Si lo deseas, puedes escuchar música de Youtube

 

RECUERDOS DE MI INFANCIA
PRIMERA PARTE


INTRODUCCION

Decía mi amigo, el geano Constancio Aznar el Secretario, ya de niño: -¿Porqué no cuentas tus aventuras?, tienes muchísimas. -. Y es cierto. Me lo ha recordado muchas veces y siempre ha exaltado el almacén de mi cerebro. Nuestro amigo Francisco Ortiz el Gato (q.e.p.d.) me lo propuso también siendo  aún niños (lástima que este no haya podido conocer mi trabajo en la web y las presentes líneas).

Ninguno de nosotros, ni de los otros niños, nos imaginábamos  en aquella época, que mi interés por las cosas del pueblo y mi afición a la Historia posterior derivaría con el tiempo en la creación de un sitio web sobre Gea. Por ello, tras el homenaje que se me tributó por parte de laAsociación Amigos de la Radio de Gea por fundar y mantenerwww.geadealbarracín.com, que muestra al mundo como es parte de nuestro pueblo y la Sierra de Albarracín y Cella, Enrique Cobos Laborda, presidente de la Asociación y geano de adopción, también me lo propuso, e incluso es bueno para la radio, me dijo.

Tras todo esto y que ahora contaba con un nieto de casi dos años de edad y de una nieta, recién nacida (cuando mis hijos me habían advertido que no iba a tener nietos), consideré que estos cuentos reales vividos en mi infancia, muy originales en otra época, se perderían con el tiempo, si no los dejaba escritos (en casos de duda se observará en la descripción de los hechos). Por ello, en los relatos, voy a intentar ceñirme a la cronología de las situaciones vividas, lo mejor posible, pero, soy consciente de que será más fácil redactarlo si en ocasiones me traslado a otras edades, lugares y personas. Además, que conste, escribo de corazón. Pienso llegar hasta los 14 años, de hay que muchas anécdotas correspondan al Puerto de Sagunto, lugar donde marché a vivir con mi familia, un mes antes de cumplir los 9 años y a laUniversidad Laboral de Córdoba, centro donde ingresé a los 14 años, para aprender un oficio.

Por cierto, tras ser escuchados los diferentes capítulos en la emisora deRadio Cultural de Gea, pasados a voz, algunas personas me han comentado datos relacionados, lo cual, añadido a algún recuerdo lejano que viene a mi memoria, me dice que estaré actualizando todo el resto de mi vida. Digamos de paso que fue redactado entre septiembre del año 2012 y febrero del 2013.

Va dedicado a todos aquellos geanos, geano-porteños y simpatizantes que vivieron junto a mi su infancia (década de los 50), esperando que no se molesten y que les sirvan de entretenimiento algunos de los párrafos. Pero, eso sí, recordad que entonces éramos niños y vivíamos muy diferente a los niños de la actualidad.

Quiero que quede constancia de mi agradecimiento al Grupo de Gea de Facebook (al cual pertenezco), por las fotografías que aportaron a la actualización que he realizado este año de 2015. Gracias.

 

 

CAPITULO I
 

EL PORQUE ESTOY EN ESTE MUNDO
 

Estoy en nuestro planeta gracias a un ventanico. La pequeña ventana (de unos 30 por 40 cm. aprox.) aún existe y está situada en la parte posterior de la casa actual nº 17 de la calle Alta, en la cual vine a este mundo. La vivienda, ahora mía, la compraron mis bisabuelos y desconozco su antigüedad, pero, la muralla que la atraviesa posiblemente tiene más de un milenio.Dicho ventano quizás este ocupando parte de una almena de dicha muralla.

 



El ventanico por donde comencé a nacer. Observar el detalle de los escalones
para ganar profundidad con el calzado por ser muy estrechos.

 

Nieves Artigot, no se imaginaba aquí la que le esperaba en los siguientes años. 
Se casaría, dejaría a su familia, sería madre y abandonaría su pueblo de siempre.

 

El ventano en cuestión ya tendrá sus comentarios en otro momento, conmigo ya nacido. De momento, digamos que antiguamente (cuando la vivienda no contaba ni con radio, ni televisión, ni internet), era el lugar de mayor distracción de la casa, pues, además del paso de personas, coches, carros y animales, desde el se observaba la calle y el Barranco del Curadero, pegado al corral (hoy día carretera que conduce hacia la Sierra, Dornaque, Bezas, Valdecuenca y Saldón). También, mirando desde dicho ventano y hacia arriba se distingue el perfil de la carretera actual de Albarracín (A-1512). Me imagino que en aquella época pasarían muy pocos vehículos por su calzada, inaugurada sobre el año 1900.

 

Quizás por ello, cierto día del año 1943, mi futura madre, Nieves Artigot, se asomó a dicho ventanico y justamente detrás de la casa actual de Segundo Licer el Gordo y por la carretera, acertó a pasar un joven geano, Julián Alamán el Bernardino, mi futuro padre, el cual tiraba del ramal de un mulo cargado de panizo, procedente de Los Cerraos.Entonces, en el lugar de dicha vivienda se ubicaba una paridera de ovejas, de hay que quedase a la vista un buen tramo de la carretera.

 

 

Foto del grupo de quintos: Salvo el de nuestra izquierda reconozco al resto. A continuación Ramónel Sastre, 
Julián el Bernardino (mi padre), José el Langa, Dionisio el Toribio y León el del Hondo Górriz.

 

 

Foto de otro grupo de quintos con alguno de los anteriores, (mi padre el de nuestra derecha, de pie)

 

Julián iba caminando con porte señorial y silbando, como si un desfile se tratara, cuando dio un tropezón que casi le hace caer al suelo(recuerdo, siendo yo muy niño, con que arte ablentaba con su horca en la era tras la trilla).  Mi madre estuvo riendo hasta el domingo por la tarde. Y digo hasta ese momento, porque, es cuando dicho Julián le solicitó que bailara con él en la pista del viejo Salón de El Soguero, sin que este supiera que había sido observado en su tropezón y por eso ella lo miraba de forma diferente y sonriente, pues, a ella no le gustaba dicho joven, según le diría posteriormente a su amiga y vecina Amalia(quizás porque ya había tenido otra novia en el pueblo durante dos años). Era un maño muy trabajador, honrado y ordenado y muy parlanchín (de todo esto doy fe). Y aquello terminó en noviazgo. Y el 21 de abril del año 1945 en boda (este mismo día nacía un niño en el pueblo, Luís el Pespés). Viajarían a Zaragoza en viaje de novios de lo cual nunca contaron detalles. Y el 3 de febrero de 1946 (día de San Blas) nacía el primer hijo del matrimonio, Tomás, y lógicamente con el apodo del Bernardino. A los 17 años de edad me enteraría de que mi nombre no era Tomás, sino, Blas Tomás. Blas por nacer el día de San Blas y Tomás, por ser el nombre de mi abuelo materno. En lo que llevo de vida no he conocido todavía a ningún otro Blas Tomás de nombre.

 


Otra familia de los Alamán comienza su andadura por este mundo.
Mi madre me arropaba también para disimular mi pequeñez-

 

Por cierto nací ochomesino, según me dijo mi madre en numerosas ocasiones, cuando esta vivía. Y aún, hoy día, me pregunto, porque hasta ahora no supe el porqué era ochomesino (me lo contó hace unos meses mi hermana Marinieves). Resulta, que mi madre se cayó en la calle Alta y tras rodar cuesta abajo, se le anticipó el alumbramiento. O sea que vine rodando no con la cigüeña.

 

Quizás debido a que en la dirección de las cartas no solía figurar el nombre de la calle, no supe hasta
 que fui mayor que existía la calle Alta, bueno, ni el nombre de ninguna de Gea, salvo la de San Bernardo.
 

Lo que es la vida. Hace unos pocos años solicité al entonces alcalde, Francisco Meléndez el Fabriquero una barandilla para dicha calle y fue colocada. Quizás con ella puesta entonces, yo no habría sido ochomesino y mi pobre madre no habría soportado momentos amargos (como ella solía recordar) y que ahora os contaré.

 


En la década de los 50, la calle Alta era muy transitada. Estaba toda habitada y las dos casas 
siguientes a la mía (la de la fachada blanca y roja) albergaban las dos carnicerías del pueblo.

 

Quizás, con mi nacimiento, Gea pasó a tener 1000 habitantes (tengamos en cuenta que en el año 1940 contaba con 1086 y en 1950 con 981). Durante el año 1946 nacerían también dos Josefinas laMarcela y la Albardera, Angeles (entonces vecina mía), Pilar la Ratita, Amparín Laguía, Pilarín la Patatillas, Dorita la Hueva, Carmen la Pastora, José María Marzo, Fernando el Meregildo, Pedro el Matrón y posiblemente algún niño más. Este año llegó el colacao a España y comenzaron las quinielas de fútbol. Se convertiría en mi mayor afición, que me llevo a jugar toda mi vida desde los once años. Pero aún no me he hecho rico con ellas, pese a acertar muchas veces todos los signos, ya que juego combinaciones propias super-reducidas.


Por otra parte, el pueblo se encontraba entonces bajo la trasformación surgida justamente un año antes, concretamente el 31 de enero de 1945. Se había creado La Geana, sociedad constituida por los propios vecinos de Gea y que llevó a cabo la compra de ocho dehesas a loscondes de Fuentes. Gea, por tanto, llevaba ya un año en libertad, tras haber permanecido, podríamos decir, como esclavo desde el siglo XIV. Como consta en Los Heredia, poder feudal sobre Gea, obra histórica sobre el pueblo, cuyo autor es el geano Manuel Alamán.

 

 

 

Documento acreditativo de la compra de la parcela de La Vega por parte 
de mi abuelo Tomás al conde de La Florida  (leer la última línea de la foto).

 

Nací en pleno invierno y tan pequeño que ante la desmoralización de mi madre, muchos la animaban, pero ella, guiándose del médico y alcalde a la vez, Don Samuel Sánchez, (quien informalmente dijo que en mi no había un cuerpo humano) y viendo la lástima que provocaba entre los vecinos (que mala suerte ha tenido Nieves, decían), cuando recibía alguna visita en casa (algunos para curiosear, continuaba contándome mi madre), ésta, para que no pudieran ver mi cuerpo desnudo y aparentar más volumen me arropaba rápido. Además, según mi madre, hasta que no cumplí mi primer mes de vida no me cogí bien al pecho, lo que aún le hacía sufrir más.
 

Llegados a este punto, quiero dejar constancia de mi gratitud a una persona fallecida hace muchos años, el tío Florencio el de la Plaza. Hombre de pequeña estatura pero con mucho mundo corrido, pues, incluso estuvo en la Guerra de Cuba. Allí había aprendido a cortar el pelo, a sacar muelas y a colocar inyectables. Era ya muy mayor y siempre iba con una borrica pequeña. Este animaba a mi madre, de distinta forma: - ¿no viven los de siete meses?, ¡pues, mejor con ocho! - solía decirle. Quizás, de paso que animaba a mi madre, disfrutaba llevando la contraria a muchos geanos. Lo cierto es que, recuerdo, que cuando tenía 4 ó 5 años y salíamos los párvulos al recreo, en la Plaza del Ayuntamiento, él, desde la puerta de su vivienda (hoy día la de Fernando el Peluquero), me miraba y gritaba: - ¡Y no iba a vivir, decía el pueblo! …. ¡míralo, como corre! -.
 

Tanto mis padres como mi abuelo paterno, Bernardino, que por esta época vivía con nosotros, eran pobres (su esposa Raimunda, mi abuela,había fallecido dos años antes de nacer yo). No teníamos huerto propio y mi padre trabajaba a jornal cuando salía y de agramador de cáñamo más continuamente en la época apropiada (sólo el que ha trabajado en esto, sabe lo que entra en sus pulmones) y además siempre fumaba mucho. Quizás, por ello, murió de cáncer de pulmón a los 77 años. Antes, también había trabajado de resinero. Por la otra parte, es decir, por parte de mis abuelos maternos, estos tenían algunas propiedades agrícolas propias y otras que trabajaban en arriendo y como iré contando más adelante, los consideraba ni ricos, ni pobres, en la casa había bastante comida, aunque dinero creo que nunca ví y no tenían radio (pensaba yo entonces que era el símbolo de los ricos del pueblo). Eran tiempos de posguerra. Además, hoy día se que nací cuando España estaba atravesando un trienio de gran sequía y me imagino lo que ello debió suponer para nuestro pueblo.

 

CAPITULO II

MIS PRIMEROS RECUERDOS

 

Es difícil recordar cosas de tus primeros años de vida y además fijarlas en el tiempo, pero yo mantengo que si las has vivido con intensidad y las has ido repasando a lo largo de tu vida, es posible recordar situaciones concretas muy lejanas. Así, recuerdo a mi madre haciendo la cama de matrimonio, cuando tenía 2 o 3 años. Yo estaba cogido a la parte trasera izquierda de la cama y ella cantaba - ¡Están clavadas dos cruces, ....!. Esta frase y el lugar se me quedaron grabados para siempre y cuando escucho la canción me viene a la memoria lo sucedido. Mi esposa, a menudo, se pregunta como es posible que no recuerde bien los encargos en el supermercado de hace un momento y yo le contesto, porque no me llaman la atención y además, los hago por obligación, aunque soy consciente que debo ayudar, para que ella también se sienta en parte jubilada, como ama de casa.


Cuando tenía unos pocos años me enteraría de que la casa donde vivíamos 
en Gea no era nuestra, sino, propiedad de mis tíos Consuelo y Victorino, los Alguaciles. A ellos les había facilitado el Ayuntamiento una casa de su propiedad, sobre lo que era la Secretaría. Nuestra vivienda correspondía al nº  41 actual de la calle de San Bernardo, en la placeta del Rosario (la del Estanco). Precisamente, entonces y en este lugar, recuerdo que una noche me levanté de la cama de hierro, que estaba en alto y en una alcoba, con acceso desde la habitación de matrimonio (nunca tuve cuna), y no estando mis padres en casa bajé a la calle y lo que presencié nunca lo olvidé. Había una hoguera no muy grande y cantaban las mozas y los mozos al son de la música de las guitarras. Un joven que estaba en nuestra puerta me mandó de nuevo a la cama (me parece que era Antonio, el hijo mayor de la tía Pura, una vecina). Me debieron de acostar mis padres, que supongo estarían por allí, porque yo no podría subir a aquella cama tan alta, de donde debí bajar descolgándome. Antonio dice no recordar este suceso y si el de la fiesta que se preparaba en la replaceta de mis abuelos Carmen y Tomás. Según el allí si que se cantaba con guitarras y acudían muchos mozos. Y es que Gea posee muchas imágenes repartidas por las diferentes calles del pueblo, frente las cuales, antiguamente, se celebraba su día.

 

 

 

Año 1948 o 1949. En esta foto tomada desde la balconada del Estanco a la rondalla, seguramente soy el niño 
que está sentado delante de su madre. Entonces, en el perímetro triangular de la placeta sólo vivía un niño, yo
.
 

En otra ocasión, estando solo en casa metí la cabeza entre los hierros del somier de la cama, en la parte de la cabecera, y estuve llorando hasta que llegó mi madre y me sacó del apuro. Hay también tendría 2 o 3 años.

 

Recuerdo que siendo muy pequeño, ya teníamos en marcha una estufa en la cocina. Mi padre retacaba el material sobrante del cáñamo en el agramado, que solía traer y almacenar en nuestra casa y siempre ponía el hierro de dicha estufa al rojo vivo. Sobre ella guisaba mi madre y nos permitía no pasar frío en aquel habitáculo, para mi tan grande. El fuegocon leña en el suelo se encendía poco, a diferencia de las casas de los vecinos, que siempre estaba en marcha. A la derecha de la chimenea y en lo más alto existía una estantería de obra con unos pocos libros novelescos sobre Tarzán y otro, con grandes láminas, exponiendo maquinaria agrícola moderna, posiblemente norteamericana. No cabe duda de que mi padre, por entonces, era un soñador, pues no teníamos ni siquiera un mulo en casa, lo cual tenían prácticamente en todas las casas de labranza del pueblo. Algún año después compraría un caballo, como ya contaré en su momento. También recuerdo que sobredicha estufa y en una sartén cocinaba mi madre las gachas de harina de trigo (que me encantaban) o de maíz, añadiéndoles dos sardinas saladas para que tuvieran un gusto diferente. Recuerdo que mis padres alababan aquellas sardinas y que a mí, que comía de todo, no me gustaba que las añadieran a las gachas.

 

Por entonces, ya me introducía en las casas de los vecinos, pues, las puertas siempre estaban abiertas, excepto en El Estanco, pues, allí siempre estaban trabajando y atendiendo a los clientes, como es lógico, si bien recuerdo que siempre me trataron bien la tía Antonia y sus hijos Fuencisla y Pepe. En todas casas me animaban a comer alguna cosa, así que, en mi la mía apenas comía. El recuerdo del cariño con el que me trataron por entonces mis vecinos más próximos, lo llevaré siempre en mi memoria.

 

Con tres años cumplidos, si que tengo la mente más clara. Pasé a dormir, a veces, con mi abuelo Bernardino, que vivía con nosotros. Este dormía en un granero en el segundo piso, y me hacía mucha ilusión acompañarle. Era muy bueno conmigo (como comentaré en otros años más adelante) y cuidaba de mí, pero tenía algo de mal genio. Murió cuando yo tenía siete años. Años más tarde me enteraría de que mientras vivió fue una de las personas más chistosas de Gea. De él recibí el mote de el Bernardino. Quizás, involuntariamente, se mostrabacomo casi todas las personas: un comportamiento en familia y otro, elque vivimos fuera de esta y más ante nuestros amigos. En el granero, aparte del grano teníamos también las piñas para el fuego y las manzanas cogidas en el verano y que tiempo después comíamos ya con la piel rugosa (algunas veces en el colegio y asadas).
 

 

 

Mi madre sonríe mientras yo permanezco serio. Debido a mis mentiras y algunas actitudes de niño mimado, 
pronto se le iría la risa. Hasta que tuve once años yo sería  hijo y nieto único en su familia.

 

Entonces recibí el primer juguete importante y con el cual demostré por donde iba a transcurrir mi vida. Era una pelota de goma de unos 20 cm. de diámetro aprox. y recuerdo que me preocupaba el no saber porque botaba. Ya el primer día, no estando mi madre en casa (creo que había ido al Estanco), aproveché para clavarle unas tijeras y abrir un hueco, llevándome una sorpresa: en su interior no había nada. Cuando llegó mi madre, aún me encontró sentado en el centro de la sala grande, la que tiene el balcón que da a la calle de San Bernardo, observando el interior de dicha pelota.

 

 También había un momento clave cada día. Sucedía en la casa de enfrente, donde vivía una mujer mayor viuda (o no tan mayor, pues entonces se vestían de otra forma, como todos sabemos), la tía Consuelo la Morena, con su padre, el tío Vicente, un hombre pequeño que siempre estaba sentado junto al fuego y que siempre llevaba un pañuelo en su cabeza. Esta nos preparaba un huevo frito a cada uno y nos lo comíamos junto al fuego, mientras, yo le contaba cosas de mi mundo. También me encantaba asomarme por la ventana de su cocina, que daba a la calle, pues, desde allí se observaba gran movimiento de personas que entraban y salían de la tienda de Fortea (El Estanco). Muchos años después yo la bautizaría, para mi familia, con el nombre de El Corte Inglés de Gea. La tía Consuelo tenía tres hijas: Angeles, la más joven con quien compartí algunos ratos, Carmen, ya casada y Pilar, que vivía en Barcelona y venía a veces, y un hijo, Aurelio, el que fuera penúltimo dueño de la Casa Grande.

 

 

A los tres o cuatro años ya había superado mis comienzos titubeantes de mi llegada a este mundo.

 

Aurelio, hace unos pocos años, antes de fallecer, me diría, : -Te he tenido en mis brazos-. De sus hermanas, ya lo sabía, pero de el nunca lo había imaginado. Pensé que debía ser muy pequeño. Fue con ocasión de ir a su casa a hacer unas fotografías y video, así habíamos quedado, pero, el matrimonio marchaba ya para Valencia y no se pudieron realizar. Espero, que algún día lo cumpla, pues, tengo el compromiso de mi primo Luis el Madrileño. Por cierto, allí en la cocina estaba también el párroco, una gran persona (sólo recuerdo su apellido, Peralta). Al salir juntos del caserón, le dije al sacerdote que no sabía que título poner al video. Este me sugirió: -¡Gea al natural- , y espero cumplirlo, cuando disponga de más tiempo para ello.

 

 

 

En este patio de entrada me aconsejaron el título de los videos publicados sobre nuestro pueblo: Gea al natural.

En todas las casas de mi barrio me trataban de maravilla y ese recuerdo es imposible de olvidar. Todos ellos me tenían como un juguete y hoy día y desde hace unos pocos años, en el lugar de la vivienda de la tía Consuelo, existe un gran solar. A veces he pensado que bien podría ser transformado en plaza y zona de recreo interior. Actualizo: acaban de inaugurar una terraza de verano, con mucho acierto y presentación. Por cierto, en las cinco casas próximas a la mía, todas sus dueñas eran mujeres mayores y casi todas viudas y sus hijas me llamaban Tomasín. Supongo que ya les contaría cosas imaginarias a todos, pues, al año siguiente y con cuatro años ya andaba contando mentiras por el pueblo. Además, a veces, hasta entretenía a una pareja de novios, que festeaban en la entrada  de la vivienda de la esquina siguiente. Se trataba de Isabel la Curadera y mi tío Juan, mi padrino y hermano más joven de mi madre. Este tendría entonces unos 22 añosaproximadamente.

 


 

Queda claro que a Aurelio siempre le gustaron los niños, pese a que no tuviera hijos.

 

 

Con el paso del tiempo comencé a desplazarme a otras casas menos cercanas a la mía y a relacionarme con los niños que en ellas vivían: Pedro el Matrón, Pablo el Parretas, Angeles (que entonces vivía junto al Estanco, en la calle del Rosario), Lorenza la del tío Sebastián, la Motina, Andrés y su hermana Amparín (estos vivían entonces detrás de mi casa), etc.,. Debía tener limitaciones a mi recorrido, pues, no recuerdo, por entonces, haber jugado con las hijas de Antonino el Sastre, ni con Angel y su hermana, estos últimos vivían en el callejón sin salida de La Talega, ni con mi prima Pilarín la Langa, que vivía un poco más adelante, en la misma calle. Posteriormente llegaría incluso hasta la misma carretera, a casa de Fernando el Meregildo, quien también tenía una hermana pequeña, Lucía. Con este mantendría relación de amigo hasta en el Puerto de Sagunto. La casa estaba situada en la esquina, junto a la de José María el Huevo. Por cierto, recuerdo que enfrente del corral de Fernando, en la esquina, o sea, detrás de la casa actual de Ricardo el Andorrano, vivía una niña, con la cual también jugaba y que tenía una hermana más pequeña, en una cuna, y desde entonces no he sabido nada de ella. Ya con ocho años recuerdo haber acompañado a Fernando el Meregildo hasta la casa de resineros que había antes de la entrada a Sierra Carbonera, sin que lo supiera mi madre.

 

 

Antes de los nueve años ya había marchado andando hasta esta casilla de resineros (a unos 4 Km. del pueblo),

acompañando a mi amigo, de mi misma edad, Fernando el Meregildo. Nos considerábamos libres de riesgos.

 

Lejos estaba entonces de comprender que a la mujer de la vivienda de al lado, en la calle de San Bernardo (nº 39), la tía Lucía, quizás mi compañía la distraía de recuerdos de la maldita Guerra Civil. Su marido, el republicano Torivio, fue uno de los casos de asesinato y eso que mi familia materna, aparte de que Gea estuvo en zona franquista, era bastante religiosa. Junto a ella y al fuego pasaba a veces ratos sentado. De vez en cuando salía de las habitaciones su hija Isabel, una moza que yo consideraba muy guapa y hablaba con los dos. Así como sus hijos Dionisio (este quinto con mi padre y amigo) y José, sobretodo, el segundo. Y también tenía dos hijas, María y Juana, pero estas vivían en Valencia y venían en ocasiones. Pocos años después, el matrimonio de la segunda, compraría una casa vieja y edificaría una nueva vivienda, con aires mediterráneos, que contrastaba con la edificación de las vecinas, en la misma placeta del Rosario (por cierto, anteriormente, recuerdo que en dicha casa, curiosamente, vivía un hombre viudo con dos hijas y en la entrada dejaba el forraje y las verduras). El otro hijo de la tía Lucía, Jorge, con el que más relación mantendría con el tiempo, vivía en Gea y estaba casado con la bezana Adelaida (q.e.p.d.) teniendo el matrimonio dos hijos: Adelina y Fernando. Sobre los cuales ya hablaré también en otros capítulos. Adelaida tenía varias hermanas, las cuales vivían también en nuestro pueblo, casadas todas con geanos.

 

 

Curiosidad de la Placeta del Rosario: tres solanares con barandilla continuos y la vivienda valenciana.
En la vivienda de nuestra derecha (restaurada hace tiempo) viviría hasta los ocho años.

 

En la otra casa junto a la mía, recuerdo también a su dueña, la tía Antonia (creo que se llamaba). Aquella mujer sabía que me gustaban mucho las peras con vino y las manzanas asadas, por ello siempre tenía algunas guardadas para mí. Pero, aquella vivienda me daba algo de miedo, pues, de su corral subía por la pared, a veces, hasta la ventana del dormitorio de mis padres, una paniquesa. Seguramente, mi madre me contagió el miedo a ese tipo de animales. Tanto esta mujer como la tía Lucía, la tía Consuelo, la tía Anunciación y la tía Malena, mientras viví en la placeta, las consideré mis abuelas del barrio. A sus casas entraba más veces que a la mía y a todas les hacía compañía.

 

En cambio, de las casas de los vecinos de mis abuelos maternos, Carmen y Tomás, en la calle Alta, no guardo apenas recuerdos de esta edad, quizás por la caída de mi madre en la calle, anteriormente comentado, prácticamente no salía del pequeño tramo menos inclinado que existe en el centro de la cuesta. Si bien, pocos años después me dejaban ir a las otras casas.

 

 

La tía Anunciación, la tía Antonia la Estanquera, la tía Consuelo la Morena, la tía Malena y la tía Isabel la Motina. 
Todas ellas fallecidas y nacidas en el siglo XIX. Las viviendas de la primera, la tercera y la cuarta las consideré mías 
y a ellas como mis abuelas de barrio. Lástima que no aparezca en esta foto la tía Lucía.

En la casa de enfrente de mis abuelos vivía la familia de los Chicutos, compuesta por la tía Anastasia y el tío Dionisio y sus seis hijos (cinco chicos y una chica, la mas pequeña). Esta última, una moza llamada Carmen, al igual que mi vecina Isabel, me llamaba Tomasín y le servía de compañía por la casa. A los hermanos, los recuerdo a todos enaquella época, excepto a José, a este lo conocería años después en el Puerto de Sagunto, población a la que marcharía por aquellos años toda la familia. Por cierto, al poco de marchar, la casa fue ocupada porla pareja de los Zapateros, recién casados, Antonina y Gonzalo, que pocos años después también emigraron al Puerto, lugar donde ya residía todo el resto de su familia, compuesto por la tía Andresa y el tío Andrés, su hermana Pilar y su hermano Luís. Este último sería dueño de la única villa existente en la playa y que siempre ha destacado en la misma. Y al poco tiempo, esta casa de la calle Alta de Gea sería ocupada por una viuda de Guadalaviar, Juana, junto a sus hijos.

 

Pero, de entonces, sin duda, lo que más recuerdo era de una broma que Bernardo el Chicuto (que ya estaría casado) me hacia a veces.  Consistía en meterse la mano dentro del pantalón y muy rápido sacar dos dedos por su bragueta. ¿Porqué yo solo tengo una minina?, le preguntaba, y el me contestaba que ya  tendría dos cuando me hiciera mayor.
 

 


Junto a mi madre y mis abuelos maternos en el corral de su casa. Hay tengo 5 años.

 

En la casa de más abajo de la de mis abuelos, la del tío Aurelio, también entraba a veces y acompañaba a su mujer y a la gata que siempre estaba en la cocina.  El matrimonio tenia tres hijos. Pese a que con quien más trato tenía era con Modesto, que también vivía en la casa, quien más me llamaba la atención era su hermano José, quizás por su traje de la Guardia Civil. Este venía en contadas ocasiones. Del otro hermano no recuerdo haberlo visto nunca. Hasta hace muy pocos años no me había dado cuenta de que la casa está edificada aprovechando un torreón de la antigua muralla medieval que en su día rodeó a la villa de Gea. Mi primo Luís el Madrileño, su nuevo dueño, me enseñó un desprendimiento en la cuadra, de un metro de grosor. También puede observarse que dicho torreón era algún m. más alto que las almenas.

 

 

Amalia, la vecina de siempre de la calle Curadero, junto a su marido, Lázaro Alamán.
Dos personas sencillas y maravillosas.

 

Por la parte trasera de la casa de mis abuelos, es decir, por la parte del corral, en la calle Curadero, solo iba a casa de la tía Felisa y el tío Francisco, los Curaderos. Tenían dos hijas: Amalia y María. Las dos me atendían, pero, esta última (q.e.p.d.) era monja y trabajaba fuera, de enfermera. Cuando venía a casa de sus padres, de vacaciones, pasaba ratos con ella. Sin embargo, a quien yo buscaba era a la madre, pues, durante mucho tiempo estuvo simulando que me sacaba caramelos de mis orejas y por ello iba detrás de ella diciéndole – tía Felisa, ¿me saca otro caramelo de mis orejas? -.

 

 

 

 

La calle Curadero en Otoño (años 60), con la paridera de ovejas a nuestra derecha.
Imaginarse la situación en la calle-barranco con las grandes tormentas.

 

Mis abuelos maternos, conforme pasaba el tiempo e iba creciendo me iban dejando alejarme más de su casa, marchando en la calle Alta hasta casa de César el Zorro en la parte baja o hasta casa de mi tía Victoriana en la parte alta. Me mimaban mucho, cosa compresible, pues, hasta que cumplí los 11 años no tuvieron mas nietos (después tendrían cuatro nietas). Lo mismo sucedía en mi propia casa, con respecto a recorrer e ir conociendo más el pueblo. Me encantaba hacer visitas inesperadas a los hermanos de mis abuelos y cosa curiosa, tres casas más abajo de la mía, en la calle de San Bernardo, vivía el tío Langa, hermano de mi abuelo Bernardino y allí iba muy poco, pues, le tenía algo de miedo, como a mi padre, por sus genios.

 

De la tía Alberta, por cierto, de primer apellido Alaman, y del tio Marianoel Bolo, de la calle Curadero, tengo también muy buenos recuerdos, si bien, a su vivienda entraría siendo ya bastante mayor. Que contento se puso el hombre cuando  le di un libro turístico sobre la Sierra de Albarracin y en el que aparecía una foto a doble pagina mostrando la calle Curadero en los años 60. También recuerdo cuando me contó como comenzó a gustarle la tía Alberta siendo ambos aún mozos: -Estaba arrodillada cogiendo agua en la acequia, a la entrada del molino y le vi los tobillicos, no había visto otros igual y me dije que tenían que ser para mi-. Mientras vivió, el hombre siempre mantuvo gran humor.

 

Con mi tía Ascensión la Sorda viviría una ilusión, durante una época. No recuerdo con que edad le dio por medirme y según ella, debería crecer en mi vida hasta triplicar dicha medida. Solía decirme: -¡Vas a ser tan alto como Los Chupos!- y yo pensaba que era demasiado y mas sabiendo como habían sido mis comienzos en este mundo. Lo cierto es que con el tiempo seria admitido como voluntario en el Cuerpo de Aviación con medio cm. mas del mínimo exigido.

 

Quiero dejar un comentario para un matrimonio que al contrario de los que emigraron de Gea, estos vinieron desde Madrid a pasar unas vacaciones en Gea, en la década de los 50 y han venido ya todos los años hasta la fecha. Hace unos cuantos años construyeron casa propia en el pueblo y fueron a edificarla en la Calle Alta, precisamente, una de las calles más necesitadas de contenido humano. Mi agradecimiento particular.

 

 

Ricardo junto a su esposa. Dos personas a saludar en la calle Alta en los veranos.

  

CAPITULO III
 

Y LLEGO LA ESCUELA

 

Contaba mi madre que tenia que haber asistido por primera vez a la escuela de párvulos a los 4 años, pero, con tres años ya iba a clase, con el curso comenzado. Me imagino que seria por haber nacido en febrero. Recuerdo que el habitáculo de la escuela era la actual Sala deJuntas del Ayuntamiento. La maestra, Doña Matilde, tenía su mesa junto al balcón que da a la calle Mayor. Delante de la mesa existía una barandilla interrumpida en el centro y junto a esta la primera fila de alumnos (supongo que éramos los mas pequeños o los más revoltosos), con un pasillo también en el centro. Allí estaba yo, junto al pasillo, frente a la maestra y a su izquierda. A mi lado se sentaba laMotinica, de la cual solía decir que era mi novia. Marchó muy pronto con su familia a vivir a Bétera y lo único que he sabido de ella es que esta bien y durante muchos años creí que había fallecido, pero, un familiar lo desmintió. Mi anterior informador la confundió con su madre.

 

Tras entrar en la clase y a la derecha estaban los retretes y junto a su puerta existía una especie de jaula circular, abierta por arriba, donde nos metían en caso de castigo. Por cierto, durante este curso, contaba mi madre, que ya comencé a dar muestras de lo que pensaba hacer en años sucesivos, mentir. La primera actuación fue ante la maestra. Le dije a esta, que al salir de mi casa, mi madre, se había quedado dentro de una tinaja llena de vino, que solamente asomaban los pies y que estos se movían. Estaba cogiendo agua de una tinaja para preparar la comida a los cerdos y mi imaginación hizo el resto. La maestra, contaría a mi madre sus apuros hasta descubrir mi embuste.
 


 

Esta pendiente fue el primer deporte de mi vida. Era mi camino de tierra al colegio de párvulos.
Imaginarse el peligro que suponía el piso cuando estaba mojado.

 

En septiembre del año 1950 comenzamos las clases en una nueva escuela. En la planta baja y debajo de la antigua Secretaria. Tras atravesar los antiguos porches y la puerta del Ayuntamiento, enfrente, se hallaba la puerta de la nueva clase y a la izquierda la entrada a un pequeño almacén del Ayuntamiento, donde existía una cárcel (que mi tío Victorino el Alguacil solía utilizar para guardar las piñas). La escuela tenía dos ventanales y entre ambos se hallaba la mesa de la maestra, Doña Matilde.  Desde ellas se observaba la huerta de la Casa de Picazoy el Convento de las Monjas Capuchinas.

 

A los cuatro años y para las fiestas patronales, mis padres,  decidieron que debían lucirme con zapatos nuevos y con el primer traje de mi vida. Y pensé que debería bautizarlo por ello. Así que ante la chiquillería que me acompañaba y en la era de Narro (a la derecha del viejo complejo del Sogero), me bauticé entero con la aceitera de la máquina de ablentar. Mi madre casi se vuelve loca. Tampoco recuerdo castigo alguno. Conservo fotografía del trajecito recién estrenado.

 

Sería también con cinco años y con motivo del Carnaval que se celebraba en el pueblo  cuando sufrí unos minutos de  terror. Os cuento. Mi tía Manuela había visitado a mi abuelo Tomás, su hermano. Siempre la conocí viuda y fue casera de mosén Cosme, familia suya, mientras este vivió. Decidió llevárseme un rato a su casa (entonces la actual de Doña Matilde, mi maestra), ocurriendo que cuando llegamos a la parte baja de la calle Alta, por la esquina de la calle del Reloj,apareció un hombre con la cabeza  dentro de una media y dijo que se me quería llevar. Yo, aterrado, me coloqué a la derecha de mi tía y tirando hacia la puerta de casa del tío Félix el Rubí.

 

-------------------Mi tía exclamó. -¡Marcela, anda y quítate el disfraz que te vea la cara el chiquillo!- Y el hombre, al obedecer, me quitó el susto dejándome boquiabierto al averiguar para siempre que los fantasmas del Carnavaleran los propios geanos. Con aquella edad ya conocía a las personas del pueblo (repito una vez más, unos mil habitantes). Unos tres años después, recuerdo que dicho hombre iba con una caña y un higo colgando de la misma, a cara descubierta, por la puerta de Luís el Caldorrias, y un gran número de chiquillos marchábamos detrás. Cantaba: - Al higuito, al higuito se vive mejor -, mientras, zarandeaba la caña y el higo que colgaba de la misma.

 

En el año 1951, nos hicieron foto escolar, la cual conservo y en la que ya se distinguen las pecas en mi rostro, pues además, era pelirrojo, de hay que algunos me llamaran también el Royo, si bien, otro chico un poco más mayor que yo, Andrés Laguia también era pelirrojo y también le llamaban el Royo, lo que en años posteriores llevaba a veces a confusiones. Algún año después nacería otro niño que también sería pelirrojo, el Perenises (q.e.p.d.). Siendo ya mayor, todo el pueblo sufriríamos su fallecimiento al caerle un pino que estaba cortando, pese a la experiencia que tenía. En la foto que existe de mi marcha a lasPeñas Royas, del año 1953, durante una exposición fotográfica en laCasa de la Cultura hace pocos años, algunos me confundieron por el. También dispongo de otras fotos con familiares y con mis abuelos maternos, de esta edad (5 años), donde siempre aparezco con el pantalón mojado y con las albarcas de goma que solía confeccionar mi abuelo Tomás, para mí. Aún tardaría algunos años en quitarme el problema de la micción. Por ello, nunca presionaría a mis hijos ante situación similar. Recuerdo que a la vez que me hacía las albarcas, mi abuelo, también confeccionaba cuerdas de cáñamo y debía estar muy concentrado, pues, no me contaba cosas, sin embargo, cuando descansaba solía bailarme sobre sus piernas, quizás hasta que tuve los nueve años.
 

 



Mi primera foto escolar. Según mi madre, siempre iba con la cara sucia y despeinado.

 

Estando algunos niños de cinco años de pie, junto a la mesa de la maestra, Doña Matilde, recuerdo que Constancio el Secretario me ofreció una perra chica (5 céntimos de peseta) si les decía que color tenían las bragas de la maestra. Con disimulo, me agaché y al levantarme les dije a Constancio y a los otros niños: -¡Blancas!-. Este cumplió su palabra y me dio la moneda. Me creo que fue una mentira, porque lo hice con mucho miedo y muy rápido. En fin, así ganaba dinero por primera vez en mi vida, como lo hacen muchos hoy día. Mintiendo.

 

A través de mi vida, algunas personas me han contado alguna anécdota que yo no recuerdo, pero, que son de fiar. Por ello relato dos casos muy diferentes. En el primero y ya hace muchos años, Pepe el Matachín me contó que cuando íbamos a párvulos, estando el sentado en una esquina de la plaza, en la calle La Taberna, entonces carpintería de Marcial, me acerqué con una piedra grande en mis manos (las calles eran de tierra) y se la dejé caer en un pie. El ya se lo temía, pero, no le dio tiempo a salvar la huella que le acompañará toda su vida. Siempre que me ducho, hay estas tu, me diría, confirmándolo su esposa. El otro caso me lo contó el hermano mayor de mi madre, mi tío Victorino, hace pocos años. Según el, dijo, que estando de visita en el pueblo y teniendo yo, la edad del caso anterior, y reunido con unos cuantos niños, le dejaron perplejo mis comentarios. Según el, les estaba comunicando que mi abuelo era el dueño de todo lo que se veía, es decir: las viñas, las casas, el monte, la huerta, los pajares, pero, como ellos lo negaban yo insistía en que mi abuelo era muy bueno y se lo dejaba a sus padres para que ellos pudieran comer.

 



Mi primera maestra y la de muchísimos geanos, Doña Matide.
Ambos siempre lo hemos recordado.

 

Seguramente ese sueño debió de surgir a causa de que mi abuelo pertenecía a la colla de taladores de chopos, comandada por el y del que su tío Florencio era el promotor. Por cierto, no me contaba muchas cosas de su pasado, pero, hay va una muy interesante, referente al comentario anterior. Corresponde a como resaltaba la aparición del primer camión en las choperas de Gea, para recoger los troncos de los árboles talados, tras años de ser transportados por el cauce del río. Dicha colla estaba integrada entonces por hombres ya mayores, de los cuales, aparte de mi abuelo, solo recuerdo al tío Bernardo el Gordo y al tío Santiago el Matachin. La carretera de Albarracín estaba en servicio desde principios del siglo XX y la mayoría de ellos habían nacido en el XIX, mi abuelo, concretamente en el año 1892.
 

 

Mi abuelo Tomás alucinó cuando vio por primera vez en su vida un camión,
pero, en el lugar de la tala de los chopos para su carga en el mismo.

 

Dos anécdotas más ocurridas a mis cinco años y en el lugar de la plaza del Ayuntamiento: la primera, sucedería durante uno de los recreos de los párvulos. Apareció José María Marzo por la puerta de casa del tío Jorge viniendo del Carrerón y nos dijo a los niños que en uno de los muros de este existía un avispero. Hacia allí nos desplazamos muchos de los párvulos. A unos 20 m. de la plaza y en el muro del huerto de mi tía Carmen. Los niños, se quedaron a poca distancia del avispero, pero, Marzo y yo, con un palo delgado cada uno, achuchamos a las avispas en su nido durante unos segundos, hasta conseguir una pequeña nube de los insectos, momento en que salimos corriendo hacia la plaza con todos los demás niños delante y tropezando unos con otros. Hubo picaduras de todo tipo y recuerdo que a mi solo me picó una en la frente. No recuerdo el castigo impuesto por doña Matilde, pues, creo que la jaula que teníamos en la escuela del año anterior no estaba en la nueva escuela de párvulos, o no lo recuerdo. Lo que si recuerdo es que Marzo ya llevaba cuadernos de caligrafía Rubio, cosa que creo los demás niños no llevaban.

 


Puerta que daba acceso al Carrerón y que al no estar cerrada los párvulos
 traspasábamos, salvando la vigilancia de nuestra profesora.

 

En cuanto a la otra anécdota, a esta edad, como decía anteriormente, sucedió que estando por la plaza y existiendo un charco de un metro de diámetro aprox., a unos tres o cuatro m. de la carpintería de Marcial(esquina de la calle de La Taberna) y estando algunos niños más mayores que yo, entre ellos Pedro el Torretano, Enrique el Cascabel y José el Garroso, este ultimo, delante del charco, me ofreció un tornillo pequeño de rosca de madera si saltaba dentro del mismo. Aún no había terminado de enseñármelo cuando tras dar un buen salto al centro del charco bauticé a los presentes con barro. Todos se quejaron y José, quizás, sintiéndose culpable ante los otros me dio un pescozón, ¡ah! y mi tornillo. José tendría entonces unos ocho o nueve años. Recuerdo también que en el desagüe existente en dicha plaza, bajo la casa de los Picazo nos servía para averiguar el nivel de miedo que sentíamos los niños y demostrar nuestro atrevimiento. Yo tenía miedo, por ello me asomaba y cumplía.

 

 

Restos del caseto (pequeña fábrica) donde agramaba mi padre.
El que estaba junto al horno, o sea el primero.

 

Ya por entonces acompañaba  a mi madre a llevarle la comida a mi padre a su puesto de trabajo. Unos metros más abajo de la Tejería, por el Camino Viejo de Teruel y antes de la Casa Blanca, lugar donde estaban situados los casetos de los agramadores de cáñamo. Mi padre tenía el puesto junto al de Pablo el Chupo. Hace dos años, durante las fiestas patronales, nos vimos tras muchos sin hacerlo y me contó que mi casa de Gea fue anteriormente de sus abuelos a quienes la compraron mis bisabuelos. El trabajo era monótono, con una cuchilla pesada de unos 60 cm. machacaban la caña del cáñamo sobre una especie de gamella (recipiente de madera donde comían los cerdos), produciendo mucho polvo. Como protección para el mismo simplemente se colocaban un pañuelo en la boca. Con seguridad, este trabajo no estaría permitido hoy día en esas condiciones. Bueno, allí, a veces, comía con mis padres, después me iba por las cercanías a entretenerme (riñéndome si me acercaba al horno), encantándome ver sacar agua a la noria que había muy cercana, accionada por un burro dando vueltas alrededor del pozo.

 


 

Desde bien niño, la Casa Blanca fue un misterio para mí.
Hasta el año 2014 no vería fotos de su interior.

 

 Otras veces me acercaba hasta la tejería y veía trabajar a los que preparaban lo más importante de las casas: las tejas. Hace unos pocos años, la tía Adelaida (q.e.p.d.), esposa del alfarero Jorge (q.e.p.d.) me dijo que también hacían los ladrillos (esto no lo recuerdo). En otras ocasiones, paseaba hasta la Casa Blanca. Pensaba que allí debió de haber vivido personas muy ricas y con criados, pero ¿porqué tan lejos del pueblo?. Eso, lejos estaba yo de imaginar que aquello había sido uno de los símbolos de prosperidad de Gea: una fábrica de hierro. Bueno, y por último decir, que mi padre, a veces agramaba en las casas de los propietarios del cáñamo (no lo sabía), recibiendo cosas o comida a cambio de dinero (esto si lo sabía). Lo de agramar en las casas me lo contó hace poco tiempo Antonia la Herrera, a cuyo padre atendió el mío, señalándome el lugar de su vivienda donde trabajaba mi padre.

 

 

 

 

Restos de la vieja noria frente a La Vega y al Camino Viejo de Teruel.

 

Mi padre me solía mandar al Estanco, con los huevos puestos por las gallinas, recientes y calientes, para que me los cambiaran por un paquete de tabaco a granel y papelillos para liar cigarrillos. Ya dije que mi padre fumaba muchísimo, salvo los últimos años de su vida. Murióen el año 1966. Si hubiera vivido todos estos años, cuantas preguntas sobre Gea le habría hecho. Pero, no se hizo antes y ya veis, muchos datos históricos de nuestro pueblo se perderán con el tiempo. Por ejemplo, de su vida de joven, con sus fiestas, de la Sociedad de las Cabras, de su trabajo de resinero o de agricultor, de la Guerra Civil(curioso, durante su vida, sólo me contó unas tres cosas sobre ella), etc. etc.. Os aseguro que cada geano tiene algo interesante que contar sobre nuestro pueblo y ello se perderá (incluso para sus familiares), si se lo calla. Y existen personas que conocen numerosos datos sobre la historia del pueblo y que cuando lo cuentan lo hacen con emoción. Como cuando Pepe el Patatillas me lo demostró al contarme que antiguamente el encierro era de vacas y que estas estaban en el Azudpastando hasta que entraban por la calle de Las Nogueras, o cuando mi tío Alfredo Sanz me enseño el grosor del muro de su ventana demostrando que antiguamente era parte de la muralla, más arriba de la carretera, o cuando Amalia la Culadera me contaba que antes de nacer yo, la zona de la entrada de la acequia al molino era propiedad privada y estaba vallada. Dicha valla tenía una puerta cerrada y dicha zona era propiedad de mi tío Guillermo, etc. Sin embargo, hay que agradecer al geano Manuel Alamán los datos que ha conseguido extraer sobre nuestro pueblo, con colaboración y sin ella. Lástima que mi padre no conociera sus pequeños textos, ni tampoco lo que yo escribo.

 

 

 

Sobre el terreno que ocupa esta vivienda en edificación junto al
Camino Viejo de Teruel se ubicaba la antigua tejería.

El Estanco podemos decir que era un pequeño Corte Inglés de hoy día. En el se atendían casi todas las necesidades del pueblo, incluido, algún año después, el butano o el sellado de quinielas de fútbol, cosa que conseguía Pepe Fortea, el Fortea, en Teruel.

 

 

Marceliano y Pepe, los hijos de la tía Anunciación me provocaban, sobretodo 
el segundo y cuando entraba en su casa. En la foto, Pepe, en la puerta de El Estanco.

 

 

 

 

El Estanco permanecería en servicio hasta hace muy pocos años.
 

En el barrio había otras cosas que me llamaban la atención, y ya que hablaba del comercio del Estanco, un poco antes  y en la calle de San bernardo estaba la tienda de comestibles del Albardero. Tras la puerta y a la vista colgaba una piña de plátanos y cada vez que pasaba me preguntaba como estaría aquella fruta. El plátano lo probaría ya viviendo en el Puerto de Sagunto, con nueve años de edad. Ahora bien, ya dije anteriormente que hambre nunca pasé, pues aparte de mi casa, los vecinos siempre me estaban dando cosas de comer. Eso si, que yo recuerde, nunca recibí de ellos ropa, calzado o juguetes. Además, ya dije que en casa de mis abuelos maternos había mucha y buena comida casera y natural. Entre ambos comercios se ubicaba la peluquería masculina de Boni. La otra peluquería para caballeros estaba también muy cercana a la placeta, en la calle de El Rosario, siendo su dueño el tío Ramón el Sastre, persona que posteriormente acompañaría a mi padre en su marcha a la aventura de la Siderúrgica en el Puerto de Sagunto. 

 

 

 

El comercio de Los Liceres (en la calle La Iglesia, junto a la Plaza del Caide) lo descubrí por casualidad al refugiarme
 en un encierro y mostrarme su dueño, Antonio (q.e.p.d.), hasta la balanza. Desconocía su existencia 100 años atrás.
 

Además de estos dos comercios, el pueblo estaba atendido en alimentación por otros, como la tía Joaquina, el tío Gorrizo o el tío Tafiles. Además, aparte del bar del tío Soguero existía el bar de El Casino y en el local de Frente de Juventudes y en Casa del tío Tafilespodías tomar bebidas. Algún año después el tío Aparicio, padre de Amparín y Andrés el Royo inauguraba un bar en la calle de En Medio con mucho éxito.

 

La vida continuaba e iba trabando más lazos con las personas y las cosas. Tenía siete años y aun no había salido nunca de Gea, es decir, el pueblo era el Mundo, para mí. Aquel año visitaríamos a la familia de un hermano de mi padre, Miguel el Pastor, que  vivía en Cella, en la primera calle que habíamos entrado, por su centro y a la izquierda. La puerta era de dos hojas, muy vista en Gea. Pensé en aquel momento que aquel pueblo era igual que el mío, pero, con calles más anchas.
 

 

 


 

Era un niño pero recuerdo que las calles, entonces, eran un desastre, sobretodo tras las tormentas.

Pero, cuando en casa de mi tío León salían a esta calle (vivían aquí), lloviendo y sin paraguas, no se mojaban.
Por cierto, al poco de marchar mi padre al Puerto a esta casa vino mi caballo (ver foto siguiente).

 

 Después, debimos entrar en la calle del Portal de Gea, muy próxima, para acercamos a visitar a la familia de una prima hermana de mi madre, María Cruz la Pelusa, también geana, que vivían muy cerca (en la calle del astrónomo Zarzoso) y allí las calles si eran como en Gea. Años antes, habían tenido pastelería en la casa y su marido, Félix Lanzuela, había sido alcalde de Cella. Pero, lo más sobresaliente para mí era, que aparte de que mi tía tocaba el órgano de la iglesia de Gea en fiestas (había aprendido a tocar el instrumento en su colegio con las monjas), en aquel pueblo, los cinco componentes de la familia tocaban cada uno un instrumento y constituían la orquesta de Cella. Se les conocía por los Pelusos y por ello, durante aquel tiempo, cuando alguien me preguntaba que iba a ser de mayor contestaba: peluso. Cosa que no cumplí y que bien envidio. Por cierto, el más pequeño deLos Pelusos, mi primo Francisco, pasaba a las fiestas de Gea, pero, desde hace años ya no nos hemos vuelto a ver. En nuestro último encuentro le dije que acababa de leer una novela histórica que me había comprado y que trataba sobre Cella, El Angel de los Silaos, escrita por el Padre Aguirre y me contestó que el la había pasado a máquina para publicarla.

 

De allí, tras pasar por la Plaza del Ayuntamiento que estaba a unos 40 m. fuimos a ver la Fuente y desde aquí observé por primera vez la plaza de toros. ¡Que plaza!, era de las de pa siempre y no como la de Gea, en la cual, todos los años había que instalar los troncos y colocar los carros. ¿Y que decir de la fuente y de la acequia?. En el pueblo nuestroteníamos también una acequia y un manantial con abrevadero y lavadero incluido, pero, lejos estaba yo entonces de saber que laFuente de Cella era el pozo artesano que aporta el mayor caudal detodos de Europa en años con nieve en las montañas de la Sierra de Albarracín (cosa que no saben ni siquiera muchos turolenses). No era Cristóbal Colón, pero, yo también había descubierto que existía otra civilización: la cellana.

 

Volví de Cella asombrado, aunque en mi pueblo me consideraba feliz solamente con el abrevadero, y sino, juzgar mi siguiente trastada. Aquel mismo año, 1952, los Reyes Magos me habían dejado un caballo de cartón con ruedas, y la primera ilusión que tuve con el, fue la de llevarlo al abrevadero del puente tirando de su correa. No quiero imaginarme lo feliz que debí sentirme cruzando el puente con mi juguete. Le metí la cabeza dentro del abrevadero y allí se quedó esta, volviendo a casa con un caballo sin cabeza. Las personas que iba encontrando en la calle de San Bernardo al volver, se reían. La noche de Reyes la recuerdo siempre. Antes de acostarme y de acuerdo con mi madre puse los zapatos que tenía en el balcón (el resto eran albarcas hechas por mi abuelo Tomás, cosa ya comentada anteriormente). Mis padres se durmieron y me pasé toda la noche saliendo a cada momento al balcón, pues, mi madre ya me había advertido que quizás no tuviera Reyes. No vi ni persona, ni animal, acabando por dormirme un rato, justo en el que creía debieron pasar. ¡Que rápido habían pasado!, me enfadé por no ver la comitiva que esperaba, pero, se me olvidó enseguida, allí tenía un caballo con ruedas, bien grande y que no se imaginaba cual era su futuro. Además, por esta época es cuando mi padre compró un caballo. No era como los agraciados del pueblo, pero, en casa, tenía para el sólo una cuadra doble y una pajera.

 

 

Algo había prosperado mi familia, pues, ya disponíamos de un cuadrúpedo.
(Imagen tomada en el camino de Los Cerraos, próxima a la paridera de Peyrolón).

.

También este año haría una trastada de las que no se olvidan. Comentada hace pocos años con la persona que la sufrió me dijo que apenas se acordaba. Sin embargo, son tantos años los que llevo recordándola que por ello os lo puedo contar. Sucedió que venia andando desde la Plaza del Ayuntamiento en dirección hacia la iglesia, cuando al pasar por delante de la puerta actual de la calle La Iglesia, nº 38, vi en su interior una mujer  que conocía, gimiendo (no era su casa). A los pocos metros más adelante observé que acababa de pasar elPortal de Albarracín, Lucas Atienza, el hijo pequeño de dicha mujer con un mulo cargado con leña, el cual venía hacia mí. Tuve tiempo para montar mi trola, así que cuando nos  cruzarnos ante la puerta de la casa de la tía Gregoria le dije:

-         ¡Lucas, date prisa en ir a tu casa! –

-         ¿Qué pasa? – me preguntó

-         Tu hermano Ricardo, ha tenido mala suerte  - respondí poniéndole nervioso

-         ¿Qué ha pasao a mi hermano?. ¡Mira, chaval, que sabemos que eres muy mentiroso!. – me contestó.

-         Pues, que ha muerto – le dije

-         ¡Cómo sea mentira te acuerdas de mí, Bernardino! – acelerando el paso hacia su casa . Todo esto ocurría mientras andábamos, pero, yo había dado la vuelta y le seguía y antes de dejar de acompañarle aún le dije:

-         ¿Tu crees que si no fuera verdad, yo te iba a decir una cosa así?.

Lo que ocurrió después, al encontrarse con su madre, lo relató el mismo en el Local del Centro de Juventudes y que ahora contaré yo.

 

Este local, situado en ese momento en lo que antes había sido mi primera escuela de párvulos y hoy día Sala de Juntas del Ayuntamiento(comentado al principio de este capítulo), era el lugar de reunión de los jóvenes del pueblo al atardecer. En el se jugaba al parchís, a las damas, a las cartas, y se charlaba o se escuchaban historias. Los niños también íbamos algunos. Sobretodo yo, pues, los mayores me provocaban para que contara cosas de mi imaginación. Recuerdo que me sentaban delante de una estufa, un poco antes del centro de la sala y ellos se ponían alrededor para escucharme. Por ejemplo, decía yo: -El tío Meregildo tenía un pesebre de chocolate y su burro se lo comió, en lugar de comerse la paja – y ellos se reían mucho con la tontería. Al pasar por delante de la casa de dicho hombre, había visto la cuadra y me imaginaba el cuento.

 

Estábamos en esta situación, cuando alguien me cogió por las orejas y me levantó de la silla alta en que estaba sentado. Los mozos me defendieron o protegieron y entonces, Lucas, pasó a contar la historia vivida aquella tarde, incluido el final. Imaginarse como disfrutaron mis acompañantes. Según Lucas, cuando llegó a su casa le preguntó a su madre ¿Qué le ha pasao a Ricardo? Y la madre le contestó – lo que me faltaba, ¿qué le ha pasao a Ricardo?, pasando ambos unos instantes amargos, hasta deshacerse el embuste.

 

 

La vivienda de enfrente (en la Plaza del Caide), era la de Lucas Atienza.

 

Lucas y Ricardo eran los matachines de los cerdos de mi casa y de la de mis abuelos. De que en casa de mis padres criábamos cerdos me lo recordó infinidad de veces mi tío Victorino el Alguacil, con un caso vivido entre los dos. Yo también me he acordado y paso a continuación a contar lo ocurrido (en este momento tenía cinco años). Mi tío, como alguacil, acompañaba al veterinario en su visita y vacunación de los porcinos, por las diferentes casas del pueblo. Al llegar a la mía yo estaba apoyado en el marco de la puerta, así, que pasaron ambos por delante de mí, advirtiendo a mi tío que  no se dejaran los que mi padre había subido al solanar en un canasto. Mi tío me gritaba mandándome callar y apartándome, pero pese a insistir no me hicieron caso. Contaba mi tío en los años siguientes – Si llega a estar Julián delante se queda sin hijo – y mi padre sólo hizo el siguiente comentario: - No me gustó nada que el chiquillo me viera subir a esconder los gorrinicos -. Escuché el going... going... y no pensé que mi padre los estaba escondiendo, para ahorrarnos lo que costaban las vacunas. Debía habérmelo advertido, pero seguramente pensó que aún sería peor. Quizás porque mi madre era prima hermana del alguacil y mi padre hermano de la mujer de este, o porque el veterinario se encontraría con casos parecidos en aquella época, lo cierto es que no pasó nada. Ni siquiera hubo castigo.

 

Volviendo a la matanza, en casa de mis abuelos se montaba una gran fiesta. A la familia, aparte de Ricardo y Lucas (que también eran familiares, según me ha comentado a veces el segundo) se nos unían muchas personas. Acudía mi tía Pilar con su hija Isabel (quien emparentaría con los Tafiles al casarse con Joaquín), la familia de los Alguaciles, mi tío Pedro el Albañil (hijo de mi tío Simón, hermano de mi abuelo). También bajaban de la parte llana de la calle Alta mi tía Victoriana con su hija Ascensión la Sorda (de todos ellos hablaré más en alguna otra ocasión). El motivo era ayudar a preparar los derivados del cerdo. La mesa de despiece se colocaba en la cocina, en el primer piso y hasta allí se hacía subir al cerdo, desde su cuadra, de una forma que prefiero no recordar.

 

Por aquel tiempo, seguramente, tras escuchar algún caso de malos tratos y para hacerme más el interesante y llamar más la atención de los geanos, decidí correr por el pueblo el bulo de que mi padre pegaba a mi madre. Mi padre se enteró y la intervención de mi madre me salvó por los pelos. ¿Vas a hacer caso del chiquillo y de lo que digan? Le decía mi madre y recuerdo las palabras de mi padre: - ¡Me he enterado de que alguien ya ha dicho que algo debe de haber, y eso que en el pueblo lo conocen, pero, como yo tengo este pronto!. Hay mucha malicia en la gente. Te dan lo que tienen, pero, mucho cuidado con los chismorreos  (esto último me lo repetiría muchas veces mi padre mientras vivió)-.

 

A veces, mi padre me llevaba con él al campo, pues, además del cáñamo también atendía a sus labores agrícolas. En cierta ocasión, cuando tenía seis años, fuimos a la Serna o a las Sernillas y se formaron unas nubes pidiendo tormenta. Mi padre decidió regresar y cuando llegábamos a la casa del Balsain, nos cogió una tormenta de verano, metiéndonos en  la paridera que había enfrente de dicha casa. Mi padre le quitó la manta al caballo y me tapó con ella. Me quedé subido sobre el equino y viví un gran momento: allí se habían refugiado unos cuantos hombres del pueblo. Todos charlaban, contaban cosas, se reían (hasta de la tormenta). Pensaba en si sería así cuando fuera mayor. Que ironía ¡pobres agricultores!. Menos mal que muchos emigraron. A veces fui con mi padre a la partida del Sevillano, donde teníamos una viña. Lejos estaba entonces de saber que aquel camino formaba parte del importante acceso medieval de Teruel a Albarracín.

 

 

Portal de Teruel y entrada a la villa, unos pocos años antes de mi infancia.

 

En otra ocasión me llevó a la Casilla, dentro del monte, cuando tenía 7 años. Mi padre fue a arar una parcela en la ladera, a unos doscientos m. de altura y frente a dicha casilla, donde solía cosechar avena. También ponía trampas para coger conejos, pues, recuerdo que los veía correr. Creo que la parcela era propiedad de mi tío Guillermo. Allí me reuní con Norberto el Rata, dos años mayor que yo. Sus padres eran resineros y vivían a temporadas en la propia Casilla. Me tenía embobado con sus andanzas en el manantial que allí existía, con su teja correspondiente. En el reguero que corría montaña abajo preparaba retenciones que acababan desbordándose y yo le ayudaba. A veces se lo he comentado, y éste si que lo recuerda. Me contó que la parcela ya no existe hace muchos años, pues crecieron pinos y se unificó con el bosque. Allí no teníamos parques culturales y ni los necesitábamos. Aquello era pura naturaleza y disfrutábamos como el que más.

 

También recuerdo que al terreno que existe en el Barranco de Tobías a la derecha del antiguo camino de Albarracín y a la izquierda aguas abajo, propiedad de mi padre, acudíamos toda la familia, incluso hasta mi tía Ascensión la Sorda, a recoger los hieros, que todos los años plantaba mi padre. Siempre mantuvo una ilusión tremenda con aquel terreno, quizás, porque era de su propiedad. En vida me lo nombraría infinidad de veces. Por ello, cuando nombran el barranco o paso junto a el (hoy día a coger rebollones), para mí, hay está mi padre.