingos por la tarde, iba a la iglesia a rezar el Rosario, junto a Rafael y Constancio, pero, de poco me servía, como en el siguiente caso. Estaba acompañado por estos dos amigos y nos sentamos en el centro del coro, pero, de una forma especial. Los bancos tenían una especie de adorno de media luna de madera debajo de ellos (quedan muestras), así que tras levantar el asiento nos sentábamos sobre dicho adorno. Solíamos charlar en voz baja en lugar de rezar, así que Rafael puso en práctica una idea que le rondaba por su cabeza. Aquel verano, yo había llevado al pueblo tebeos varios y todos los que habían salido hasta la fecha de la colección de El Jabato, así como el álbum completo de fútbol de primera división (cosa comentada anteriormente), con Juanito Alonso en la portada y con los cromos de Kubala,  Di´Stéfano, Torres (el turolense), etc. etc. en el interior. Lógicamente, los tebeos los había enseñado en plan presuntuoso a algunos niños del pueblo y Rafael el Civil era uno de ellos. Por ese motivo, aquella tarde y volviendo de nuevo al coro de la iglesia, este me dijo inesperadamente:

-Estuvieron en Gea, en el despacho de los porches del Ayuntamiento, los Inspectores de la Guerra y pasaron lista a los niños del pueblo, anotando si querías o no ir a la guerra, si la hubiera, y casi seguro que la habrá. Te nombraron y dijimos que estabas en el Puerto de Sagunto, así que te apuntaron para ir a la guerra. Confirmándolo Constancio.

Todo apurado (me lo trague), le respondí: ¡Yo no quiero ir a la guerra!.

-Pues difícil lo tienes, porque los inspectores se marcharon para Madrid- me contestó. Continuando -Quizás yo te lo pueda solucionar, ya sabes que mi padre es guardia primero-.

-Te lo agradecería muchísimo- le rogué.

-Claro, que eso tiene un precio- me dijo

-Pues, dime lo que te tengo que dar, aunque, dinero no tengo- le contesté

-Bueno, me das, si te parece, el paquete de tebeos del Jabato que nos enseñaste y mi padre se encargara de todo-, afirmo.

Unas horas después, contento porque ya no iría a la guerra y porque me guarde tres tebeos de la colección, le entregaba los restantes, los cuales nunca me devolvería. Estaba tan asustado que no caí, siquiera, en preguntar a otros niños.

 

Las historias de las cosas de la Guerra Civil, siempre nos hizo mantener el morbo en nuestra niñez. Recuerdo como los niños contaban la anécdota del tío Cubarra, quien desde su solanar, sito en la calle de San Bernardo, hacía señales durante la noche con un espejo a los republicanos que estaban en la Sierra, siendo descubierto, quizás por un chivatazo. Un poquito más adelante y junto a la vivienda de Manolo el Pichón, vivía en nuestra infancia un chico más mayor (no recuerdo su nombre), el cual estaba manco como consecuencia de la explosión de un proyectil abandonado. El otro joven manco del pueblo, Juan el Rata, me dijo que lo suyo fue un accidente. Los niños hijos o nietos de republicanos, en aquella época, los considerábamos como uno más de nosotros, jamás vi un desaire por ese motivo. Eso sí, de las personas mayores masculinas republicanas sabíamos quienes eran y que se juntaban en casa de la tía Felicitas (hoy día casa de Los Perdigones, en la calle de La Iglesia), así como las mujeres del pueblo que la maldita guerra las había dejado viudas.

 

 

La Sala de Espera de el Correo (autobús), salvado el horario de su utilización, pasaría a ser
 nuestro Centro de Cultura Callejera. Además, pronto colocarían una fuente enfrente.

 

 Gea continuaba sin tener quiosco y no lo tendría hasta 1960 (de ello ya hablaré en el siguiente capítulo). Pero, los tres personajes de la historia anterior teníamos otro entretenimiento: poder leer el periódico deportivo Marca, que el cartero traía a la casa cuartel de la Guardia Civil o quizás para Rafael. Recuerdo que este siempre estaba presumiendo de su equipo, el Real Madrid. Yo en cambio, el Zaragoza, mi favorito, continuaba con un equipo modesto, en primera división, sin bajar a segunda. También recuerdo que las casas del cuartel disponían desde su inauguración (cinco años atrás) de agua para los servicios, gracias a una bomba en una captación en el río Guadalaviar. Es decir era el grupo de habitantes más avanzado de Gea.

 

 

La captación de agua para uso doméstico hizo a la Guardia Civil que ya lo era, más privilegiada en el pueblo.

El álbum y los tebeos que me quedaban también pasarían a otras manos. Mi primo Juan el Alguacil, comenzó a acusarme de mal primo porque no le regalaba los tebeos que tenia, cuando yo era consciente de que el y su hermano, Victorino, no podían ni comprarlos. Esto siempre me lo agradeció recordándolo a veces: -¿Te acuerdas de aquellos tebeos del Jabato, del Guerrero del Antifaz y del Espadachín Enmascarado que nos regalaste una vez?-, me suele decir en ocasiones.

 

Los vecinos del Puerto nos solíamos dejar tebeos, a lo cual yo era muy aficionado, sobretodo con Pepi, bastante mayor que yo, pero, que además de los tebeos de niñas también se coleccionaba los del Guerrero del Antifaz. Me preguntaba como era posible que una chica, con unos cuantos años más que yo y que ya iba a bailar a la pista de baile con los chicos a los domingos fuera tan aficionada a esa colección. Años después vendría a Gea en algunas ocasiones acompañada de Rosario, la hija del tío Ramón. Ahora bien, lo que me superaba con los tebeos era poder recortar sus imágenes. Después, las batallas y las peleas se establecían como yo quería y Alikan vencía al Guerrero del Antifaz. El lugar preferido para jugar con los recortes era la cama y la almohada hacia de montaña. También intercambiábamos tebeos en un quiosco que había junto al colegio de Begoña, algunos completamente cubiertos de aceite y con rayotes.

 

Tener trece años y no tener bigote era tanto como ir retrasado en el desarrollo físico. Era una de las leyes de Pepín (como solíamos llamar a Pepe Flor). Su madre, Encarna, tenía una carnicería y por tanto el disponía de tocino. Así que nos trajo pedazos a la escuela y nos lo restregamos sin ver ningún fruto, solo la risa del resto de los compañeros y su brillo (el no desistió). Solía decir que el bigote tenía por finalidad esconderse la persona detrás de el y que era cosa de chulería. A veces y por una tontería entrábamos en disputas, pero no en peleas, excepto en cierta ocasión en que Pepín y Fernando se pegaron, pese a que intenté separarlos, sangrando el segundo por la nariz. Después acompañe a Fernando hasta mi calle y parecía que se había calmado la tempestad, cuando el continuó hacia su casa, pero, momentos después, su padre, el tío Severiano, se presento en la mía muy enfadado y dirigiéndose a mi padre le dijo que Pepin y yo le habíamos pegado a su hijo, que parecía mentira, siendo yo también geano. Juré  y rejuré a mi padre que no había tenido nada que ver. Lo peor fue que se resintió la amistad entre nuestros padres y nosotros continuamos como si nada hubiera ocurrido, incluso continuamos juntándonos en nuestras casas para hacer los deberes.

 

Un día, tras acabar la clase por la tarde, José Flor me propuso hacer novillos al repaso. Marchamos al cine Olimpia, pues, se proyectaban dos películas en sesión continua. La primera era Toro sentado, de indios y en color, pero, la segunda, en blanco y negro, recuerdo que era de mucho suspense, con varios casos de crímenes y me afectó. El asesino esconde el cuchillo en la cisterna del inodoro y esta escena hizo que ya en casa, mi padre notara algo extraño. Entonces se le ocurrió a este decir que el maestro había mandado un chiquillo a nuestra casa para preguntar por mi falta al repaso y conté lo ocurrido (ya he dicho, en otras ocasiones, que jamás me atreví a mentir a mi padre). Me hizo pasar a mi habitación y me dio dos bofetadas. La única vez que me pegó en toda mi vida. Mi hermana, que estaba detrás de él, le mordió en una pierna. Hoy día, siendo yo padre, comprendo su reacción y el miedo que debió pasar al pensar que me desmadraba, con lo contento que estaba con mi comportamiento en clase. Esta situación no la olvidó mi padre en todo el resto de su vida, ni creo que yo lo haga.
 

 

 

Junto a mi hermana en la playa del Puerto de Sagunto. Imaginarse,
nuestra vivienda estaba situada en el Barrio de la Playa y en la calle Del Mar.

 

Hablando de cine, recuerdo otro episodio junto a Pepe Flor en la taquilla del cine Victoria de verano. Sucedió que tras estar mucho tiempo en la fila para sacar las entradas, se nos aproximaron dos compañeros de colegio pidiendo que los coláramos disimuladamente. Los pusimos delante y que casualidad las dos últimas entradas para general que quedaban fueron para ellos. No nos dieron las entradas y gracias a que calme a mi amigo y la cosa no pasó a mayores, pues ya me imaginaba un combate en plena calle, delante de numerosísimo público. Se la juramos y en eso quedo todo. Curioso, ya más mayor, Pepe, se inclinaría por el deporte de la lucha libre, llegando a combatir contra los famosos luchadores profesionales Cortés y Pizarro. Ahora bien, en otra ocasión si que vimos repartir porrazos sin piedad, a la policía local. Se trataba de las taquillas del cine Oma, recién inaugurado. El film El último cuplé, tuvo tanto éxito entre el público, que algunos, observando que no habría entradas para ellos, intentaban crear una nueva fila. Mis amigos y yo, nos preguntábamos como era posible que hubiera gente así y porqué la policía pegaba fuertes bergazos para poner orden. Recuerdo cuando Pepín nos advirtió a los amigos, tras enterarse, de que en el cine Victoria, en cada segundo de proyección iba añadido un fotograma recomendando beber Coca-Cola y casi llega a que le creyéramos. Así pues, durante la proyección y por aquellos días, estábamos más pendientes de distinguir dicha imagen que de atender a la película.

 

En otra ocasión y estando en el cine Victoria viendo la película Ivanhoe, en color y con un tema de la Edad Media, Pepín, observó que cuando el actor principal iba a cruzar un río junto a otros camaradas, uno de ellos llevaba un reloj de pulsera. Al decir mi amigo, gritando: -¡Ese lleva un reloj, ese lleva un reloj!-, las risas y el alboroto fue tremendo entre los que estaban cercanos a nosotros, pues, era verdad. Tuvo que venir el acomodador a poner orden.

 

En el cine Oma también viviría otra anécdota de gran recuerdo. Proyectaban la película Alma Aragonesa, interpretada por Lilian de Celis. Era autorizada para mayores de 14 años y yo sólo tenía 13 y estaba muy interesado en verla pues, era sabedor de su rodaje en Albarracín. Mi padre habló con el entonces novio de Carmen la Chicuta, Antonio Celda, que era el técnico de la máquina de proyección y me pasó con el hasta las butacas de general. El matrimonio pasa actualmente los veranos completos en nuestro pueblo. Por cierto, en aquella época, Amador, el marido de la Chatica también era operador de la máquina de proyección. Por cierto, de todos aquellos cines que menciono en mis memorias hace años que desaparecieron todos.

 

En otra ocasión, Pepín, mi amigo y compañero de clase, me manifestó las dudas que tenía sobre la puntuación de la corrección de exámenes por el maestro, considerándole injusto. Así que sometimos al maestro a una prueba. Como nos retiraban los libros, me encargué de copiar todo el texto de la asignatura de Historia Sagrada (la de menor contenido) de nuestra Enciclopedia Alvarez, en la cara posterior (blanca) de las nóminas de mi padre. Llegado el examen, nos colocamos en la misma mesa, en el rincón existente a la izquierda de la puerta, nada más entrar en clase, pasándole las hojas de las preguntas fácilmente y llevándonos una sorpresa al final, pues, el obtendría una nota de 9 y yo de 12, la máxima calificación que otorgaba Don Enrique. Pepe dejó claro que yo estudiaba mucho y me lo merecía (no en esta ocasión), pero, el maestro tenía señalados a sus alumnos, antes de los exámenes. Por cierto, por aquel tiempo, cierto señor, comenzó a vender en su vivienda, en la calle Segorbe, la pluma estilográfica Inoxcrom (me parece) y hacia allí nos dirigíamos casi todos los chiquillos con las 25 pts. que era su precio. Recuerdo que aquello fue más impactante que las rebajas de hoy en día. Atrás había quedado el tintero engorroso de las mesas. Comprábamos un frasco de tinta Pelikán y rellenábamos el bombín, y hasta otra. Por entonces tendríamos también bolígrafos, pero, la pluma estilográfica, daba más categoría.

 

Don Enrique también nos llevaba de excursión a algunos lugares. Recuerdo la visita a la catedral de Segorbe (aprovechada para ver la piscina de la población de Altura) o al museo de animales disecados de El Carmen en Onda, pero, sobretodo, el realizado al Grao Viejo de Sagunto  (lugar del puerto romano con restos bajo el agua), andando por la costa tras atravesar el muelle y las escombreras de la siderúrgica. Allí me encontré en la orilla de la playa el caparazón blanco de un molusco gigante (como el de un mejillón), pero, de unos 25 cm. de longitud. Un compañero que vivía en el barrio de Wichita, José Vicente, me lo cambiaria por un saquillo de almendras (este lo recuerda). En otra ocasión, el maestro, nos llevó a visitar la fábrica de A.H.V. y pude ver muchas de sus instalaciones, pero, lo que más me impactó fue el lugar de trabajo de mi padre (que no estaba trabajando ya que siempre iba a relevos). Se trataba de arrastrar chapas aún calientes. Los hombres llevaban guantes y delantal. Nos había sacado de Gea, pero ....¡que trabajo! Y máxime cuando mi padre estaba muy delgado. En 1981, estando yo prestado en el departamento de nóminas  y recogiendo datos, me enteraría de que sus compañeros le apodaban el Nervios. En mi nueva ocupación provisional disfrutaría calculando la pensión de varios geanos en su jubilación anticipada, además, recuerdo que a los compañeros les enseñaba la foto de la mujer de Bernardo el Chicuto, del libro de familia, haciéndoles ver que era la más guapa de las esposas de los cuatrocientos jubilados que teníamos, lógicamente, en las fotos todas jóvenes.

 

Un lugar de mucha atracción en el Puerto, por entonces, se daba en la Plaza del Mercado. En el centro de la misma se ubicaba el Ayuntamiento (poco tiempo antes, en su lugar, existía un almacén de materiales de construcción). También albergaba la feria en invierno, así como atracciones de teatro de variedades (Manolita Chen), donde junto a mis amigos porteños nos repartíamos un orificio en la madera (si lo conseguíamos) para ver desde el exterior. En verano se montaba allí la plaza de toros y vaquillas, aprovechándose también para espectáculos musicales. Recuerdo correr hacia el interior del Ayuntamiento (camerino de artistas) junto a mi amigo José Flor, el día que actuó el Duo Dinámico, porque algún bromista dijo que estaban firmando autógrafos en los sujetadores de las chicas, no vimos nada de ello. Curioso, cinco años después, en mis comienzos de electricista, instalaría el alumbrado de la plaza portátil y un tirante diametral, en el que colgué las luminarias estaba derivado, descubriéndolo un enano, de los que durante la noche iba a participar en la charlotada. Como yo aguantaba la corriente intenté convencerle de que no pasaba nada, pero no lo conseguí y tuve que desmontar y montar de nuevo.

                           

Por aquellos días, trajo mi padre a casa un aparato de radio. El vecino de enfrente, su amigo Isidoro, que vendía aparatos de la marca Vibarma, le dio uno diciéndole que ya lo pagaría poco a poco. Lo colocamos en el comedor en una estantería situada a 1,5 m. de altura aprox.. Recuerdo que de pie y junto a este escuchaba la música, novelas y sobretodo los monólogos de Gila y el carrusel deportivo de los domingos por la tarde, siguiendo los aciertos de mi boleto de quinielas de fútbol. Podía considerar que la pobreza de Gea ya había terminado. Por fin éramos ricos. Y además, si acertaba la quiniela …… Lejos estaba entonces de comprender que, en ocasiones, esto también trae desgracias, y no por mi vida, pues, incluso tres años después, trajeron a casa un televisor de 25”, lógicamente en blanco y negro y con un solo canal, lo cual constituyó para mí una sorpresa grandísima al llegar a mi casa procedente de la Universidad Laboral de Córdoba, para pasar las vacaciones de verano.

 

Continuando con el año 1959 y en el Puerto, diré que por aquellos tiempos, ya existían televisores en algunas viviendas y escaparates. Recuerdo haber visto en el comercio de la Viuda de Borrás, próximo al cine Victoria, una novillada de Diego Puerta y Paco Camino, o la final de la Copa del Generalísimo entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid, o la final de la Copa de Europa entre el Real Madrid y el Eintrach de Frankfurt.  Para este último acontecimiento colocaron un televisor en un balcón sobre el Bar Teruel y aquella zona de la plaza del mercado se llenó de espectadores. En los otros dos casos anteriores colocaron sobre la pantalla un papel coloreado, como filtro, y llegué a creerme que incluso lo veíamos en color.

 

Me gustaba tanto ver la televisión que en cierta ocasión, tuvo que salir mi padre a buscarme, dado mi tardanza en volver a casa, tras mandarme a Correos (próximo al cine Victoria) a depositar una carta. Al volver y pasar por los electrodomésticos de Albella, en la plaza del mercado y junto al Bar Acero (ambos comercios ocupan hoy día lo que es el Banco Santander), me entretuve viendo parte del partido de fútbol entre las selecciones de España y Polonia. Al regresar me encontré con mi padre que ya venía enfadado a buscarme, si bien, no me castigó por ello. Aún recuerdo el equipo de España, curioso, casi todos del Barcelona: Ramallets, Olivella, Garay (del Athletic, al año siguiente en el Barcelona), Gracia, Segarra, Gensana, Tejada, Kubala, Di´Stéfano (del Real Madrid), Suárez y Gento (del Real Madrid). Para que hoy día digan que la selección son los jugadores del Barcelona. ¡Ah! Y además, el entrenador, Helenio Herrera, a la vez, lo era también del Barcelona C.F. durante esa temporada.

 

La verdad es que, los escaparates de aquel tiempo, pese a su poca presencia con respecto a los de hoy día, te invitaban a soñar. Y si no que me lo digan a mí. Me pasaba ratos, absorto, en uno de ellos, muy pequeño. El comercio del que se trata estaba situado junto a la farmacia Roig, pero, en la calle Luis Cendoya y lo que me maravillaba era un fuerte con sus soldados (uniformados) rechazando un ataque de indios a caballo. Nunca tuve tal juego y el deseo lo anularía en parte gracias a mi afición en recortar los dibujos de mis tebeos, como ya comenté anteriormente. Quizá, por ello, mis hijos tendrían pronto un fuerte del Oeste Americano.

 

En otra ocasión, también tardé una hora en volver a casa desde la escuela. El motivo sería un castigo que me impuso el maestro por no dominar los verbos. No me entraba el pretérito pluscuamperfecto del verbo haber: Yo hubiera o hubiese habido. Consideró que no saldría hasta que ya no fallara. Quizás se enfadó porque le estaba defraudando y como el comía en la escuela, me retuvo. Esto no lo hacía nunca o al menos yo no lo ví. Mi padre lo consideró acertado y hasta se enfadó conmigo. Lo que no conté a mis padres fue lo que ocurrió cierto día de por entonces, entre el maestro y yo (supongo que por no liar más la madeja) y que aún hoy día me pregunto el porqué, y que paso a relatar.

 

Como ya dije en otra ocasión, nos solíamos corregir unos a otros los dictados, tras escribirlos posteriormente en un encerado. Ese día pasaba con la libreta de un compañero, para corregir, por delante de Don Enrique y sin venir a cuento me atizó un buen guantazo. Yo, me quedé mirándole y le dije: -¿Porqué …..?. Contestándome el: - ¿Cuando tu tienes delante un moscardón, no le das un manotazo?, pues, eso he hecho yo -. Y se quedo tan fresco. Pienso que se desahogo de algo o yo que sé. Digo que el llevar sesenta alumnos de diferentes edades a la vez, en aquella época, debía dar lugar a momentos en que un maestro no supiera donde estaba y terminara por extralimitarse. No lo disculpo y lo más lamentable es que todos los compañeros lo vieron y se extrañaron, además, no utilizó la regla, como siempre había hecho, ni siquiera cuando le hice la pregunta, cosa prohibida a un maestro por entonces.

 

Además, Don Enrique, calificaba de 0 a 12 y no a 10 como era lo tradicional, pienso hoy día, si sería para distinguirse del resto de maestros del Puerto de Sagunto. En los exámenes recuerdo que obtenía algunas notas con calificación de 12. También recuerdo que mi padre, a veces, me hacía preguntas sueltas e inesperadas, como por ejemplo: ¿qué es una ampliación? o ¿qué es un cacique?. Si no lo sabía, el me lo explicaba. Sobretodo durante las comidas en la mesa, donde también insistía: -Ponte la servilleta .... no sorbas la cuchara ..... come con la boca cerrada ....límpiate esa boca ...... no se habla con la boca llena .... etc. etc.-. Eso si, jamás tuvo que decirme mi padre contesta bien a tu madre. Ya me guardaba bien de ello en su presencia, pero, cuando estaba a solas con ella y a veces la enfadaba y cuando me perseguía alrededor de la mesa le ponía los codos pegándose con sus muñecas contra ellos. Tras quejarse de dolor exclamaba: -¡Cuando venga tu padre le cuento lo que me haces!-, y se acababa la revuelta, nunca mejor dicho. Este recuerdo siempre me ha apenado y más debido a que siempre fue buena conmigo y me tapó malas acciones, como muchas madres, en numerosas ocasiones. Pero, como digo ahora, de chiquillo queda mucho cerebro por formar.

 

Quiero contar otra situación curiosa que entonces se daba en mi hogar. Mi padre solía escuchar en la radio, programas de la famosa emisora La Pirinaica. Escuchaba con el sonido muy bajo y yo no comprendía el porque de ello, pues, incluso a veces, me mandaba vigilar la calle desde nuestra puerta. Ya más mayor y dado que mi vida laboral se ha dado en el ramo de electrónica y electricidad, pienso que, gracias a que la Guardia Civil no pasaba por nuestra puerta, con una radio portátil, pues, por el acoplamiento de voz, habría sido fácil descubrirle.

 

En aquel verano recuerdo que, en Gea, en alguna ocasión acompañé a Pedro el Matrón en su labor de pastoreo, con su perra (hermana de la que yo tuviera años antes) y sus ovejas, por el barranco que baja a la ermita de San Roque. Mientras comentábamos cosas de ambos, yo observaba como manejaba el ganado. A mi amigo José Flor, en el Puerto, también lo acompañé en alguna ocasión, junto a Fernando el Meregildo y charlábamos. A Pedro lo consideraba un chaval fuerte, al igual que Pepín, pero, este último, hasta tenía una piedra muy grande completamente sobada de lo que la manejaba. Pasaba ratos elevándola y depositándola en el suelo de la primera desembocadura del río Palancia en el Puerto, mientras cuidaba de su ganado. Además, recuerdo que nos producía mucho morbo el puesto militar que había antes de llegar al río, así como los restos de los puestos de artillería abandonados que también existían por allí.

 

Si comenzase a nombrar a todos los pastores que yo conocí por aquella época en Gea, desarrollaría una gran lista (algunos, aún niños). Baste decir, que algún año después, las tres casas de la parte de la carretera en la calle del Curadero correspondían a otros tantos pastores: el tío Mariano el Bolo (q.e.p.d.), Lázaro y Segundo el Gordo y no eran familia. Hoy día sólo queda un pastor en Gea, Miguel el Fabriquero, cuando hace unos 60 años habría 35 aproximadamente.

 

El 13 de abril de este año de 1959 Pepín y yo viviríamos una aventura de gran tensión en la puerta del campo de fútbol del Fornás, en el cual jugaba el equipo de fútbol local, el C. D. Acero. Al salir del cine Victoria (la sesión comenzaba a las 4 de la tarde), observamos una gran multitud de personas junto a las taquillas y la única puerta del campo de fútbol (ambas muy próximas). Nos acercamos hasta la esquina de enfrente y Pepín fue a alcahuetear, volviendo con noticias hasta la otra esquina que era el lugar hasta donde yo me había alejado. En la puerta estaba la Guardia Civil acompañada de un grupo numeroso de seguidores del C.D. Acero. Pepín me dijo que el equipo local había empatado injustamente contra el Saguntino y se complicaba la permanencia en tercera división, como así fue, pues, a la semana siguiente descendía de categoría, si bien, al año siguiente ascendería de nuevo. Según el, los aficionados querían linchar al árbitro y decían que este y Mauro, el portero normalmente suplente del Acero, pero, titular en aquel encuentro estaban llorando en los vestuarios por diferentes motivos (situados estos entonces en el rincón del campo diagonalmente opuesto a las taquillas). Tras ver pinchadas las cuatro ruedas del vehículo del conjunto arbitral y temiéndome lo peor decidí marcharme a casa, acompañándome mi amigo. Quizás desde aquel momento siempre he mantenido que futbolistas que gusten a todo el mundo siempre habrá, pero, árbitros, nunca, aún siendo perfecto. La experiencia me lo dice. Sólo hay que pensar que muchos aficionados sólo van al campo a desahogarse y a veces ni atienden al encuentro, además, si los propios futbolistas, como se ha demostrado en alguna ocasión, no conocen totalmente el reglamento, imaginarse los aficionados.

 

También en esta puerta del campo de fútbol, viviríamos ambos momentos más alegres, tres meses después. El día de la víspera de la Virgen del Carmen, mi padre me dejo quedarme hasta la una de la madrugada por primera vez, junto a mi amigo José Flor, a la verbena que se celebraba con motivo de sus fiestas. Allí nos quedábamos mirando como bailaban las parejas y escuchando a la orquesta. Apenas había chiquillos y niñas, aún menos. Le contaba a Pepín lo diferente que era en las fiestas de Gea, quizás porque nos conocíamos todos los niños del pueblo. Bueno, pero este tema ya lo hablaré cuando comente las fiestas del mismo. Cuando el baile finalizó marché para casa y me acosté. Mis padres ya estaban durmiendo. Siempre he recordado con agradecimiento el detalle de confianza que mi padre tuvo conmigo en esta ocasión, pues, el sabía lo mucho que me gustaba el baile. Por cierto, dos años después (en 1961) y en el tramo de calle de la otra puerta nueva del campo de fútbol (lugar donde se colocaba ahora la orquesta) ya bailaba con amigas, las acompañaba hasta la puerta de su casa e incluso me escribía con ellas desde la Universidad Laboral. La hermana de mi compañero y amigo Vicente Arranz, Ana, me ayudaría a conocer chicas de mi edad. Curiosamente, las que durante el año de este capítulo les había escrito mensajes que les llevaba su vecino y amigo nuestro, Toni Baeza (q.e.p.d.) y que al no hacernos caso acabaríamos apedreando. Recuerdo que la pieza musical que más me agradaba de las que tocaba la orquesta era Billetes verdes.
 

 

 

Junto a mi hermana cuando esta tenía dos años de edad y yo trece.
Atrás iban quedándose los años de imaginación y desastres.

 

Recuerdo que en este momento mi hermana y yo nos teníamos un gran cariño. Me hacía mucha compañía y disfrutaba viéndola crecer. Creía que era la niña más guapa que había visto en mi vida, pero, a veces le hacía sufrir. Recuerdo que se despertaba por la noche y venía a mi cama en lugar de ir a la de mis padres (no se despertaban), diciendo que tenía miedo y que la dejara dormir conmigo. Yo me colocaba en el lateral de la cama haciéndome el dormido y cuando se pasaba al otro lado yo también lo hacía. Atrás había quedado zurrarle para que se durmiera y así poder salir antes a jugar a la calle.