CAPITULO XIV

LAS FIESTAS PATRONALES


Introducción

Parte  I
LOS ENCIERROS

Parte  II
LAS  NOVILLADAS

Parte  III
LOS BAILES Y LA MUSICA

Parte  IV

LA DEVOCION AL PATRON, SAN BERNARDO
 

Parte  V
OTRAS ANECDOTAS INTERESANTES

 

 

Puedes escuchar música de aquella época. La que nos ofrecían las orquestas y grupos, sobretodo en el viejo Salón de el Soguero
nuestro Centro de Ocio, durante nuestra infancia. También he añadido la que me gustaba escuchar y bailar hasta mis 14-15 años.

 

                                                               Introducción                                                                                      

LAS FIESTAS DEL PUEBLO. LA OCTAVA MARAVILLA DEL MUNDO

 Conforme pasaban los años, consciente de que las fiestas patronales estaban por llegar, vivía cada día con la ilusión de que ya faltaba menos tiempo para disfrutar de las mismas. 

Todos las anécdotas las vivía con intensidad, pero, sin duda, las fiestas patronales era una exageración. Como ya he contado en otro capitulo, hasta los seis años no conocí otro lugar de este mundo que no fuera el término de Gea. El recuerdo de los años 50 lo he llevado a oídos de todas las personas de mi entorno, toda mi vida: compañeros de colegio del Puerto de Sagunto, de la Universidad Laboral de Córdoba, del Servicio Militar, de Altos Hornos del Mediterráneo, de Fertiberia, amigos, amigas y familia y hasta en mis viajes por España y el mundo he presumido de las fiestas de nuestro pueblo, bueno, más bien, de los encierros.

Inauguración de los nuevos toriles. Después de muchísimos años, los toriles salían de los claustros.

Sino, juzgar la siguiente anécdota. Me ocurrió en Nueva York durante los primeros días de enero del año 2012, junto a mi esposa y mi hijo Raúl. Tras ver el barrio de Harlem y escuchar música Gospel en sus iglesias fuimos a comer al restaurante Silvias´s, muy famoso en Manhattan. Su dueña apretuja las mesas y canta por el pasillo (en las paredes figuran fotos de su local, junto a los expresidentes Ronald Reagan y Bill Clinton). Por ello, la pareja de jóvenes que se sentaron a mi espalda me empujaron y pidieron perdón, pero, ¿en que idioma?, pues, en maño. Dijeron que eran de Zaragoza y mi esposa les dijo que nosotros del Puerto de Sagunto, pero yo era nacido en Teruel. La chica contestó que ellos eran también de Teruel, pero vivían en Zaragoza. Intervine yo: -Bueno, en Teruel no, en Gea-, a lo cual me replicó el: ¡Yo conozco mucho a una persona de Gea que vive en Teruel, se llama Francisco y ha sido alcalde de Gea y yo tampoco soy de Teruel, sino de Mora de Rubielos!, bueno, de un pequeño pueblo muy cercano-. ¿No serás de Cabra de Mora?, - le respondí yo todo nervioso. -¿Lo conoces? me preguntó, contestándole que había estado algunas veces cogiendo rebollones y que mi padre había tenido un amigo de aquel pueblo. Mi familia le advirtió del peligro en que se habían metido al hablar de Gea. Para rematar la faena, resulta que era socio del Real Zaragoza y le pido perdón ahora por el susto que le dí. Le dije que el equipo iba a bajar de categoría por lo mal que jugaba al fútbol. Ya marchaba el último en la liga, pero, los aficionados sabemos que existieron milagros en los tiempos de descuento y se salvó del descenso. No sería así a la temporada siguiente.

Vayamos a mi infancia, que es lo que trato de contar, Para mayor comprensión voy a comentar los recuerdos sobre las fiestas en cinco partes: los encierros, las novilladas, la música y los bailes, los actos religiosos y anécdotas varias.

  

PARTE  I

LOS  ENCIERROS

 Los vaqueros no solo destacaban entre el personal por su traje campero y su sombrero, sino que colaboraban en el encierro desde el momento en que algunas personas, desde la misma plaza y cuando los toros aparecían en lo alto de la Cuesta de Saldón gritaban: -¡Mira, ya se ven los toros y los cabestros y el vaquero y el caballo!-. Atrás queda en el tiempo hasta dicha cuesta, pues, actualmente es un pequeño barranco. Además, y desde hace años, muchos geanos marchan días antes de las fiestas hasta Valtablao, para ver los novillos, durante el momento de su compra.

 

Las ramas de las acacias eran el lugar preferente de algunas personas para presenciar los actos taurinos.

Una vez entorilados los novillos, los vaqueros nos ofrecían con los mansos, en el centro de la plaza, unos ejercicios muy emocionantes. Los asistentes, sabedores de ello, lo solicitábamos, año tras año: -¡La rueda, la rueda!. El vaquero ordenaba colocarse de frente a los animales, de mayor a menor altura y tras dejar posar su vara sobre sus cuellos, estos doblaban sus patas delanteras, arrodillándose. A continuación los animales, tras una nueva orden se colocaban en circulo e iniciaban la famosa rueda andante.



Es la foto más antigua que he visto, sobre los encierros. No existe ni barrera en la fachada de la iglesia de El Carmen.

Los encierros encierran, nunca mejor dicho, numerosas anécdotas, a veces, al margen de los toros y sino e aquí, quizás, la mas sencilla y la de máxima emoción  para las dos chicas que la vivieron y que yo presencie cuando tenia 12 años aproximadamente. No recuerdo quienes eran las chicas, pero, aun deben tener el miedo en el cuerpo. Ocurrió que estaban ambas jóvenes apoyadas en la fachada de la Casa de Peyrolón, entre la esquina y la ventana, cuando un joven las vio e hizo marcha atrás en la calle de La Iglesia para preparar su plan macabro junto a otros jóvenes.  Todos sabíamos que faltaban unos minutos para que los toros atravesaran el puente, incluidas ellas, pero, al tocar fuerte y repetido uno de los jóvenes un cencerro, como el que llevaban los cabestros, tras la esquina y entrar el resto corriendo a la Plaza del Ayuntamiento gritando: -¡Los toros, los toros!-, hizo que pasaran unos segundos de terror, quedando encogidas una junto a la otra. No recuerdo seguro quienes eran, pero, sospecho que una de ellas era Isabel la Marcela. Quizás ella, si es así, lo recuerde.

 
A veces, los mozos presentes en el encierro sustituían incluso al mismo vaquero, al entorilar los novillos.

Lo contrario a otra anécdota, también muy sencilla y rápida y con un final feliz. Unos segundos después de entrar los bravos y cabestros dentro de la villa, un geano, Bernardo Ibáñez el Chicuto, andaba tranquilamente por Las Fraguas, más concretamente por la acera de El Chalet, cuando escuchó griterío y antes de girarse creyó que alguien quería darle la mano. Pero allí no había nadie, sino, un novillo que lo único que hizo fue olerle la mano izquierda y continuar hacia la Plaza del Carmen. Contaba después Bernardo: -Ha sido todo tan rápido que ni he llegado a enterarme. Vamos, como un sueño-.

No menos sorprendente es el suceso vivido por la sobrina de Rosina, cuando aún era niña. Salía de la plaza de toros a la calle de San Roque, un cabestro solitario muy manso y algunos mozos decidieron subir a la niña a lomos de este, acelerando el animal y quedándose la niña sola sobre lomos del buey. Pero, lo más curioso del caso es que su padre venía andando al igual que Bernardo en el caso anterior, por El Chalet y en la distancia ya le pareció que era su hija. Imaginarse cuando el hombre vio que era su hija de verdad.

Desde la entrada a la villa hasta la plaza de toros siempre había gran expectación.

Y mucho peligro.

Además, durante los encierros, otro entretenimiento siempre permanente es la cantidad de anécdotas que cuentan, sobretodo, los más mayores. Así, unos metros más adelante del lugar del suceso anterior, contaba Ventura el Bolo, este año de 2014, que siendo joven, y ante la proximidad de los novillos, se quedo quieto en la puerta de Antonia la Herrera, esperando que pasaran todos los toros. -Casualidad, a un novillo le dio por subirse a la acera y yo lo vi venir rascando con el cuerno la pared-, contaba Ventura, continuando: -Hasta aquí hemos llegado, pensé, pues, sobresalía más de medio cuerpo mío sobre la acera, pero, el novillo me esquivó y aquí estoy-.

 
Los maletillas siempre aprovecharon los encierros para satisfacer su afición e ilusión.

En la misma zona y hace unos dos años viviríamos otra experiencia de confianza de un participante en el encierro. La cuento por lo curiosa que resulta. Asistía a la fiesta por la calle de San Roque un interno de la Residencia de la Cruz Blanca (entonces aún Convento de las Capuchinas), durante el encierro. Este caminaba con dos muletas por dicha calle cuando un novillo salió de la Plaza del Carmen y ya no tuvo tiempo para ponerse a salvo de la cogida. Al descargar las fotos a mi ordenador me daría cuenta de que había realizado una en el momento dramático.

Lo positivo: la cogida no trajo problemas graves y sirvió de aviso a los confiados (palabras de J. Vela,
secretario de La Cruz Blanca). Observar, detrás del primer novillo viene otro.

Tras consulta con la central en Huesca coloque la foto en el recordatorio anual de nuestras fiestas, diciéndome el secretario, padre Vela, que serviría de advertencia y que considerara a los integrantes como geanos por un mes. Este año de 2014, el accidentado también me ha solicitado una copia de las fotos que poseo sobre lo sucedido.

El intento de parar a los animales y volverlos hacia atrás para que estuvieran
más tiempo por las calles todos los años sucedía.

Sobretodo en la Plaza del Ayuntamiento, lugar donde a veces descansaban.

 En otra ocasión y siendo niños, Antonino el Canastes y yo, ante la cercanía de los toros, en el encierro, nos metimos en casa de su tía Francisca, casi enfrente de la Casa Grande y nos dirigimos a la escalera que estaba enfrente de la puerta, pero, mirando hacia esta, por si acaso. Cuando vimos que un novillo se metía en la entrada subimos los escalones de cinco en cinco y nos quedamos arriba, en la cocina, preguntándonos el uno al otro quien se había tirado un pedo (esto último es broma). En la calle había un gran griterío y hasta que no desapareció no bajamos las escaleras de media en media. Si llega a existir entonces Antena3 y ya hubiéramos visto las escenas de la vaquilla que subió a un piso y se asomó a su balcón, puede que nosotros nos hubiéramos asomado antes. 

 
El joven geano Valeriano se basta sólo para manejar a novillos y cabestros.

Sin embargo, el momento mas importante vivido por mi en los encierros sucedió unos diez m. antes de esta vivienda cuando tenia 13 años. Marca un antes y un después, en los mismos. El 22-8-1959. Era el primer año que creía encontrarme ya apto para correr delante de los toros y el caballo. La noche anterior, los amigos habíamos estado comentando historias, que resultaron ser falsas. Por ejemplo: -Esa noche los mozos no duermen- decía uno, mientras otro añadía - Están por las eras, con las mozas, jodiendo (practicando sexo) y esperando el encierro-. Así que, un pequeño grupo decidimos esa noche hacer de serenos por las calles y por las eras de San Antonio, resultando que a las 8 de la mañana aun no habíamos visto, ni a una sola persona desde que terminara el baile en El Soguero a las 3 de la mañana. Recuerdo que estaba muerto de sueño, pero, por fin iba a correr mi primer encierro. Por cierto, con esta edad, ni conocíamos las drogas, ni nunca llegamos a hablar de su existencia. 

El fuerte de Antonino advierte que lo lleva el sólo. Los diferentes grupos de amigos nos mezclábamos sin tener en cuenta las edades.

Así que, decidí esperar a ver entrar los toros por el Portal de Albarracín, en la puerta de El Gorrizo y a correr ...... en cuanto los viera aparecer. Corría por donde se ubica actualmente Ibercaja, cuando ante los golpes en el pecho que me daban los mayores, con sus codos, decidí volver la vista atrás .... Y los animales ya estaban en la plaza del Ayuntamiento. Solo se que, desesperado, tras haber visto las rejas de las ventanas completamente ocupadas, al pasar el portal de Luís el Caldorrias, en la tarranclera existente en la calle adjunta, me elevaron del suelo el propio Luís y Miguel el Calvo. Mientras ascendía al Reino de los Cielos pude ver la cabeza de un novillo debajo de mis pies. Aun recuerdo las palabras de Miguel: -¡Como apuras tanto, muchacho!-. Aquella seria mi primera y última actuación directa en los encierros. En ocasiones pensé en colocarme debajo del puente, sobre los pilares, pues, siempre había personas allí. No lo hice, quizás porque pensara que me perdía muchos segundos del encierro y esa ilusión ya no se podrá cumplir. Ahora, que como mi padre solía repetirme: -Ilusión cumplida o ilusión fallada, ilusión muerta. Lo principal es tener ilusiones-.
 

 

En este punto de la calle Mayor descubrí que al toro no le tengo miedo en el plato.

Los novillos despejando la calle de San Roque en el tramo de las dos  herrerías (Las Fraguas).

Vicente, el hijo de la tía Malena, no tendría tanta suerte. Habían colocado, aparte de la fuente de San Bernardo pequeñas fuentes por el pueblo. Sirva de muestra la actual de la parada del autobús. Una de ellas en la esquina de la iglesia y próxima a la puerta. En el pequeño hueco entre la fuente y la pared fue a refugiarse dicho Vicente y de allí lo saco el novillo y le rompió la cadera, creo.

En ocasiones he pensado que una escultura homenaje por parte de Gea al toro estaría acertada.
Sobretodo desde que hace años la
pude ver junto a la Plaza de Toros de Roquetas de Mar (Almería).
A continuación la escultura en movimiento.

Tardaría tiempo en recuperarse. Hace dos años recordé esta anécdota al vivir enfrente, en la que fuera la casa del famoso personaje de aquella época, don Samuel Sánchez, médico y alcalde del pueblo. Paso a contarla, pese a ser tan reciente, por el apuro que pasé junto a una niña de unos 11 años.

Siempre hay algún confiado .........

 


Algunos contábamos los años, no por el calendario, sino por los encierros.

Dicha niña (Irene la Chicuta) y yo estábamos dentro del recibidor de la vivienda (de unos dos metros cuadrados aprox.), protegidos, por la correspondiente barrera de tubos metálicos, de un cabestro que se acercaba, siguiendo a uno de los pastores, el mas mayor. La chiquilla y yo, unos momentos antes y en el mismísimo lugar ya habíamos escuchado al pastor joven quejarse al ganadero, Sr. Mora, por teléfono móvil, con las siguientes palabras: -¡A las doce es imposible que yo este con los cabestros en Orihuela, ya casi son y ¿cómo se os ocurre, entonces, mandar a Gea un cabestro que aún no ha pisado un solo pueblo?. Va por libre, no obedece a nada y embiste al personal!-. Por ello, volviendo al pastor mayor, este corrió a refugiarse junto a nosotros y ocurrió que no pudo atravesar ninguno de los huecos entre los tubos, pero, cuando el cabestro, creíamos, que lo iba a triturar, el animal, a un m. de separación entre ambos, se dio la vuelta. Pensé que el manso debió de asociarlo a la pértiga de descargas eléctricas. Finalmente, el cabestro seria entorilado a las 14 h.  Por cierto, gracias, según me dijeron, a un niño. Además, el vaquero ya se iba a jubilar y momentos antes estuvo un novillo bravo ante la chiquilla y yo (me imagino que esta lo recordará). Menos mal que no ocurrió en ese momento el suceso anterior comentado. 

 
El vaquero, persona inconfundible en el pueblo, con su traje campero, Por cierto, nunca vi uno gordo.

Hace unos cuantos años, Manolo el Repúblicas, Juan el Tordillo y yo viviríamos algo parecido, en la tarranclera de la iglesia. Estábamos los tres en ella, pero fuera del recinto del encierro y Ramiro Artigot apuró su estancia en la esquina de la iglesia, viendo venir el novillo, por la casa de la tía Gregoria. Cuando llegó a la tarranclera se encontró con que no podía atravesar entre los tubos y en ese momento apareció el novillo por dicha esquina. Cogiéndole los tres anteriores de un brazo y tirando con todas nuestras fuerzas y cuando parecía que iba a explotar, de lo rojo que estaba su rostro, conseguimos que pasara a nuestro lado. Dos años después del suceso me encontré con él y su esposa en el restaurante de El Soguero y se lo recordé, contestándome ella: -¡Ah!, tu fuiste uno, pues, vaya gracia que hicisteis, le rompisteis dos costillas-. 

 

Los mozos en carrera por delante de los toros (estos no se ven).
(Foto gentileza de Enrique Lahuerta)

Recuerdo lo bien que se defendían con la capa José el Garroso, Cesar el Zorro, Segundo el Gordo (quien en cierta ocasión, años mas tarde, salto desde arriba de un burladero y lo recogió el novillo, fracturándole un brazo), Pepe el  Patatillas (quien le iba a decir que con el tiempo apoderaría al primer novillero geano, Diego Ferrer, hoy día ya torero), Moisés el Albardero, en fin y tantos otros. 

 


El Casino (el piso de nuestra derecha), un buen lugar para presenciar el encierro, en este tramo.
Observar en las diferentes fotos antiguas el aspecto de la villa en aquella época.

Recuerdo cuando durante mi infancia, un amigo de mi primo Juan, que tendría unos 17 años, pilló una buena borrachera. Mi primo se hizo cargo de el. Era la primera vez que yo veía a un chico joven borracho y me impresiono, además, lo conocía, pero, más me impresionó algún año después, cuando mis tíos los Alguaciles  se habían cambiado a la casa de su propiedad, en la Placeta del Estanco, mi primo recogió a un forastero borracho y lo llevó también a su casa, acostándole en la pajera, sin decirle nada a mi tía y llevándose esta un buen susto al descubrirle. ¿Cómo se te ocurre traerlo a nuestra casa?- preguntó mi tía Consuelo (q.e.p.d.), contestándole mi primo: -Madre, estaba tirado en la calle, ¿algo había que hacer, no?-. Finalizando mi tía -¡Y sin conocerlo!, ¡Vaya susto que me he llevado!.- .Por aquellos años, en alguna ocasión pernocté en casa de mis tíos y a veces me acompañaba a los actos de las fiestas mi primo Victorino, dos años menor que yo. Pocos años después de nuestras aventuras en la era nos habíamos igualado en altura.

 



Lástima de que no existan mas fotos de este tipo, por la cantidad y claridad de sus personajes.

Del trabajo y sufrimiento silencioso de los vaqueros guardo dos recuerdos imborrables. De entrada diré que ambos terminaron bien. El primer caso lo viviría en sus propias carnes el pastor Agustín Sánchez (q.e,p.d.). Ya comenté anteriormente la exhibición que el vaquero realizaba ante nosotros, pero un año de aquellos en que yo aun era muy niño no la disfrutamos. Aún no había conseguido entorilar el vaquero a los dos novillos, lo cual daba por terminado el compromiso de la empresa ganadera de Benito Mora, cuando en un segundo, un novillo bravo lo revolcó en la plaza diametralmente, de Sur a Norte. No solo salvaría su vida sino que terminaría casándose con la geana Tomasa, quien le daría dos hijos y se quedaría en nuestro pueblo hasta su fallecimiento, junto a estos y sus nietos. 

 

Agustín Sánchez (q.e.p.d.) junto a su hija Pilar.

 En otra ocasión se escapó un novillo por la tarranclera de la iglesia y antes de que ello sucediera, mi amigo Fernando Blasco ya había salido corriendo por la calle del Reloj cuesta arriba y por delante de dicho novillo, yendo a refugiarse sobre un carro que había en el recodo del centro de dicha calle, entonces, la vivienda del tío José el Matrón. Allí vería Fernando, todo asustado, pasar al novillo y como sorprendía a una mujer que salía de la casa de Luis el Pespés.  El novillo atravesaría la carretera, pero, sería posteriormente reconducido a la plaza. Otro de nuestros amigos niños que se vería envuelto en apuros es Pedro el Matrón. Se descuidó en subir a la reja de la ventana de la vivienda del párroco y al seguirle un novillo se refugió tras el tronco de la acacia izquierda de la puerta de la iglesia, lo que no esperaba Pedro es que el otro novillo se iba a colocar al otro lado de el. Hubo milagro, pues, finalmente no pasó nada, pese a encontrarse entre ambos novillos ¡ah! y su hermano Angel presenciando lo sucedido subido en la reja mencionada. Este año de 2013 yo recordaría este último suceso al ver a Miguel Egido en la misma reja, observando con temor y miedo de padre los pases de su hijo Iván a los novillos. Una gran emoción recorrió mi cuerpo cuando el joven se abrazó a su padre, para rebajar tensión, tras marcharse del lugar los novillos. ¡Qué felices vivíamos de niños, pero, ahora somos padres y además, para el resto de nuestra vida!.



Los toros atravesaban las calles del encierro en dos minutos, por ello muchos intentaban que los animales se volvieran.

Tras el encierro, algún año posterior comenzaron a soltar los dos novillos por las calles.
No se de quien partiría la idea, pero, lo considero un gran avance en aquella época.

El vaquero del siguiente suceso merece en el pueblo otra estatua como la de San Bernardo. Sucedió que se escaparon los toros (me parece que por el Callejón Estrecho, junto a la iglesia), viendo nosotros todo el resto de la mañana las reses por las montañas del norte de Gea, acompañadas del vaquero a pie y del mayoral a caballo, bajo un sol insoportable. Por la tarde, todos éramos conscientes de que ese día no había novillada, pues, no encontraban la forma de conducir a los novillos al interior de las calles. Además, el vaquero y sus reses estaban ahora por las montañas del sur. Todos decíamos -¡Pobre vaquero!-. Quizá sea la única vez que los geanos hayan visto el desplazamiento forzoso de un día en la novillada.

Los mayores siempre recordaremos cuando el vaquero, en la plaza de toros, alineaba a los cabestros en batería, les hacía arrodillarse
 y posteriormente la rueda. Aquí, en la Plaza del Ayuntamiento un mozo tira del rabo de un cabestro, para que el encierro continúe.

Pero, aun le esperaba otra sorpresa al personaje. A las seis de la mañana del día siguiente, el vaquero intentaba introducir los toros en la plaza valiéndose del silencio reinante en el pueblo y de la tranquilidad de los animales. Conducía a estos por el camino de la Vega adosado al muro de la huerta del Convento de las Capuchinas y en esos momentos todo su trabajo se vino abajo. La campana del convento toco para avisar el comienzo de la misa y los animales dieron la vuelta de nuevo, hacia el monte. El vaquero no creo que acudiera a oír misa, aunque lo necesitara. Finalmente, seria el tío Perdigón con sus vacas y su semental quien metería a los novillos en los toriles. El tío Perdigón había puesto sus animales al servicio de la causa, al ver que los cabestros no obedecían las órdenes. Curioso, el tío Perdigón (q.e.p.d.), años mas tarde fallecería el Día de los Toros, o sea un 22 de Agosto. 

César el Zorro, el más joven de los aficionados de la época, nada más entrar
los novillos en la plaza ya los recibía con la capa.

Recuerdo como los amigos vivimos la anécdota del cabo de la Guardia Civil y uno de los mozos que solía pegar a los animales durante el encierro (cosa prohibida y que atormentaba a los vaqueros). Tras haber pegado a los animales, fue citado por el cabo para indicarle que al año siguiente debería presentarse en el cuartel antes del encierro, en el cual, por tanto, no participaría. Así sucedió, pese a las quejas. Recuerdo que los amigos decíamos: -¡Un cabo es un cabo!- . Que importante era un cabo y pensar que unos pocos años mas tarde yo rechazaría ser cabo en el servicio militar, bajo pena de ser arrestado por ello. La platería de la III Region Militar de Aviación en Manises estaría sin cabo durante año y medio. Lo pagaría caro. Por ser de los más jóvenes estuve dos años, mientras, los cabos, estuvieron solamente uno, a consecuencia de una modificación en las reclutadas del Ejército del Aire. Pasaron a realizarse cada tres meses, en lugar de cada seis, como se venía haciendo.



La Plaza del Ayuntamiento muchas veces sería lugar de emoción.

Otra persona que fallecería el día de los toros seria la tía Isabel la Hueva (q.e.p.d.). Una de las mujeres mas aficionada a los encierros que he conocido. Un año antes de morir aun estaba en la calle, en el tramo de la Casa Grande, con su garrote. Y no lo digo por esto, sino, porque en cierta ocasión, el día anterior al encierro me cruce con ella en la calle, en el Puerto. Ya llevaba garrote y vivía con su hija Esperanza, cuya vivienda estaba muy próxima a la de mi suegra. Yo iba a subir a Gea esa tarde y acabo llorando. Me diría: -¡Tomas, que envidia me das. Si tuviera con quien volver mañana, me iba contigo. Solo a ver pasar los toros por la calle!. Siempre fue muy cariñosa conmigo y guardo un gran recuerdo de ella. Aún recuerdo cuando años después me comunicó que iban a construir una piscina en Gea. -¿Cómo lo sabe Vd. tía Isabel? le pregunté, contestándome: -Porque el Ayuntamiento me ha comprado los terrenos para ello, en San Antonio-. Pensaba yo en ese momento que ya no habría que ir a bañarme a Cella con mi familia.

 

Desde que era niño se que el cumpleaños de Juan Górriz es el día del encierro.
Fácil para encontrarle y felicitarle.

Por cierto, no faltó nunca a la felicitación de uno de nuestros amigos, si se encuentra en el pueblo durante las fiestas. Se trata de Juan el de la tía Joaquina, dos años más mayor y os podéis imaginar el porqué. Es la única persona que conozco en el pueblo que cumple años el 22 de Agosto.

 

La nueva tarima para la orquesta, desplazada al ser construida la nueva fuente en el centro de la plaza,
es aprovechada para correr riesgos. El novillo no puede subir a ella, pues, no tiene espacio para el.

La afición a los encierros no decrece, pues solo hay que ver la cantidad de geanos que participan en los de Albarracin, en el mes de septiembre.. A mi, al menos, su plaza me produce gran nostalgia y me hace recordar aquella plaza que teníamos de niños en nuestro pueblo, con sus troncos, toriles, mulillas, etc. Lástima también de que las fiestas de Cella las trasladaran a las mismas fechas que las nuestras .....

Las fotografías en color, algún año después, un avance tan asombroso como los teléfonos portátiles hoy día.

Observaréis que en ocasiones introduzco alguna anécdota fuera de mi niñez. Es que se me va la mente a otros recuerdos, pero, es que durante mi vida, algunas situaciones me han obligado a comparaciones con el pasado. Caso de la década de los ochenta. Estando en Sant Carles de la Rápita (Tarragona) viví una anécdota inesperada. Eran las fiestas patronales del 25 de Julio (San Jaime) y asistía al encierro de reses bravas, cuando ante la negativa de volver estas a la plaza, el vaquero decidió sacar al cabestro y conducirlo por las calles de la población. El animal trajo consigo a toros y vacas. Hasta aquí todo correcto. Como en Gea. Pero, lo curioso, es que el cabestro era un torico y nunca mejor dicho, pues, era poco más que una cabra. Lógicamente tuve que preguntar al vaquero como era posible aquello, contestándome lo siguiente: -En Almenara, en la ganadería, lo rechazó la madre y lo crió una cabra. Los animales no son como nosotros. Se respetan. Ese toro de unos seiscientos kilos no le hará nada, ya lo ves, va detrás de él-. Me quedé asombrado.

El momento del entorilado era seguido por los espectadores y participantes con emoción.

En otra ocasión, estando en otro encierro en Altura (Castellón), un gran cabestro tuvo que salir a por un toro bravo que no volvía. Tras traerlo y entrar ambos en el toril comenzaron a escucharse fuertes golpes en la chapa de los toriles portátiles. El público asistente dijo que el cabestro estaba castigando al toro. Asombrado, creía que era por haberle hecho salir en su búsqueda, pero no, los entendidos dijeron que el castigo se debía a que el toro había entrado en el toril por delante del cabestro y este no consentía tal actitud.

 

Durante los encierros se probaba la resistencia de anclaje de las rejas a sus muros.

Quiero aprovechar ahora para agradecer a los dueños de las viviendas, que me permiten realizar fotos durante los encierros, tanto en las calles como en las plazas. Algunos, ya los quisieran en Pamplona, pues son lugares de maravilla para tal menester. No obstante perdonaréis que nombre a una en especial, mi prima Rosario la Catalana, falleció hace muy pocos años y siempre que paso bajo el balcón me acuerdo de ella, de lo cariñosa que era conmigo y de los encierros. Este año de 1213, mi tía Carmen se quedaría esperándome en su balcón de la Plaza del Ayuntamiento, el día del segundo encierro, pues, suelo acudir allí estos últimos años. Pues bien, este año de 2013, por primera vez en mi vida me quedaba dormido en la cama y llegué al encierro ya terminado. Supongo que a partir de ahora pondré el despertador. Recuerdo cuando mi abuela, sin querer, me cerró una puerta estando durmiendo la siesta y tuve que saltar por el tejado, llegando tarde a la novillada.
 

 

  De bien pequeños, nos atraía la figura del toro. A mí, ya con cuatro años.

En otros capítulos he hecho alguna referencia al paraje de El Algarbe. Bien, pues recuerdo las numerosas veces que hace más de treinta años vería pacer y pasar por allí a los novillos de la ganadería de Pedro el de Terriente. Nos maravillaba y algún año seguro que entre ellos se encontraban los dos que serían lidiados durante las fiestas patronales de Gea. Por entonces, me contó mi primo Juan el Alguacil una anécdota referente a dichos novillos. Según el, estando los asistentes pendiente de su pic-nic, un catalán, algo bebido, citó a uno de los novillos cercano y este salió a por el. Todas las familias corrieron hacia el refugio y desde allí vieron como el catalán se refugiaba detrás de una de las pesadas mesas, dándole el novillo la vuelta a esta y sin soltar el hombre la bota de vino. Los niños y los menos niños les gustaba hacerse fotos cerca del ganado.

Que emocionante era cuando los novillos visitaban a los acampados en El Algarbe. Y más, para los niños.

Quien me iba a decir a mí, que a los 15 años iba a vivir otra experiencia de miedo con los toros, cuando ya no me tomaba confianza con estos. Pero no sería en Gea sino en Córdoba. Habíamos marchado los compañeros de excursión a visitar una subestación eléctrica, y tras el almuerzo, fuimos al paraje boscoso de Cerro Muriano. Algunos nos tumbamos bajo los pinos, quedándome yo dormido. Entre la lluvia que comenzó a caer y los gritos de advertencia de peligro de mis compañeros me desperté y lo que vi fue un vaquero diciéndome que siguiera tumbado sin hacer caso de la manada de toros bravos (no novillos) que estaban pasando junto a mí. Todo cagado sin cagar, con la nariz metida contra la hierba del suelo (como muchos futbolistas cuando rematan a gol), esperé a que pasaran. Tras salir del apuro me hice el valiente, pues, si después de las palizas que les daba a todos con los encierros de mi pueblo resulta que soy un cagueta, aún se habrían reído más de mí. Por cierto, también por entonces, vi un pequeño reportaje que nos ofrecieron en una pequeña sala junto a las aulas, donde me quede asombrado. Colocaban dos electrodos en la cabeza de un toro y después era toreado por un torero, pero, comandado el animal desde la barrera con un mando a distancia. Han transcurrido más de cincuenta años y no he vuelto a ver otra vez algo parecido.


 

 PARTE  II

    LAS  NOVILLADAS

Los novilleros siempre nos entusiasmaron, con su traje de luces.
Lástima de los revolcones que sufrían a veces.


 

 Con cinco años de edad tengo el recuerdo de un suceso vivido en la plaza de toros con mi primo, el joven Vicente el Madrileño ¿lo recordará él?. Pese a lo trasto que era, mi primo, decidió llevárseme con el a ver la novillada, pues, Los Madrileños me querían muchísimo. Recuerdo, casualidad, que en la tercera tijereta de la barrera, a la izquierda de los antiguos toriles, sobresalía un madero en su parte superior y allí me colocó mi primo, delante de él.

En la tijereta de nuestra derecha y donde esta sentado el joven estaba uno de los Madrileños, mi primo Vicente,
el cual debía cuidar de mí, pues, tenía cinco años y estaba sentado delante de el. Lo que sucedió ..........

Como no paraba de moverme acabé cayendo a la arena de la plaza y desde el suelo vi el toril izquierdo abierto y el toro al final del mismo. Me subieron de nuevo a mi asiento en volandas. Supongo que no debí ni de pestañear durante el resto de la lidia (solían decirme entonces que tenía las pestañas muy grandes).
 

 

Sirva esta foto de recuerdo de los geanos que nos dejaron.  No los olvidamos. Su sonrisa nos indica como eran las fiestas para ellos. Por cierto,
en alguna parte de estos escritos me quejo de no tener ninguna foto de Constancio. El joven apoyado en el burladero creo que es el.
 

Tendría unos diez años cuando viví una tarde de toros de extraña lidia. El novillero de este año no era Ribereño, como de costumbre, sino, el Niño de Cuenca, un joven de gran altura. Tras el primer tercio y en el rincón donde están ahora los toriles, de pronto, a cuerpo descubierto, se dirigió de frente hacia el novillo, lo copio de los cuernos y lo puso patas arriba sobre el piso. Recuerdo a mi tío Simón, que era el teniente alcalde en aquel momento y que estaba sentado a caballo sobre la barrera en la sección del corral de la Casa de Narro, portando un buen garrote, decirle al novillero, mientras golpeaba fuertemente sobre la barrera con el garrote: -¡Suelta al animal y torea, sino, te atizo!-, obedeciendo el joven corpulento, dejando que el animal se levantara. En fin, la parodia perfecta que habría querido representar el Dúo Sacapuntas, de haberla conocido. Además, mi tío Simón, era un hombre de pequeña estatura (m. y medio aprox.).


 


Los novilleros, de momento, han desaparecido de la plaza y sustituidos por las bromas. Corrijo. En 2014 ha habido novillada.
 

Los novilleros casi siempre obtuvieron trofeos (orejas y rabo).
 

Hablando de mi tío Simón, recuerdo que en una visita que le hice en casa de su hijo Pedro, en la Plaza del Carmen, cuando tenía más de cien años de edad, a través de los cristales de la ventana y sentado en su silla, este  seguía el desarrollo de la lidia de los novillos y sin gafas. Le pregunté si lo veía y me dijo que sí, que algo borroso, pero, al contarme lo que iba sucediendo me dejó perplejo.



Las bromas siempre han existido. Hasta con el novillo.

La fecha de la novillada mas trágica que hemos vivido hasta este momento nos la pueden facilitar mis primos Los Niños: Virgilia, Carmen o Antonio.  Todos éramos niños. Aquel año el Ayuntamiento había comprado dos novillos muy diferentes de tamaño y se presentaron para torearlos, vestidos de luces, Ribereño de novillero y Marieto de subalterno, dos novilleros turolenses muy famosos en la Sierra de Albarracín. Durante la lidia del novillo mas pequeño Ribereño sufrió una cogida que le dañó, creo que un tobillo, no pudiendo finalizar su cometido. Los asistentes solicitaron que lo hiciera Marieto, pero, este, se negó diciendo que solo era el subalterno y que en una situación similar en Albarracín, clavó el estoque en la arena.  Repitiendo que tenía mucho miedo y más viendo como había cogido a su maestro. Además ya había corrido la voz por el pueblo, tras el encierro, de que el otro novillo era mucho más grande. 



La afición al disfraz siempre estuvo presente.

Ante esta situación se decidió sacar a la plaza el otro novillo, un medio búfalo, ensogarlo y sacrificarlo. Este consiguió levantar unos centímetros la barrera en el tramo de las autoridades y los músicos. Tras varios intentos consiguieron enlazar al novillo en una tijereta (los dos troncos verticales que sujetan a los horizontales de la barrera), situada a la izquierda del burladero norte. Mi tío Antonio el Niño se encontraba con la espalda pegada a dicha tijereta, acompañado de otros geanos sujetando al animal. Este pegó una coz, dio un impulso y consiguió liberarse en parte de la cuerda y de los hombres colaboradores, quedándose mi tío sólo y desamparado frente al novillo y a su espalda la barrera. El toro le hirió gravemente. Durante unos días el pueblo estuvo al tanto de las noticias que la familia traía del hospital de Teruel. Finalmente se recuperaría y yo escuchaba a algunos decir: -Al Niño ya se le han terminao los toros pa siempre--, lo que no sabían es que mi tío llevaba en su sangre nuestras fiestas y más siendo uno de los tantos pastores de ovejas que entonces tenia el pueblo. Se equivocaban. Al año siguiente disfrutó de nuevo del encierro y de la novillada.


 

Las diferentes fotos muestran como estaba la plaza, 22-22.

Hablando del miedo en los novilleros, hace unos pocos años vivimos en la plaza y durante la lidia unos momentos muy curiosos, nunca antes vistos. Por ello paso a contarlo, pese a ser mas reciente. El novillero había realizado parte de su faena y se retiró al burladero del lado Sur, no continuando la lidia. Los espectadores comenzamos a preguntarnos que estaba pasando. Así que poco a poco fue dando la vuelta al tendido la noticia del porque de la parada. Al novillero le había entrado el miedo. Tuvo que soportar también los gritos a favor y en contra de dicha situación. Los hombres amenazaban con arrimarlo al toro, que estaba solitario en el centro de la plaza, mientras el tragaba saliva y las mujeres solicitaban que lo dejaran en paz. Algunas, como Gila con su humor sobre los árbitros de fútbol, apelaban a que el novillero tendría madre. Pasados veinte minutos se reanudo la lidia, tras recuperar parte de valor. Ya dije que cada año suceden nuevas anécdotas.


 

Los novilleros no siempre se vestían de luces. Cuando lo hacían los asistentes lo agradecíamos.
Y agradecíamos más el trabajo bien hecho.
 

 

Por cierto, hace unos cuantos años, en las fiestas del Barrio Obrero del Puerto de Sagunto, estando viendo una representación teatral humorística en su placeta, una señora de Teruel, sentada a mi izquierda y que estaba de vacaciones, cuando le dije que era de Gea, se lo comunicó al señor que estaba a su lado y este saltó como un resorte y ¿quien creéis que era?, pues sí, Marieto, ya mayor. Me recordó que a la semana siguiente eran las fiestas patronales de Gea. Algo de nuestro pueblo llevaba con él.

 

Los participantes en las fiestas, todos trabajadores, tomaban vacaciones para estos días.

Un año de aquellos el novillero seria El Terremoto. Recuerdo que demostraba una gran valentía y repetiría otro año. En otras fiestas actuaría voluntariamente el torero mejicano o granadino Manolo Carra, dado que le unía gran amistad con el geano Perfecto, hijo del tío Lahuerta y que vivía en Barcelona. Carra, unos días antes, había cortado una oreja a un toro en la Plaza de Toros Monumental de Madrid. Perfecto, persona introducida en el mundo de la tauromaquia, conseguiría que toreros y novilleros de gran prestigio nos ofrecieran su arte en nuestra plaza. Caso del malagueño Miguel Márquez, para mí, el novillero que más evolucionaría, en poco tiempo, de los que pasaron por Gea, quien al año siguiente, habiendo ya tomado la alternativa al igual que El Cordobés, (ídolo de las masa de la tauromaquia en aquella época) superaría a este en el numero de corridas, además, pese a ser pequeño de estatura colocaba las banderillas de maravilla.

 

La interpretación de los actores geanos provocaba la risa en los asistentes al espectáculo.

Otro amigo de Perfecto y que también conseguiría traer hasta nuestro pueblo sería Antonio José Galán. Hay que agradecer a Perfecto aquellos detalles que tuvo para con su pueblo y por supuesto a aquellos toreros que se arriesgaron a una lesión en plena temporada. Tengo constancia de que, Perfecto, incluso acompañó a algunos de sus amigos, toreros y novilleros, en sus actuaciones en Francia.
 

En el centro y entre las jóvenes el torero Manolo Carra, amigo del geano Perfecto Lahuerta.
 

Recuerdo que el hijo de una turronera que siempre venia al pueblo en fiestas y que ya de niño ayudaba a su madre, también vendría algún año después como novillero (no recuerdo su nombre). Por cierto, estuve a punto de ver la alternativa de El Cordobés en su Córdoba natal, ante la presión de algunos compañeros aficionados, pero, como el alumno externo que debía conseguir las entradas se recreó, nos quedamos sin ellas. Menos mal, aquel extra me iba a dejar sin fondos algún mes y aún peor si se hubiera celebrado, pues, se suspendió por la lluvia.


 

Tras terminar la novillada, había que esperar un año completo para volver a revivirla de nuevo.

Dejando constancia de que en aquella época no existía un segundo día de toros, ni embolados, recuerdo cuando nos visitó un novillero (creo que era El Terremoto.) que pretendió banderillear sentado en una moto en marcha. Moisés el Albardero (q.e.p.d.), uno de los mayores aficionados geanos al toreo de capa, trató de convencerle que debía torear con seriedad, con tan mala fortuna que en el forcejeo con las banderillas una de ellas pinchó la espalda del geano. No pasó nada porque calmaron a Moisés y porque el novillero lo hizo de pie. Digamos que además de Moisés, durante los encierros y con los novillos ya en la plaza, otros geanos, desde muy jóvenes, se atrevían a dar capotazos, por lo que se tomaban el momento de la lidia con mucho interés.
 

 

Solo las vestimentas ya conseguían hacer reír a los presentes en la plaza.

Otro momento de emoción que vivíamos los espectadores de suelo que rodeábamos la plaza, normalmente mujeres y chiquillos se producía cuando los novillos metían parte de su cabeza entre los troncos de la barrera, llegando en ocasiones a pasar la misma (la cabeza sólo, claro). En cierta ocasión, mi tía Consuelo la Alguacila y su amiga Petra la Matrona, la tuvieron sobre sus faldas, saliendo despedidas hacia atrás.

Por cierto, existía otro peligro para los de pie, proveniente de tablados, carros y barrera (esta ocupada por los cellanos desde horas antes del comienzo de la corrida). Así que, en cierta ocasión, colgaba media pierna de chiquilla entre dos tablas del tablado de la izquierda de los toriles. Esta dio un zapatazo en la frente a Pedro el Matrón que lo dejó noqueado, pero, este aún tuvo fuerzas para instintivamente darle un fuerte pellizco en las corvas a la causante. Por el grito de esta supimos que se trataba de Ana Boada una de las sobrinas de la esposa de Pepe el Fortea (los dueños de El Estanco). Lo sentí, era una de mis bailadoras. Por cierto, hablando del graderío, una parte de el era propiedad del Ayuntamiento, con coste económico para el espectador, y la restante, en la cual se colocaban carros y tablados, era gratuita y sólo había que solicitarlo en el Ayuntamiento. Espero que alguien me informe más sobre las bases establecidas en aquella época para este ultimo caso.
 


 

Los aficionados al toreo geanos siempre se apoyaron en situaciones difíciles y peligrosas.

Ya dije en alguna ocasión que tengo un vago recuerdo de la novillada que se celebro en la plaza del Ayuntamiento, cuando yo era muy pequeño, desconociendo el motivo. Se trataba de un solo novillo y el toril estaba en el rincón de la puerta de El Carrerón. Me pregunto como se ubicarían los espectadores, pues ya sabemos que durante tal acto, al pueblo venían muchos forasteros para asistir a la corrida, además. Gea contaba entonces con unos mil habitantes.
 

 
Paco el Fabriquero, ¿si lo recuerda?, nos dirá quienes son los amorosos.
 

Las bromas en la plaza han acompañado a los festejos taurinos en muchísimas ocasiones. .Los disfraces y las imitaciones, como veréis en algunas fotos, eran tremendas, pero, algunas anécdotas que no están a la vista os harán reír. Como cuando el tío Geto, al cual no le preocupaban los cellanos que ocupaban las barreras, colocaba una especie de columpio colgando de las grandes acacias y así veía la corrida como si estuviera sobre un helicóptero. Pero, la broma subía de tono, cuando algún bromista desataba las cuerdas y lo hacia descender casi hasta el toro, con el consiguiente susto.
 



El picador sobre burro o este sustituyendo al novillo. Dos de las bromas.

 

En este sentido he de comentar lo graciosos que eran algunos personajes, como por ejemplo El Gachero. En cierta ocasión, el novillo toreado no moría y estando toda la plaza pendiente de ello, se acercó dicha persona y le dio una patada, muriendo instantáneamente el animal. En alguna ocasión fue el causante de la broma al tío Geto. Por cierto, este ultimo hombre tenia un hijo, José María, un poco más joven que los amigos, pero, que en alguna ocasión se unió a nosotros. Hace muchos años que no se nada de el. Así como otro niño de apellido Soler y nieto de la tía Consuelo la Morena, que vivía junto al horno de la tía Cecilia, en la calle Corta y frente a los Andorranos. Un año menor que yo.

 

No faltaban los revolcones y la consiguiente alarma de los espectadores.

Hablando de la muerte de los toros, hay que reconocer que actualmente no se les hace sufrir tanto y también se divierte mucho el público. Aun, hace unos pocos años, presencie en nuestra plaza una actuación de la lidia de un novillo difícil de olvidar. Lo recordaréis: al animal le clavaron diecisiete veces la puntilla y por dos veces se levantó con ella clavada, vagando por la plaza. Hasta que el novillero decidió intervenir y acertó a la primera.
 



Desde bien jóvenes, los geanos se unían a los bromistas veteranos.

 

 ¿Conoceis el nombre del burro?. ¿No?, José y César os lo dirán.


 

PARTE  III

LOS BAILES Y LA MUSICA

 La  música estaba presente todas las fiestas en sus diversas facetas. Digamos que comenzaba incluso con la llegada de los músicos a su lugar de pernoctación, normalmente la casa de mi tía Carmen la Alguacila, en la mismísima Plaza del Ayuntamiento (junto a la casa de Fernando el Peluquero). acompañados por el hijo de mi tía, Victorino el Alguacil, el día de la víspera de San Bernardo. La chiquillería ya sabíamos que a continuación vendría el pasacalles de la banda de músicos, con salida desde dicha vivienda y recorriendo las calles de La Iglesia, San Bernardo y Mayor, tocando sus instrumentos acompañados por el Alguacil (ello hacía que me considerara importante, por ser mi tío) y los chiquillos, finalizando en el punto de partida. Aquella noche a las veintitrés horas ya tenían los músicos su primera actuación, para ellos tan entrañable, pues, volvían a Gea después de un año.
 

 

Los músicos. Los grandes animadores de nuestras fiestas.

 Durante mi infancia la música tenía su máxima expresión en los bailes. Al principio  de mi vida, y cuando aun no estaba la fuente de la plaza, la orquesta se situaba en el centro de la Plaza del Ayuntamiento en una especie de cuadrilátero de boxeo. Nunca mejor dicho, pues, no recuerdo porque motivo, con once años de edad me vi envuelto allí en una pelea con mi primo Antonio el Niño. Juan el Alguacil, primo hermano de ambos y más mayor, nos separó y nos dedicó una bronca.  -¡Los primos nunca riñen entre sí!-, nos diría. Dicho tablado se levantaría hasta el año 1958, si bien no recuerdo si los trabajos de construcción de la fuente de San Bernardo ya habían comenzado, pero, yo, un chiquillo de 12 años, recuerdo haber bailado entonces alrededor de la orquesta, normalmente la Banda del Cheperudet de Benaguacil (Valencia), muy famosa en aquella zona (yo viví entre 1970 y 1974 en Liria y me confirmaron el cariño que le tenían a dicha persona). A continuación y durante cuatro días disfrutábamos de baile, en la plaza pública, a las 17h., a las 20h. y a las 23 h. y en la pista privada de El Soguero a las 12h., a las 21 h. y a la 1 h. del día siguiente, hasta las 3h.. Los bailes estaban siempre concurridísimos y bailaban casi todas las personas asistentes.
 

Esta foto de Joaquín el Tafiles (fallecido recientemente) abriendo la válvula del tonel, nos sirve para que podamos ver el altillo
donde los músicos interpretaban sus melodías, en el centro de la plaza, antes de instalar la fuente. Por cierto, al fondo,
 la zona de la plaza donde trabajaban los fotógrafos.

Recuerdo que siendo muy niño y durante los bailes de la plaza, algunos chiquillos nos dedicábamos a perseguirnos por entre las parejas y estas solían quejarse cuando las empujábamos (sobretodo las féminas), pero hoy día pienso que no era posible, pues un achuchón inocente a la chica, en aquella época, debía ser algo maravilloso. También solíamos tirar pequeñas piedras a las piernas de las chicas (no recuerdo ver a alguna con pantalones). El ritmo musical que más sonaba era el pasodoble y lo que nos absorbía la vista era el trompetista con su instrumento. El Cheperudet (cheperudo, en valenciano), hombre pequeño, tocaba la tromba, haciéndonos reír a los niños cuando este impulsaba aire a la misma.




El joven cuadro de jota, colaboraba en las fiestas todos los años


El año 1956, no se porqué motivo, aquel verano se hizo un día de las fiestas el baile y un castillo pirotécnico en la carretera (quizás para celebrar la inauguración de la Casa del Médico tres años antes), junto a la sala de espera del autobús, también inaugurada entonces junto a su muro . Aquel año estaba de moda la canción Mariquilla Bonita, interpretación de José Luís y su guitarra y allí también sonó. Aunque era de noche, pasaba algún vehículo y las parejas dejaban de bailar. El castillo pirotécnico se dispuso sobre el muro, ante la Casa del Médico, con cohetes y círculos de fuego.

 

Durante las fiestas patronales del año 1956, una de las noches el baile se celebró en este lugar y la pista
era la mismísima carretera. El castillo de fuegos artificiales estaba amarrado a la barandilla.

 En el año 1957, como ya dije en otro capítulo, bailaría por primera vez en mi vida, sería la canción Por el Camino Verde, de Juanito Valderrama y mi compañera de baile sería mi prima Virgilia la Niña. No puedo precisar si eran las fiestas o durante el periodo de tiempo de invierno que pasé con mi madre en casa de mi abuela. En el salón no entrábamos los niños, pero, con Fernando, el hijo del tío Jorge, era posible, pues, su padre era el portero. Recuerdo haber bailado con este amigo (se colocaba de pie puntillas), y hacer reír a nuestros amigos con nuestras tonterías. Sin embargo, en la plaza del Ayuntamiento ya bailábamos con niñas de nuestra edad, pisándonos, sin querer, los unos a los otros. A todos nos gustaba la música. 

Sería entonces y en la pista de El Soguero cuando mi prima hermana Consuelo (q.e.p, d.), más mayor que yo y que sólo venía a Gea en fiestas, me enseñaría a defenderme un poco bailando. Insistía: -¡Uno, Uno, Dos!-., siempre los mismos pasos y dependiendo su rapidez del ritmo de la música. A partir de ese momento no solía pisar a las chicas y comenzó a gustarme mucho el baile y a disfrutarlo en la plaza. 

 

Mi prima Consuelo, de San Blas, (q.e.p.d.) me enseñaría tres pasos de baile y la vuelta. Suficiente. Tanto esta prima, como
mi prima Carmen, de Cella, venían a casa de mi tía Consuelo a pasar los días de las fiestas.

Pero, sería al año siguiente, en el año 1958, cuando viviría un episodio de mi niñez, muy intenso para mí, que alteraría mi tranquilidad. Paso a contarlo. Había entregado a mi padre el diploma conseguido en la escuela y por tanto, de acuerdo con el, podía cumplir mi mayor deseo, pasar las vacaciones en la casa de mis abuelos en Gea. Así pues, pasaron los días y llegaron las deseadas fiestas y con ellas los bailes tan esperados durante un año. Mis padres también vendrían a las fiestas patronales de este año. 
 

 

Otro de los lugares de la plaza donde se colocaba la orquesta.
 

Comencé a bailar con las chicas de mi edad y recibí una advertencia de mi padre: -¡No me gusta que bailes sólo con las hijas de los ricos!-, me dijo, contestándole: - Padre, yo bailo con todas, pero, es que casi todas son ricas-, al menos así lo consideraba. Pero, algo iba a suceder y es que a una chica más pequeña que yo, detrás de la cual iban mis amigos, le gustaba estar conmigo. Se llamaba Mariluz  y me recordó lo  bien que se lo había pasado cuando tenía cinco años, junto a su prima Adelina en el solanar de su abuela Lucía, cuando yo, con siete años, las insultaba desde el otro de al lado, el mío. Quizás influyera también que tenía una hermana muy pequeña, Juana Isabel, pelirroja y pecosa, como yo. Lo cierto es que pasamos a bailar juntos el resto de los bailes de las fiestas.

 Sus padres poseían la casa recientemente construida en la Placeta del Rosario, a la cual dedico un comentario en otro capítulo y al observar hablar a estos con mis padres, amigablemente, cosa muy normal, pues, la tía Juana la Toribia (su madre) y mi padre habían vivido puerta con puerta, me hizo pensar que todo marchaba muy bien, hasta que mi padre, algún día después, me dijo que no le gustaba que bailara siempre con la misma chica. Quizás sea la única vez en toda mi infancia, en la que no obedecí a mi padre, pues una sugerencia equivalía a una orden. Lo cierto es que continuamos dando vueltas en la plaza junto a las parejas de los mayores, como si fuéramos una más y hablando con ellos y no tuve ni una amenaza por parte de mi padre. A ambos, la canción que más nos gustaba era El mustafá, un cha-cha-cha de Emilio el Moro, que estaba de moda (podríamos decir que era como actualmente, la canción del verano). Además, también continuábamos bailando en el salón de El Soguero, hasta por la noche, tras dejarnos pasar su tío Jorge, el portero, haciéndonos caras de desaprobación.
 

La jota se bailaba en la Plaza del Ayuntamiento y sobre el piso de tierra, arropados los joteros por el público.
 

 A veces, viendo por ejemplo televisión infantil, he recordado cómo vivía entonces mis escenas reales, pero, aún me llama más la atención el recuerdo de lo espabilada que era aquella chiquilla, con aires de mayor edad, pues no tenía ni los diez años (ya sabía que los cumplía el 21 de octubre). También teníamos una amiga, Maribel, la nieta del tío Luquillas, que bailaba junto a nosotros, con algunos de nuestros amigos. Los padres de esta última tenían un bar en El Ovalo, en Teruel. Ambas solían hablar de cosas diversas: de sus estudios, del Duo Dinámico, de que Angel el Matrón, siete años más mayor que ellas y Oscar (este último venía de Barcelona a pasar las fiestas), eran los chicos más guapos del pueblo. Que ojos tiene, decían de Angel. Es guapísimo decían de Oscar, etc. A mí me daba rabia interna dichos comentarios.

Por cierto, cuando tenía unos veintitantos años me encontré a un amigo, Paco, en La Alameda del Puerto de Sagunto, hablando con una chica joven. Ambos eran amigos y se conocían desde que mi amigo, natural de Monreal del Campo, estudiaba en Teruel, e iba a presentármela cuando esta le dijo que me conocía mucho antes que a el. Se trataba de Maribel que estaba en el Puerto por casualidad. Recordamos las fiestas de Gea, tras unos cuantos años sin vernos.

 Mi primo Juan el Alguacil se metía conmigo y cuando me veía llegar hacia el, solía decirme, en broma: -¿Dónde está tu novia, como que no está contigo?-. Pero, lo cierto es que mi padre tenía razón y lo descubriría al año siguiente. Dándome cuenta de que no me había portado bien con las otras chicas del pueblo durante este año, pues, las había ignorado. Por ello, paso a contar lo que considero la segunda parte de esta historia infantil y real, muy diferente.

 Con trece años, mi actitud hacia las personas continuaba mejorando. Nuevamente, durante el verano, volvería al pueblo con unas notas escolares insuperables y con un tren de ilusiones a plena carga, aunque en Gea no existieran carriles, ni túneles, ni estación (quizá en un futuro, hay tenéis el nuevo aeropuerto de Teruel). Ya no solamente disfrutaría con las fiestas, sino, que además, vería a aquella niña y bailaría con ella, estaría con mis primos en la era, iría a bañarme al río con mis amigos geanos, mi abuela me prepararía sus meriendas especiales, etc. etc. etc. Recuerdo acostarme por la noche y comenzar a soñar despierto y que la aventura más imaginativa que ocupaba mi cerebro era la de ver al padre de dicha niña como presidente del Real Zaragoza, el cual necesitaba mi ayuda, pues, yo era un gran goleador y lo hacía campeón ….. de lo que fuera. Curioso, hace unos meses, Adelina me contó que toda la familia eran socios del equipo de fútbol Levante U.D., yendo incluso al viejo campo de Vallejo, pues, su tío José Navarro (esposo de su tía Juana la Toribia) fue durante muchos años tesorero de dicho club e iba apuntando a toda la familia como socios. De haberlo sabido seguro que habría soñado con el Levante, equipo también de mi maestro de por entonces.

 Cuando llegué al pueblo comprendí que era lógico que Mariluz no estuviera, pues, yo iba nada más terminar el curso escolar, con la primera persona mayor geana del Puerto que lo hacía. Así pues, uno o dos días antes de las fiestas, iba con mis amigos a bañarme en el río cuando unos cien m. aguas abajo del Pozo de la Piedra, me cruce con Mariluz, Adelina y otras chicas que venían por el camino junto al río y no hubo saludo, porque no hubo ni tiempo. Las chicas comenzaron a gritar, pues, una culebra de unos 40 o 50 cm. comenzó a cruzar el camino ante ellas. Me adelanté a mis amigos, cogí una buena piedra y a la primera le aticé de lleno, enroscándose esta. Ni un caballero medieval ante su princesa.

 Aquel momento debió ser la llegada a la cumbre de toda la historia que os estoy contando, tras todo un año ascendiendo, pues, a continuación, comenzó el descenso, también de un año de duración, pero, por un precipicio. Continúe lanzándole piedras y no le di ni una (comenzaba a perder puntos) y mis amigos remataron (ganaban puntos) a la maldita culebra, que no llegaba ni siquiera a serpiente.

 En el primer baile de las fiestas, la noche del día de la víspera, surgirían problemas graves. Me acerqué a ella y nos pusimos a bailar. Por fin continuaban las fiestas del año anterior pensé yo, si bien la encontraba seria y no con su sonrisa permanente. Ante mi euforia, me imagino, ella debió pensar en lo difícil que yo le estaba poniendo el decirme las palabras que me quería dirigir. De pronto escuché: -Tomás, este año no voy a bailar sólo contigo, también quiero bailar con los otros chicos-, no quedándome fuerzas para preguntar el porqué. Así que, al terminar las dos piezas musicales seguidas a que te daba derecho un si, salimos de entre los danzantes hacia el rincón de la vivienda del tío Jorge. Mis amigos comprendieron que algo pasaba y rápidamente comenzaron a bailar con ella. Yo continuaba noqueado, con las manos en la espalda y apoyando esta sobre la pared y así estuve hasta que al cabo de un buen rato le solicité de nuevo bailar, encontrándola ahora más contenta y llegando ella a preguntarme el porqué no bailaba también con las otras chicas. Le respondí que no me apetecía y que la volvería a sacar dentro de otro rato, el cual nunca llegó. Mi extraña herida no dejó de sangrar en todas las fiestas. Pero, aprendí una cosa la cual la utilizo hasta en mis quinielas de fútbol: Tras un encuentro con éxito viene el del fracaso (me equivoco pocas veces, en cierta ocasión, el Oviedo ganó al Real Madrid y luego estuvo 17 partidos sin ganar, bajando de categoría). Este año de 2014, la Real Sociedad ganó al Real Madrid, ya veremos cuando vuelven a ganar un encuentro los donostiarras.

 Los días siguientes acudía a los bailes, apoyaba la espalda en la pared y no bailaba sino era un compromiso y a disgusto (alguna prima que me pedía bailar), quizás pensaba, que siendo ella buena chica, sufriría, digo yo. Algunas chicas geanas, viendo mi situación me animaban con estas frases: -¿Porqué no bailas Tomás?- o -¡Qué tonto eres, con lo que te gusta el baile!, cosa que yo ni agradecía. Bueno, si alguna lo recuerda, se lo agradezco ahora, a mis 68 años. Nunca mejor dicho, mas vale tarde que nunca. Hasta mi amigo Fernando Blasco, primo hermano de Marluz, me diría: -¡Baila, baila con las chavalas, Tomás!-.

 

Parte del grupo de amigos durante las fiestas. No parábamos de bailar, sólo para hacernos la foto.

 Por cierto, la inauguración de la Fuente de San Bernardo desplazó de situación a la orquesta, colocando un tablado triangular sobre el desagüe de la plaza y adosado a aquel porche, donde hoy día se colocan los monumentales escenarios. La orquesta se llamaba Los Marinos y eran valencianos. Uno de los amigos descubrió que el batería exageraba la postura de su cuello al tocar el cencerrillo y hacia allí corríamos cuando sonaba Esperanza, pieza musical muy de moda, para verle de perfil, desde dentro de los porches y así reírnos unos minutos, mientras este se dejaba llevar por el ritmo y le atizaba a dicho cencerrillo.

 Tras terminar las fiestas tuve que soportar a los burlones y sobretodo a mi primo Juan el Alguacil, el cual no paraba de decirme: -¡Tu novia ya no te quiere!, ¡tu novia ya no te quiere!- , a lo cual yo le contestaba: -¡Y a ti, la Pilarín tampoco!, además, no es mi novia y era solo mi bailadora-. Esta otra chica era la sobrina de Marcial, el carpintero. Chica que yo sabía que le gustaba y no se atrevía a decirle nada y eso que, como hoy día, venía todos los veranos, desde Teruel. Las burlas y provocaciones de hasta algunos de mis amigos darían lugar a un final desagradable y que paso a contar.
 

Los jóvenes ya contábamos con la experiencia de nuestra niñez y sabíamos lo que esperábamos de las fiestas.
Quien le iba a decir a Leoncio (pantalón blanco y blusa negra) que en el futuro sería alcalde del pueblo.

 Llegué a la Plaza del Ayuntamiento un día posterior a las fiestas, acompañado de mi primo Victorino y me encontré allí a algunos de mis amigos. Constancio comenzó a decirme: -¡Mariluz está en El Carrerón con Pepe el Federal-, apareciendo a continuación en la plaza varias niñas y la mujer joven que ayudaba en casa de Mariluz, arreglándolo yo todo al decirle: -¿Qué hacías hay mala puta?. La mujer joven exclamó: ¡Por Dios!, ¡por Dios! Y se marcharon todas corriendo. Comprendí después que me había extralimitado y más cuando Pepe me decía que el sólo las había acompañado, para que no fueran solas. Tampoco pediría perdón, como anteriormente, así que, lo pido ahora a Mariluz, si recuerda algunas de estas anécdotas. Con el tiempo y al tener yo hijos, aún niños, y despistarse de su correcto comportamiento, por tonterías, recordaba que no tenía derecho a quejarme. No por esta anécdota, sino por todas que cuento en estas páginas. Pero, una vez más diré: ERAMOS NIÑOS.

 

 Al año siguiente, el verano de 1960, volvería a retomar el disfrute de nuestras fiestas con nuevas anécdotas, pero, no tan niño. Bailando con todas las niñas, incluso más mayores que yo. Recuerdo haber bailado con Adelina La luna y el toro y con María la Hueva A tu vera o viceversa. Que bien me lo pasé. Además, cuando tocaban una jota al final de todos los bailes de la plaza, si la orquesta era aragonesa, o Valencia, si era valenciana, Josefina la Albardera y yo nos buscábamos para bailar la despedida juntos, haciendo de títere, pues, yo no sabía bailarla y ella pertenecía al Grupo de Jotas de Gea. Dicho grupo ya participaba en nuestras fiestas, donde también tocaba la bandurria nuestra amiga Dorita la Hueva.
 

La banda de música siempre compartió y animó junto a nosotros las novilladas.

 Ya me había vuelto más serio y responsable, pero algunos de mis amigos continuaban muy burlones, como en la siguiente anécdota vivida. A casa de Pepe el Fortea habían venido a pasar las fiestas dos sobrinas de su esposa, Gema y Ana (creo que se llamaba esta última). Constancio, Rafael y yo íbamos detrás de ellas, y el segundo cogió de la coleta del pelo a  la primera, en la puerta de La Taberna, soltándola rápidamente y volviéndose esta con genio y soltando un buen guantazo. Ya os podéis imaginar a quien le tocó. A la segunda la consideraba muy guapa, quizás porque tenía la cara redonda y era algo gordita, como a mi me gustaban y solía bailar con ella, además, ella sabía que yo no había sido. Nos daríamos la dirección y acabaríamos escribiéndonos. Estando ya en la Universidad Laboral de Córdoba me enviaría una foto o una postal bailando una sardana. No se quien dejo de escribir. Ya no la vi nunca más por Gea, pero le estoy muy agradecido.

 Estando solo en los porches observando a la orquesta viviría una situación muy desagradable. No se porqué motivo, Miguel el Marcela y José el Garroso (me parece que también estaba Manolo el Pichón), acorralaron a su amigo, Pedro el Perdigón y por un momento temí que le pegaran. Por lo que gritaba el primero, saqué la conclusión, de que ante las chicas de su cuadrilla los había menospreciado. Al final todo quedo en un malentendido y con una amenaza para el futuro. Me dolía muchísimo que siendo amigos, entre ellos, llegaran a esa situación y ya digo, pase un mal rato. Comentada este año dicha anécdota con Miguel, este me dijo que lo recordaba y que por hay marchaban los tiros, precipitándose los acontecimientos al pasar uno de ellos su mano por el pelo de Pedro y montar este en cólera dada la estima que tenía a su original peinado.

Hablando de los porches, en estos se sentaban con sus sillas muchas mujeres para escuchar la música y ver bailar a las personas (o vigilar). Recuerdo el año que mi amigo Pepe el Matachín, que obligado, acababa de dejar el Seminario de Teruel, bailaba con la sobrina de un Guardia Civil, la cual había venido a pasar nuestras fiestas.  A dichas mujeres les escuché decir: -¡Mira, el que iba pa cura! ... ¡y siempre baila con la misma! .....¡y anda que no bailan arrimaos!. Pepe nos diría a los amigos: ¡Se me arrima ella, que queréis que haga?. No se separó de la chica en todas los días de aquellas fiestas.

 En torno al baile ocurrían otras cosas tan interesantes como el propio baile. Como en la siguiente anécdota del año siguiente, de la cual guardo un grato recuerdo. Había subido a ver a mi tía Consuelo a su casa (último piso del Ayuntamiento) y al bajar hasta los porches me encontré a Joaquina la Gata (q.e.p.d.) con una prima que yo no conocía, de Algemesí, que había venido a nuestras fiestas por primera vez y que creo se llamaba Maricarmen. Esta última casi lloraba de dolor a causa de un pisotón en un dedo de la mano. Entonces les pedí que subieran a casa de mi tía y la curaríamos. Fue una más de mis bailadoras, haciendo amistad con ella. En las fiestas del año siguiente, bailando con Joaquina, esta me preguntó si me gustaba su prima, pues yo le gustaba mucho. Ya no era un niño, tenía 16 años y solo deseaba bailar con todas las chicas, como mi padre me había aconsejado años atrás.

 

 

15-16 años. Atrás quedaba la infancia.

 Lo triste es que ambas ya nos han abandonado. El año pasado, estando comiendo en el restaurante del Centro de Día en fiestas, en la mesa de al lado estaban sentadas unas chicas y les escuché nombrar a Algemesí. No me pude callar y les pregunté si estaban en casa de Ernesto y me lo confirmaron. Les pregunté por dicha chica y una de ellas era sobrina, contándome que había fallecido hacía unos pocos años, por enfermedad. Les conté lo bien que se lo pasaba su tía en nuestras fiestas. Para ella Gea era algo especial, me dirían estas.

 En el Puerto, por esta época, también se celebraban bailes en las fiestas patronales y en los barrios, durante los meses de julio, agosto y septiembre. En las fiestas del barrio de Churruca del año 1961, conocí a dos chicas amigas que iban siempre juntas. Una se llamaba Celia (q.e.p.d.), muy guapa y la otra Mariluz, muy delgada y la que me interesaba, pues usaba el mismo perfume que la Mariluz de los párrafos anteriores (y repito, siempre me gustaron las chicas un poco gorditas). Aquello me decía que aún sentía nostalgia de las fiestas de Gea de tres años atrás. Esta nueva situación la mantendría unos dos años. Quien me iba a decir a mí que siete años más tarde volvería otra vez al portal de la última finca de pisos de la calle de Teodoro Llorente, pero ahora para pedir a la que hoy es mi esposa, que fuera mi novia. Ambas vivían en el segundo piso ocupando las dos viviendas del mismo rellano, pero, a mi esposa la conocería seis años más tarde. Curioso, el padre de esta Mariluz era el entrenador del C.D. Acero y mi suegro el tesorero (yo lo desconocía). Por cierto, a las dos las tenía aburridas con las fiestas de Gea. Me pregunto ahora, que si como dice mi esposa era muy pesado con todas las chicas, con el cuento de las fiestas de Gea, que sucedería entonces cuando bailaba en el Puerto con el pequeño grupo de amigas que formaban tres chicas geanas de la misma edad, más jóvenes que yo: Trinidad (la hija del tío Francisco el Chinarro), Carmen (hija de Bernardo el Chicuto) y Lucía (hija del tío Severiano).

 

Las rondas por la calle arrastraron siempre numeroso público.

 Anteriormente dejé constancia de que en 1959 la Banda del Cheperudet había perdido su monopolio en nuestras fiestas, pues bien, algún año después recuerdo la presencia de otra banda de Fuendetodos, con al menos 12 músicos, todos uniformados. El entarimado para la banda se construyó entre las casas de Picazo y mi tía Carmen. Recuerdo que contaban con violín y director de orquesta. En el baile de la tarde del día de San Bernardo asistí a una burla graciosa hacia la orquesta. Interpretaban en ese momento Corre Corre Caballito, de moda por Marisol y el director dirigía con su batuta, cuando, unos cuantos mozos, desde la esquina de la vivienda de Peyrolón, entre ellos Pedro el Torretano, comenzaron a cantar Mi Jaca, haciendo como que movían otra batuta.

El Centro de Ocio de El Soguero (como hoy día diríamos) contaba con una gran atracción tanto para geanos como forasteros. En el interior, en el bar, o en la calle o en la pista de baile, en fiestas, se concentraba gran multitud. La orquesta, para estos días solía ser de fuera del pueblo y se colocaba junto a la sala de la máquina de proyección, tras la reforma en la estructura. Recuerdo, que cuando tenía unos 14 años vino un conjunto de Teruel y un chaval, un poco más mayor que yo, con chaqueta y pantalón vaquero y sombrero, tocaba el saxo. Me tenía embobado, cuando interpretaban el Bugy Bugy de Los Salvajes. Curioso, el batería era Lucio Herranz (q.e.p.d.), un primo de Rafael, bastante más mayor que nosotros y de esto ya no me acordaba, cuando hace unos pocos años, el personaje anterior, me lo recordó. Estaba casado con una prima hermana de mi esposa y me contaba cosas de Albarracín. 

Por cierto, con este personaje viviría hace unos pocos años una anécdota, al margen de las fiestas, que no puedo dejar de relatar. El quería a Albarracín, tanto o más que yo a Gea. Por culpa de la dichosa diálisis no podía asistir unos días seguidos a las fiestas de su pueblo, viviendo en el Puerto de Sagunto. Así que mandé un correo, a mi manera, a Labordeta (q.e.p.d.) y este me comentó que no me prometía nada, pero, haría lo que pudiera. Aquel año, por lo menos, Lucio disfrutó de todas las fiestas de su pueblo, cosa que agradeció durante el resto de su vida al gran aragonés y a mí. Esperemos que algún día se den cuenta de este problema las autoridades responsables y de que mantenemos vivienda física y sentimental en nuestros pueblos de origen.

Una de las anécdotas que me contaba Lucio y que más me llamaba la atención era la de la Peña de la Zingle (así conocí el nombre de la montaña existente frente a la ciudad de Albarracín, al otro lado del río Guadalaviar). Contaba este que durante la Guerra Civil, el Ejército Republicano colocó en la cumbre una pieza de artillería y comenzó a disparar proyectiles sobre la catedral, hasta que un soldado de dicho ejército pidió y consiguió que cesara el bombardeo. Este militar alegaría que una cosa son las creencias y otra las obras que representan nuestra cultura. Por cierto, en el interior de la misma estaban refugiadas los albarracinenses, durante este suceso.

 Con tanto forastero, a veces, surgían problemas. Recuerdo, que por entonces y durante el baile en la pista de El Soguero, dos turolenses se pusieron pesados con la geana Modesta, mientras, su novio, el cellano Pedro, había bajado al bar a por bebida. Al acudir este y encontrase con que uno de ellos incluso tiraba del brazo de la chica, para que saliera a bailar, acabaron desafiándose. A continuación bajaron a la carretera, bajo la acacia que había en su orilla y junto al puente de la calle del Cubo. Los amigos nos quedamos boquiabiertos viendo como los dos turolenses recibían mamporros, sin parar. Pensé que me gustaría ser tan valiente como aquel chico, pese a ser forastero, bueno, cellano. Siempre nos caían mejor estos que los de Albarracín, de donde se decía que allí hasta aparecían pistolas contra los geanos, durante sus fiestas.

Recuerdo que con catorce años, los amigos vivimos algún baile en el Salón de Soguero más alterados de lo que normalmente ya lo estábamos durante las fiestas. Asistía una chica forastera por primera vez (empleada en una vivienda del pueblo) y Antonino el Canastes bailó con ella. Tras dejarla, pues ella quería bailar con más chicos y conocerlos, Antonino nos diría a los amigos: -¡Me duele el estómago, tengo un cosquilleo irresistible!, ¿cada vez que me restrega los pezones en el pecho, me entra una cosa por el estómago? .....!-. Rápidamente comenzamos a sacarla a bailar el resto de los amigos, para averiguar si los demás también sentíamos la misma sensación. Y era cierto, Antonino tenía razón. La chica no se enteraba o se hacía la despistada. Era guapa y regordeta, teniendo mucho pecho, causa de que al cogerla por la cintura nos obligaba a arrimarnos más que con las otras chicas. Aprovecho para indicar que nunca asistí a falta de respeto a las chicas por parte del grupo de amigos.

También durante esta época y en el Salón de el Soguero me tocaría pasar algunos ratos con mala cara, pues, según algún amigo no lo disimulaba. Os cuento el porqué. Aquellas fiestas estaban mi padre y Felix el Chicuto, este último recién casado y con su joven esposa (cuyo nombre no recuerdo), en la puerta del bar, cuando mi padre me llamó. Me presentaron a la chica y Félix me pidió que subiera al salón y bailara un rato con ella, pues, le gustaba mucho el baile y no iba a ir sola (entonces aún no se bailaba suelto). Así que me tocó y casi todos los días, durante un rato, atender a la chica mientras mis amigos bailaban con las chicas del pueblo y con la chica del párrafo anterior, cuyo nombre tampoco recuerdo. Menos mal, que con la esposa de Félix me entendía bien y ella se lo hacía saber a mi padre, dejándole contento, pues el también había sido muy bailón en su juventud. Recuerdo que esta intentaba sonsacarme la chica que me gustaba o me aconsejaba en la que tenía que fijarme. Por otra parte, fue comprensiva, pues, si hubiera decidido bailar todos los bailes completos conmigo, quizás mi padre, por quedar bien con Félix, me habría obligado a estar con ella todo el baile.

Existe otra persona geana, que algún año después le tocaba vivir una situación parecida. Se trataba de mi prima Consuelo la Alguacila, la cual le tocaba bailar anualmente con el vaquero que venía a trabajar con las reses en el encierro. Aquellas personas no conocían prácticamente a nadie del pueblo y ese día les gustaba andar entre los habitantes con su traje campero y su sombrero y por tanto también acudían al baile. Mi prima, como hija del alguacil le eran presentados y siempre me ha hablado de ellos con compasión y admiración. Actualmente vive en Cella, desde que casó con el cellano Juan Lorente, estando ambos muy relacionados con nuestro pueblo.
 



 Mi prima Consuelo (pelo corto), junto a nuestra prima Lourdes, de Villarquemado.
Ambas viven ahora en Cella con sus familias respectivas.

Con esta última anécdota doy por terminada la narración correspondiente a los bailes, pero, continuando con la música, esta estaba representada en otras facetas, como el cante y baile de jotas, actos del Ayuntamiento o religiosos, como en las procesiones y durante la corrida taurina, pero, esto era una minucia comparado con lo que suponían los bailes durante cuatro días. 
 

 

PARTE  IV

LA DEVOCION AL PATRON, SAN BERNARDO 

San Bernardo,  como un símbolo, al igual que la Virgen del Pilar
une a los aragoneses, este une a los geanos.

Tanto el día 20 (San Bernardo), como el 21 de Agosto (San Fausto y San Clemente) siempre se ha celebrado Santa Misa y procesiones y desde hace muchos años el día 24 en el cementerio, lugar donde finalizan nuestras fiestas, recordando a nuestros seres queridos desaparecidos. Lo que aún confirma más el sentir religioso del pueblo. 
 

 
 

La religiosidad de Gea durante mi infancia era importantísima. Día de la Virgen del Carmen.
 

La primera comunión la tomé en el Puerto en el primer año de mi nueva vida allí, pero como ya dije también en capítulos anteriores, no se me olvida la de mis primos Virgilia y Antonio en Gea, a mis ocho años de edad. Pero, creo que la vida borra muchos recuerdos de nuestra infancia y transforma, sino, juzgar el siguiente episodio.

 Estando, hace unos meses, en la cola de una de las cajas de Mercadona del Barrio de Wichita, un señor de mi edad que iba delante de mí, viendo que sólo llevaba el pan me propuso que pasara delante de él. No me pude callar tras darle las gracias y continué: ¿porqué me llamas de Vd. si nos conocemos desde el año 1955?, reponiéndome el: -No caigo, te conozco de vista, pero, ….-.

¿A quién tenías de compañero el día de nuestra primera comunión y dabas la mano en el Casino de Altos Hornos de Vizcaya, por orden de los curas, después de tomar chocolate,?- volví a preguntarle, respondiéndome: -¿Tu eras?- Ahora, cuando nos encontramos por la calle nos saludamos. Con esta anécdota sólo trato de demostrar como viví y guardé mis recuerdos de infancia, pero, he de admitir que para otras personas no signifiquen nada.
 

 A Enrique el Juez (a nuestra derecha) lo considero uno de los mayores costaleros del santo. Siempre se ofreció a llevar la imagen.

Volviendo de nuevo a la parroquia de San Bernardo, recuerdo sobretodo como imponía, con una obra tan grande y yo tan pequeño. Recuerdo como siempre me ha llamado la atención la pila bautismal, allí me bautizaron, o como fui confirmado. Era un niño y correspondía a como me educaban. Otra cosa serían las experiencias futuras vividas y el pensamiento personal. Por cierto, vaya cambio que presenta tras la reciente restauración de su pintura. A las misas de las fiestas asistía acompañado de mi abuelo Tomás y sobretodo, el día de San Bernardo es muy difícil de olvidar, por tres momentos cruciales durante la celebración de la Santa Misa. El primero, cuando los festeros repartían unas pastas abizcochadas bendecidas, fabricadas por las Monjas Capuchinas de Gea, donde recuerdo a Enrique el Juez ofreciéndome la cesta y diciéndome: -¿No coges otra?- y tímidamente lo cumplía. No me lo explico, con lo atrevido que yo era para otras cosas, pero, ¡si yo quería coger toda la cesta!. Después, mi abuelo, que había cogido unas cuantas lenguetas (como llamábamos a dichas pastas), me daba alguna para presumir delante de mis amigos.

La procesión siempre contó con numerosos curiosos. En este caso la del traslado de la Virgen de la Cama.

 El segundo momento más importante, para mí, se producía al sonar las primeras notas del órgano que todos los años tocaba mi tía María Cruz la Pelusa, hija de mi tía Manuela, hermana de mi abuelo, sobre la cual ya hablé en mi primera visita a Cella. Recuerdo a mi abuelo como aumentaba su pecho para decirme: -¡Ya suena mi sobrina!-..

 

Un recuerdo para las Monjas Clarisas Capuchinas que siempre colaboraron con el pueblo en las fiestas.

 Los actos religiosos es quizás en donde menos diferencias podemos encontrar hoy día con respecto a la década de los cincuenta. Si bien, para mi, existen dos situaciones muy importantes: la instalación de la escultura de San Bernardo Abad sobre la fuente de la Plaza del Ayuntamiento sobre el año 1958 y  la libertad religiosa que disponemos los españoles actualmente. Por lo demás, al igual que hoy día, las personas que intervenían en los actos vestían sus mejores galas, donde destacaban siempre las clavariesas, ¡ah! y las boinas de los más mayores.
 

 

Las clavariesas con las cestas de las lenguetas. Las admirábamos y no solo por las pastas.


 

En cierta ocasión, la imagen del santo sufrió una avería en su alumbrado y mi primo Jesús, de Valladolid, que estaba de vacaciones en Gea y se encontraba en la iglesia, se ofreció voluntario a un intento rápido de reparación, pues, acababa de comenzar sus estudios profesionales en la rama eléctrica. Para ello, se introdujo bajo el santo, observó y salió diciendo a todos los presentes que la instalación eléctrica estaba incompleta, pues, faltaba un hilo conductor. No cayó en que el negativo, de la batería como en los coches, estaba conectado a masa.  Posteriormente, mi primo pasaría a ser el Jefe Eléctrico en la planta de Renault de Valladolid, según me consta. Esto me recuerda a los comienzos de mi aprendizaje en la U.L.C., también como aprendiz de electricista.



La parada de la comitiva procesional en la Plaza del Ayuntamiento, acto muy emotivo
y más tras colocar definitivamente al santo sobre la fuente.

Otro momento era el del sermón y máxime si el párroco que se dirigía a los asistentes (casi todo el pueblo) era geano. Recuerdo como insistía en que éramos pecadores y a mi abuelo diciendo, todos los años: -¡Que gran sermón!-. Os recuerdo que mi abuelo cultivaba el huerto amurallado del Convento de las Capuchinas, para ellas, trabajo heredado de su padre.

 

Edificios religiosos levantados en la Edad Media y de interrogantes en nuestra infancia.
(Foto gentileza de Javier Redrado)

Durante el tiempo de la Misa también nos dedicábamos a subir a la torre para ver bandear las campanas a los mozos, a suministrar aire al órgano ayudando a los monaguillos, observando los vestidos de las chicas de nuestra edad y el de las clavariesas (recordar el año que nos escogimos a algunas de ellas como novias ficticias), así como el ir y venir de algunos monaguillos amigos y por último, lo importante que nos sentíamos cuando nos dejaron sentarnos en el coro, con aquellos sillones de madera, entonces todos iguales y con su presencia original. 
 

No olvidemos las campanas que siempre nos avisaron que ya estábamos en fiestas.

La unión del pueblo no se manifiesta solo ante el santo en la iglesia, sino en el sepelio de los geanos que nos dejan, como yo he podido ver. Si en un día normal, la iglesia está ocupada completamente, imaginarse durante las fiestas en las cuales convivimos tantas personas en el pueblo. Recuerdo asistir hace dos años al entierro de la tía Adelaida, madre de Adelina y Fernando, quedando numeroso público en la calle (aparte de los que, normalmente, nos quedamos casi siempre fuera).
 

 
 

Rafael el Civil (a nuestra derecha) es el culpable de que la Virgen de la Cama vaya de lado.

Tendría unos trece o catorce años cuando mis amigos decidieron que deberíamos bajar a la Virgen de la Cama desde la iglesia parroquial al Convento de las Clarisas, cosa que se hacia todos los años. Pepe el Matachin, Constancio y yo, teníamos una altura aproximada, pero, Rafael, nos sacaba media cabeza y ya os podéis imaginar quienes llevaron la imagen. Aquello pesaba mucho y Constancio y Pepe solo se ocupaban de nivelar. Menos mal que en las paradas nos ayudaban a soportar el conjunto. Ya no llevaría más santos en mi vida.

 

 PARTE  V

OTRAS ANECDOTAS INTERESANTES

Días antes de las fiestas los dos hornos del pueblo mostraban gran actividad, pues, para esos días, en las casas habitadas eran muy dados a ofrecerte pastas y alguna copa con bebida según la edad. El pueblo ya olía a pastas. Que bien sabia la mistela.  Como ya dije en otra ocasión acompañaba a mi abuela a llevar la masa para las madalenas (magdalenas) y las tortas finas y el pan dormido, pareciendo el local, que era una gran sala, una tertulia de las actuales de la televisión, como en Tele5. Desconozco si era con solicitud, tanto en el Municipal como en el de la tía Cecilia. Además, los dos bares estaban llenos y el personal tenia que conformarse con estar en la calle. Unos pocos años mas tarde me gustaba presumir en el Puerto, de que mi pueblo tenia tres iglesias y tres bares, con novecientos habitantes. Si el grano ya estaba en el granero, imaginarse lo contentos que recibían los geanos a sus fiestas patronales.
 

No todos los geanos nos obsesionábamos con la novillada, he aquí la prueba.

 Ya en el primer año de mi vida aparezco en las fiestas patronales en una foto con mis padres, la cual, razonando, me lleva a la conclusión de que lo que contaba mi madre, de que me criaba muy débil, se constata, pues, ya tenia siete meses y medio e iba liado dentro de unas mantillas. Mi hijo mayor, Tomy, ya andaba a los nueve meses. Asimismo existe otra foto de las fiestas, cuando tenía cuatro años, con mi primer traje y que como ya comenté en otro capítulo bauticé con aceite industrial en la era de Narro.
 

 

Entonces, lo importante era subir sobre el caballo. Hoy día es tener la foto.

Que importantes los fotógrafos en la plaza del Ayuntamiento, gracias a ellos tenemos nuestra imagen de aquella época, con palacios y fuentes de fondo. Quien se lo podía permitir se iba fotografiando de año en año. Yo tengo varias alternadas y las considero tan importantes como las digitales realizadas hasta la fecha, que son miles. Si las fachadas de las casas de Picazo o de mi tía Carmen pudieran contarnos las fotos que vieron realizar hace años, cuanta historia documental tendríamos sobre los seres humanos de nuestro pueblo. No obstante, me consta (yo tengo una foto de mi madre, siendo esta muy pequeña y mi abuela Carmen), que por vergüenza, humildad, no querer aparentar o vete a saber, solicitaban del fotógrafo que fueran retratadas en el mismísimo Carrerón.
 

Mi gratitud a mis primos Rosario y Juan, entre otras cosas, por las numerosas fotos que me regalaron hace años.
Aquí los vemos con mi tía Felipa (la persona mayor). Los tres ya nos dejaron para siempre.

Hablando de fotografías, recuerdo que cuando los amigos ya teníamos catorce o quince años nos gustaba presumir de nuestra cartera. No del dinero que portábamos sino de su forma y de su cuero. Eran de gran tamaño y solían llevar interiormente o exteriormente la fotografía de una actriz ocupando una tapa entera. En cierta ocasión, al sacar su cartera mi amigo Fernando Blasco observe que la artista que el llevaba era geana. Era su hermana Adelina. Me resultó curioso. No porque su hermana estuviera hay guapísima, que lo era, sino, porque ninguno de los amigos lo habíamos hecho y casi todos teníamos hermanas. Recuerdo lo orgulloso que el me mostró la fotografía en el banco de su portal.
 

Los vecinos del Carrerón. Mi tía Carmen, la tía Adelaida, en el centro (q.e.p.d.)
y mi tío Carlos (esposo de la primera).
 

 Puedo decir, que a partir de los cinco años, los turroneros comenzaron a ser parte de mi vida, durante una semana al año. Las barras de turrón negro y las galletas del blanco eran una delicia. Y que decir de los petardos pequeñicos (bombetas) que lanzábamos a las piernas de las chicas y a algunas paredes, como cuento en algún capítulo anterior. Recuerdo que me gustaba tirar a la pared de La Taberna, por ser de piedra y porque estaba cerca de la plaza. Las pistolas de juguete, los caramelos, los globos, las caretas de cartón, etc. Todo era emocionante.


Junto a la procesión los puestos de los turroneros. Los Reyes Magos de Agosto.
(Foto gentileza de Enrique Lahuerta)

 Como hoy día, el pueblo, durante los días de las fiestas recibía a muchísimos geanos con sus familias, que ya residían en otros lugares, pero, tengamos en cuenta que poquísimos tenían vehículo propio y era más complicado viajar. Imaginarse, si era desde el Puerto de Sagunto, por ejemplo, el desplazamiento suponía dos días de los disponibles. Por ello, recuerdo gratamente, que la vuelta de mis vacaciones del año 1959 la hice junto a mi tío Pascual (q.e.p.d.), que marchaba hacia Sagunto con el vehículo Wolkswaguen de uno de Los Menayos. Era fraile educador y visitamos por unos minutos Castellnovo (muy cercano a Segorbe) para comprobar el avance de obra de un convento que estaba construyendo su orden. Aquello fue tan emocionante como mi primer viaje en autobús, cosa que comento en otro capítulo. Quien me iba a decir que cuarenta y cinco años después yo iría a por agua a un manantial de aquel pueblo, durante unos cuantos años y desde la carretera se observa dicho edificio.


 


Actualmente podríamos llamarle El Grupo de los Sesentones. Entonces, la Banda del Pespés (el mayor). De izquierda a derecha
 de la foto: de pie, el Canastes, el Valenciano, el Bernardino y el Matrón. Agachados, el Pespés y el Picarazo.
 


 Otro recuerdo de niño que me viene también a la memoria era la llegada del tío Juan José, primo de mi abuelo, desde Saldón. Este aprovechaba su estancia para pasar revisión a su escopeta de caza, de un solo cañón, en el Cuartel de la Guardia Civil. Yo le llamaba San José y me encantaba dormir con el en la pajera. Así que todos los años, cuando yo era muy pequeño, esperaba su llegada. También acudían a casa de mis abuelos, el día de los toros, mis tíos de Caudé y los de Villarquemado. Recuerdo que venían con sus carros y trajeados. Hasta un amigo que tenía mi abuelo en Griegos, el tío Constantino, vendría durante algunos años de entonces. Este pasaría años más tarde a residir en el Puerto, lo cual le vendría estupendamente a mi abuelo.
 

 

Pocos años después comenzaría la famosa Cena del Novillo.

 Una persona muy importante en nuestra infancia y sobretodo en las fiestas era y sigue siendo el alguacil. Mi tío Victorino es otro gran personaje en la historia de mi vida, aun me parece que estoy viéndole y escuchando su frase favorita, desde mi infancia -¿Te acuerdas cuando te fuiste a correr mundo desde la era?, o cuando hasta hace unos pocos años antes del 2000 en cuanto se enteraba que estaba en el pueblo tocaba en mi puerta y me decía: -¿Tenéis patatas?-. El puesto de alguacil lo heredó de su padre (hermano de mi abuela Carmen), al cual no llegué a conocer.
 

La Cena del Novillo ha pasado a ser una institución geana. Comenzando por el reparto de la misma.
 

 Cuando conocí Albarracín le hice saber que tenia unos jardines preciosos y me contestó que allí tenían 35 jardineros y que él estaba solo en Gea y para todo, además de los pregones, aunque en este menester y a veces le ayudaba la familia. Así era y en cierta ocasión y cuando yo era chaval viví durante las fiestas y en la Plaza del Ayuntamiento un momento muy angustioso. Os cuento: estaba mi tío Victorino manejando unas sillas en la esquina de la calle de La Taberna, no recuerdo con que motivo, cuando un grupo de unos seis mozos cellanos (posiblemente con alguna copa de más) comenzaron a moverlas y a mofarse de mi tío acudiendo José el Garroso y dos o tres mas en su ayuda y recriminando la actitud de los burlones. Algún cellano se envalentonó, pero, cuando acudieron mas jóvenes geanos acabaron pidiendo perdón y no pasó a mayores. Pensaba que se merecían un escarmiento, pero, era consciente de que si en aquel mismo momento aparecía también mi primo Juan con sus amigos, aquello podía terminar en un linchamiento. Recé (entonces rezaba), para que no pasara a mayores y las aguas regresaron a su cauce.

 

 

Con mi primo Victorino el Alguacil. Persona muy entrañable de mi infancia.
Lo consideraba como el hermano que nunca tuve.

Las fiestas traen felices encuentros, pero, a veces también traen desencuentros. De lo segundo, yo viviría uno muy ridículo. Unos dos años después de sacarme del mayor apuro de mi vida en los encierros, Luís el Caldorrias se encontraba en la Plaza del Ayuntamiento junto a algunos de mis amigos la tarde de la víspera, cuando llegué y este estaba enseñando el interior de su cartera. Alargué la mano para saludarle, diciéndole; -Hola Caldorrias, ¿cómo estás?- quedándome con mi mano tendida sin que me hiciera caso, así que acabé por retirar la mano (la única vez que me ha pasado esto en mi vida). Momentos después, Constancio me diría: -Hay que decirle Luís, no quiere que le llamemos Caldorrias. Tu no lo sabías y por eso te ha hecho este desprecio-. En aquella época no lo comprendía, hoy día se que hay que respetar el pensamiento de los demás. Aunque en mi primerísima infancia tuviera la era y el pajar junto al de mi padre. Hace unos cuantos años, me encontré por casualidad con el en Valencia y ambos nos alegramos. Por cierto le llame Luís.
 


 

Muchas de las personas no volvían a verse hasta las fiestas del año siguiente. Y otras tardarían muchísimos
 años en coincidir de nuevo. Pero, hoy día, la plaza esta abarrotada de teléfonos móviles modernos ..........
 

Los carros alrededor de la plaza permitían que el público fuera llenando las alturas.
 

Siempre me he alegrado de encontrarme fuera del pueblo, e inesperadamente, con geanos: Pedro el de la tía Gregoria, Angel el Matrón, Sirio el de la Fuente con su padre, el mayor de los Severos, mi primo Antonio el Madrileño, Ventura el Bolo, Mariano el Piñones, etc. etc. Incluso en cierta ocasión, hace unos doce años, estando en la sala de fiestas OKEY en la playa de El Puig, estaba una mujer bailando en grupo, como yo con mis amigos del Puerto. Les dije a estos que la conocía y que era de mi pueblo, pese, a que hacía y hace muchos años que no la he visto. -¿Y ella no te dice nada?, estarás equivocado-, me decían los amigos. No me atrevía a preguntarle si era de Gea y cuando tuve la oportunidad le dije: ¿Vd. por casualidad no será Pilarín la Patatillas?, respondiéndome que no. Los amigos se rieron a mi costa. Recuerdo cuando Antonio el Jareño me encontró en Valencia inesperadamente, cerca de la Plaza Redonda, estando yo completamente alterado porque había perdido las llaves de mi vehículo. Con el recorrí los puntos donde había estado anteriormente y encontramos las llaves en un comercio. Muy diferente sería cuando me encontré en el paseo de la playa de Puerto, también inesperadamente, al tío Juan José el Gato con su esposa, pero, de vacaciones. Charlamos unos momentos. Era consciente de la amistad que le unía a mi abuelo. A Constancio también lo vería algunas veces en esta situación. Por cierto, es curioso que no tenga ninguna foto con Constancio, el tan nombrado por mí en estos capítulos y es que reconozco que me falta atrevimiento (no soy un profesional), pues, si pudiera, tendría a todas las personas del pueblo en fotografía.
 

Las fiestas hacen que los encuentros de las personas se sientan con un nivel superior emocional.
 Más, si hay una persona mayor y además es familiar.

En alguna ocasión se realizaron actividades deportivas, dentro de las posibilidades, pues entonces no existían instalaciones para ello. De niño vería cortar troncos por parejas de jóvenes en la Plaza del Ayuntamiento o los campeonatos de tiro al plato, hacia el Barranco de San Marcos desde las eras.  Existía mucha afición a la caza y recuerdo cuando los cazadores entraban con sus piezas por los portales de la villa, todo orgullosos, sobretodo si portaban un zorro. En otra ocasión se jugó un partido de fútbol contra un equipo de Teruel con todos los jugadores uniformados (existe fotografía) y fue una delicia para los chiquillos.

 

Primer partido de fútbol uniformado que veríamos de niños. El Gea (los de la foto), perderían ante un equipo de Teruel.
Menos mal que el encuentro no entraba en la quiniela. Moisés (q.e.p.d.), junto al árbitro, sería su promotor.

En cierta ocasión se realizaron juegos en la plaza de toros con participación de los chiquillos más pequeños. Uno de ellos, creo, consistía en sacar una moneda con la boca, de dentro de un plato en el suelo lleno de masa y con las manos atrás. Recuerdo el espectáculo que nos mostró Silvia, la niña más pequeña, hija de Pilar la Chatica, peleando por conseguir pescarla y la cara cubierta de pasta.

En ocasiones también hubo cucañas en aquella época.
 

Ya dije en el capitulo de mis abuelas que de bien niño probé unas gotas de cerveza, pero, sería con trece años cuando lo haría mas en serio.  Estando  junto a las escaleras exteriores de acceso a la pista de baile de El Soguero, alguien dijo de tomarnos un quinto de cerveza y yo no pude con mas de la mitad de su contenido. Hasta las chicas se preguntaban como ello era posible. Quede en ridículo, seguro que por las caras que pondría, ante las que ya, los amigos, considerábamos nuestras amigas. Al año siguiente ya admitía su sabor sin reparos.

Ya dije en alguna otra ocasión que, en las fiestas, no existe diferencia de edad.
 

Con Enrique el Juez y otros niños viviría otra anécdota curiosa en las fiestas cuando tenia doce o trece años. Junto a la esquina de la Casa de Peyrolón se colocó un feriante con su puesto de feria. Este se componía simplemente de una esfera colgada de un hilo sobre un cono fijo en la mesa. El juego consistía en lanzar la esfera desde mi derecha, pasando por la derecha del cono y al regreso volcar dicho cono. Me intrigaba y no paraba de observar. El truco estaba en acompañar a la bola en su lanzamiento suavemente hasta el mismo cono. Por cada peseta recibía un duro y decidí ir a por el reloj que el feriante ofrecía, con mis cinco duros ganados. En ese momento, el hombre decidió que yo ya no jugaba mas, que si hacia trampa, que si ya había ganado mucho, etc. Y Enrique el Juez que estaba presente se enfrentó al hombre diciéndole que me dejara jugar si yo quería. Este dijo que se marchaba, pero, no lo hizo y terminamos dejándole en paz. Yo ya me veía con mi reloj puesto. Seria al año siguiente, cuando dispondría de reloj. Mi padre me regalo el suyo y el se compró uno nuevo. Menos mal que a mi padre no se le ocurrió posteriormente echarle una mirada, pues, andando por las aceras siempre pegaba en las canales de los desagües con el y pronto lo tuve completamente rayado. Con lo que el siempre cuidaba sus cosas, me habría caído una buena queja.

Os presento a un grupo de mozos amigos en los años cincuenta, ahora ochentones.
Los que están en vida podrán contarnos muchas cosas de su juventud.

En mis comienzos con la web, allá por el año 2000, viviría una anécdota muy curiosa con Angeles. Paso a contarla. Llegué a la Plaza del Carmen casi a la hora de la novillada y estaba lloviendo. Apenas había personas y en la calle sólo estaba Angeles y una amiga de Albarracín. Pensé que me había equivocado de hora o que se había suspendido, pero no, Angeles me informó: -¡No!, ahora debería comenzar. Acabo de hablar con mi hija y me ha dicho por teléfono desde Venezuela, la hora del comienzo y que tu has puesto el programa en Internet.-. En ese momento me di cuenta de que tenía seguidores adictos, al menos mi sobrina Rosario. Por cierto, me iría a mi casa y luego me enteraría que se había celebrado la novillada. Me la perdí, como cuando de niño me dormí y mi abuela Carmen me cerró la puerta, pese a saltar por el tejado hasta el corral de la tía Nemesia. Estando presente en el pueblo, estas han sido mis dos faltas hasta la fecha.
 

La cuadrilla de amigos siguiente en edad a mi cuadrilla. Dos y tres años más mayores.

Parte de la cuadrilla de amigas siguiente en edad, también, a mi cuadrilla.

Grupo de geanos a los cuales los chiquillos considerábamos mozos.
 

Durante las fiestas del pasado año (2013) tuve un momento muy emocionante para mí y que deseo contar. Estaba sentado en una mesa exterior del restaurante del hotel tomando una cerveza junto a mi familia, cuando en la mesa de al lado, ocupada por un matrimonio y una niña de unos once años aprox. escuché decir a la mujer: -El pueblo es bonito, sobretodo esa calle, pero, no es para que tenga tanta fama Albarracín-. Salté como un resorte y les dije: -¿Vds. creen que están en Albarracín?, perdonen esto es Gea de Albarracín.- Tras los comentarios y aclaraciones pertinentes marcharon contentos en búsqueda de la ciudad que querían visitar los tres valencianos en un día de excursión. Yo también quedé contento gracias a su confusión, no sin antes advertirles que no habían visto todo nuestro pueblo.
 

La nueva fuente pasaría a ser un punto muy solicitado para las fotografías.
 

Por último y como despedida de mis narraciones, dar las gracias a mi abuela Carmen (q.e.p.d.), ya que no lo hice en vida (escribiendo lo he recordado). De niños somos muy egoístas y no imaginamos que el tiempo y las vivencias nos enseñan a engrandecer actitudes que no habíamos valorado con detalle. Decía en el capítulo tratado sobre mis abuelas que no sabía que habría sido de ella, pero, si por desconocimiento mío, existe aún alguna relación entre ambos, le digo que no he olvidado las palabras que me dirigió a mediados de Agosto del año 1960 (ella era muy creyente y consciente de que estaba muy enferma): -Solo pido a Dios que se me lleve una vez pasadas las fiestas, me dolería estropiártelas- me diría y el 4 de septiembre, a los 69 años fallecía. Ahora le digo lo que no hice entonces: -¡GRACIAS ABUELA!, fueron unas fiestas tan buenismas como en los años anteriores!-.

 

Mi madre y mi abuela Carmen fotografiadas durante las
fiestas patronales en El Carrerón.

Con el final de este capítulo doy por terminada, mi recopilación de anécdotas. Espero que os hayan entretenido y por favor, perdonar si algún párrafo os ha ofendido, no era esa mi intención.

 Abrazos.